Lenin y las tesis de abril

Columna
El Líbero, 22.04.2017
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), profesor (PUC) e investigador (CEUSS)

Cuando estalló la Revolución de Febrero de 1917 en Rusia, y se produjo la caída del Zar Nicolás II, Vladimir Illich Ulianov, el famoso Lenin, se encontraba exiliado en Zurich. Rápidamente regresó a su país, sin ánimo de prestar colaboración con el Gobierno provisional -que procuraba establecer un gobierno democrático liberal parlamentario- y con la convicción de la necesidad histórica de armar al proletariado para transformar las relaciones de poder.

Uno de los documentos más importantes surgidos de esta nueva situación fueron las denominadas “Tesis de Abril”, escritas el 4 y 5 de ese mes. Así se denominó al análisis y propuestas que el líder bolchevique planteó sobre la situación de Rusia. Como dice Robert Service en Lenin. Una biografía (Madrid, Siglo XXI, 2010), en esa ocasión se proponía redefinir el bolchevismo, rechazando la idea tradicional de que era necesario consolidar la revolución democrático burguesa y, en cambio, había que sustituir el gobierno provisional. Esta idea se iría imponiendo con el paso de los meses, a pesar de la expresa oposición de gran parte de los propios camaradas bolcheviques.

En todo momento Lenin tenía como guía de su acción el problema del poder y la necesidad de conquistarlo. Esto era necesario para hacer los cambios en la línea de su pensamiento de origen marxista, al que había incorporado elementos propios de la situación de Rusia y de la forma cómo él mismo quería enfrentar la coyuntura. En esa dirección hay que inscribir también a las “Tesis de Abril” -con sus ambigüedades y “subterfugios verbales”, como denomina Service-, como un documento breve y elocuente, que ilustra el camino hacia el poder a través del derrocamiento del orden vigente.

El documento fue leído en reuniones de los bolcheviques y además apareció en el periódico Pravda, en un artículo titulado “Las tareas del proletariado en la presente revolución”. Contaba con elementos tan diversos como un breve comentario sobre la guerra “imperialista”, tras lo cual pasaba rápidamente a las tareas del proletariado en medio de la situación rusa del momento: “El proletariado consciente sólo puede dar su asentimiento a una guerra revolucionaria, que justifique verdaderamente el defensismo revolucionario, bajo las siguientes condiciones: a) paso del poder a manos del proletariado y de los sectores más pobres del campesinado a él adheridos; b) renuncia de hecho, y no de palabra, a todas las anexiones; c) ruptura completa de hecho con todos los intereses del capital”.

Con esto Lenin cuestionaba fuertemente el sentido de que Rusia continuara luchando en la Primera Guerra Mundial, que todavía se disputaba sin éxito y cada día con menor popularidad. Además, establecía que la revolución y la toma del poder no tenían lugar en ese momento por falta de conciencia por parte de los proletarios. Para él había una unión indisoluble entre el capital y la guerra imperialista, por lo cual veía como necesidad cambiar el giro del análisis, y realizar una gran propaganda al interior del ejército para hacer comprender los “engaños” que implicaba la continuación de la guerra.

Por otra parte, había una clara comprensión del momento que vivía el país después de la caída del régimen de los zares: “La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado”. Es una idea que ya había presentado en 1902, cuando señaló que primero debía sobrevenir el derrocamiento de los Romanov y el establecimiento de un gobierno democrático burgués, que luego sería sustituido por la dictadura del proletariado.

Esa transición debía aprovechar las especiales circunstancias que vivía Rusia en ese momento: “Este tránsito se caracteriza, de una parte, por el máximo de legalidad (Rusia es hoy el más libre de todos los países beligerantes); de otra parte, por la ausencia de violencia contra las masas y, finalmente, por la confianza inconsciente de éstas en el gobierno de los capitalistas, los peores enemigos de la paz y el socialismo”. Esto exigía de una especial habilidad para aprovechar las condiciones, negando todo apoyo al gobierno provisional y trasladar el poder hacia los soviets de obreros y campesinos.

Esto significaba no tener una república parlamentaria, pues “volver a ella desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás”, sino avanzar hacia una república de los Soviets, dentro de los cuales el propio Lenin reconocía que los bolcheviques estaban en minoría. Esa era una dificultad, pero no un impedimento: “Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores”. Esta fue la famosa proclama “Todo el poder para los soviets”, que se mantendría durante 1917, aunque cambiaría de significado, hasta llegar a significar el llamado a la insurrección.

En la línea de cambios relevantes, las “Tesis de Abril” también propusieron la “supresión de la policía, del ejército y de la burocracia”, la “confiscación de todas las tierras de los latifundistas”, la “nacionalización de todas las tierras del país” y la “fusión inmediata de todos los bancos del país en un Banco Nacional único, sometido al control de los Soviets de diputados obreros”. En ese esquema se trataba de ideas progresivas, entre las que no estaba la implantación inmediata del socialismo.

Como telón de fondo de todo este análisis, la conquista del poder resultaba un tema fundamental, con el añadido de que se trataba de “todo el poder” (para los soviets, posteriormente para la insurrección). Podría señalarse -como ha resumido persuasivamente Mauricio Rojas en Lenin y el totalitarismo (Santiago, Debate, 2017)- que estaba comenzando el paso de “la revolución popular” (contra los zares) a la contrarrevolución totalitaria (que culminaría en octubre con la instauración del régimen bolchevique, liderado por el propio Lenin). Una historia llena de violencia, contradicciones, lucha por el poder y capacidades -intelectuales, políticas y organizativas- muy disímiles para enfrentar el desafío histórico de construir un régimen distinto a la monarquía, con todas sus consecuencias.

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