Las relaciones con Brasil precisarán ductilidad diplomática

Columna
Clarín, 28.11.2019
Roberto García Moritán, embajador (r) y ex viceministro de RREE argentino

Brasil parece encontrarse alterando prácticas y comportamientos diplomáticos históricos. Declaraciones públicas altisonantes reflejan un abandono de las buenas maneras que caracterizaron el estilo refinado que inauguró el Barón de Rio Branco.

La campaña electoral del presidente Jair Bolsonaro ya advertía sobre ciertas inclinaciones poco convencionales y, en alguna medida, de la adopción de posiciones a contramano de pasados consensos regionales y globales en política exterior.

También, que la influencia e incidencia de Itamaraty no sería la misma y que, en ese contexto, se avecinarían tiempos de mayor complejidad diplomática.

El cambio del voto en Naciones Unidas sobre el fin del embargo comercial a Cuba es un ejemplo reciente. Por primera vez en la historia, Brasil se aparta de la casi unanimidad en ONU (187 votos a favor y solo tres negativos, Estados Unidos, Brasil e Israel) de rechazar las sanciones impuestas unilateralmente en 1962.

Ningún aliado histórico de Estados Unidos, europeo o asiático, se había animado a tanto. La duda es si este cambio de posición no anticipa otros similares a escala regional y mundial, como podría ser la cuestión sensible de Jerusalén, el acuerdo de Paris sobre Cambio Climático e incluso la pertenencia al Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) que durante la campaña electoral criticó expresamente.

Las referencias amenazantes del Palacio do Planalto sobre el futuro del Mercosur son igualmente inquietantes. Además de que esas manifestaciones puedan interpretarse como un destrato reprochable sobre los asuntos internos argentinos, el énfasis trasluce que quizás para Brasilia la relación bilateral ya no tendría la misma valoración estratégica pese a ser la Argentina el tercer socio comercial del Brasil además de mantener un esquema de fomento de la confianza que podría verse afectado.

Sería desilusionante que la proyección de la relación bilateral y el equilibrio diplomático logrado entre Buenos Aires y Brasilia en los últimos cuarenta años retroceda a horizontes menos constructivos.

El alcance de la relación entre Argentina y Brasil es demasiado importante como para correr el riesgo de introducir síntomas de épocas polémicas. Esa perspectiva seria penosa en términos bilaterales como regionales.

La singularidad del nexo político y económico entre la Argentina y el Brasil merece de una atención más asertiva y menos emocional. También de un vocabulario superior.

El vínculo entre Buenos Aires y Brasilia tiene que mantener el impulso evolutivo en la asociación. Ese objetivo es posible independientemente de quién gobierne en una u otra capital, como se ha demostrado en distintas etapas.

La fórmula es mantener un armonioso y maduro respeto por las diferencias y continuar trabajando con perseverancia a favor de los intereses bilaterales permanentes. Desechar a la diplomacia, como herramienta creativa para dirimir circunstancias, sería desafortunado para el bienestar de ambos países e incluso para la estabilidad regional.

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