¿Los Acuerdos de Minsk solucionan el conflicto ucraniano?

Juan Salazar Sparks*

El nuevo acuerdo alcanzado el 12 de febrero último en Bielorrusia (Minsk II), entre los líderes de Alemania, Francia, Rusia, Ucrania y los separatistas pro-rusos, para un cese del fuego inmediato de las hostilidades, que se prolongan por 10 meses en Ucrania Oriental, constituye una nueva oportunidad para poner fin a un serio conflicto que amenaza la estabilidad de Europa.

En septiembre del año pasado, en la misma capital bielorrusa, representantes de Rusia, Ucrania y las autodenominadas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk ya habían firmado un protocolo similar de doce puntos (cese de hostilidades, separación de fuerzas, intercambio de rehenes y prisioneros, mejoras de la situación humanitaria, descentralización del poder, amnistía para los combatientes, entre otros), pero luego de dos semanas se reanudaron los combates. Qué posibilidad de éxito tiene esta segunda intentona por la paz en Ucrania?

Primeramente, deberíamos analizar cuáles son las posiciones enfrentadas en este conflicto. El gobierno de Kiev sostiene, por cierto, una postura maximalista, desde el momento que exige la reposición de su integridad territorial y pretende una política exterior independiente (de Moscú), que coloque al país bajo la égida de la modernidad (UE) y la protección occidental (OTAN). Su máxima concesión sería implementar un proceso de descentralización confusa y elecciones libres en la región del Donbass (Donetsk-Lugansk).

Por su parte, los separatistas -también maximalistas- pretenden conseguir una autonomía completa de Kiev y una adhesión flexible a Moscú, que les permita elegir a sus propias autoridades y reconocer el ruso como idioma oficial de ambas repúblicas. Y, finalmente, los rusos, que apoyan política y militarmente a los separatistas, desconocen su interferencia en el Donbass y, por ende, se abstienen de negociar directamente con el gobierno de Kiev, porque -a su juicio- se trata de un conflicto interno ucraniano. Eso sí, Putin ha sido muy claro en expresar cuáles son los intereses que él está defendiendo en este asunto: la "relación especial" ruso-ucraniana (los nacionalistas rusos consideran incluso que Ucrania es parte de Rusia); las minorías rusas en Ucrania; e impedir que Ucrania sea parte de la UE o que la OTAN se instale en sus fronteras. Para ello, está dispuesto a usar la fuerza y cuenta con el respaldo mayoritario de los rusos.

La UE y los EE.UU. han asumido la política de que Ucrania tiene derecho a ser un país independiente y a mantener una política exterior autónoma (pero en democracia y sin corrupción). Han optado, hasta ahora, por la diplomacia y la solución pacífica de la controversia, adoptando solo sanciones económicas contra Rusia (también procuran su aislamiento político), en la medida que Putin ha persistido en interferir militarmente en la zona (Crimea y el Donbass) y en cambiar a su antojo las fronteras de Europa.
Bajo este clima confrontacional, no sólo resulta difícil aproximar las posiciones de las partes sino que cada una de ellas insiste en jugar un póker peligroso en dos planos distintos: Kiev y los europeos (especialmente Alemania) pretenden conseguir en el campo diplomático la salida de Ucrania de la órbita rusa, en tanto que separatistas y rusos pretenden evitarlo a través de ganancias en el campo militar. Como la vía diplomática resulta más débil que la militar, no es de extrañar que Minsk I y II (o cualquier otro futuro acuerdo) seguirán fracasando ante el inexorable avance "territorial" de las fuerzas pro-rusas.

Hasta dónde se extenderá el conflicto? La "jugada" de su actor principal (Putin) consiste, básicamente, en lograr la división de Ucrania y que todos los territorios al este del río Don se constituyan en algún tipo de vasallaje de Moscú. Los acuerdos de Minsk reconocen implícitamente esa realidad y, de hecho, dos días después de la firma del cese del fuego, los separatistas (con soldados y armamento rusos) consiguieron desplazar a los ucranianos de la estratégicas ciudad de Debaltsevo (que une las provincias de Donetsk y Lugansk). Pero, como el líder ruso pretende -en el fondo- crear una gran zona de seguridad en toda Europa oriental para la "protección" de Rusia (a la usanza del ex imperio soviético), a continuación de Ucrania, deberían producirse conflictos en Moldova, los Estados Bálticos y los Balcanes. Para ello, Putin empleará todas las armas que tiene a su disposición, como ser el petróleo y el gas, la subversión entre las minorías de origen ruso, la nefasta influencia de las mafias ruso y ucranianas, la entrega de armas a los separatistas, y -finalmente- la intervención armada encubierta.

Junto con estar ganando ahora la partida ucraniana, Putin se ha consolidado internamente cuando más lo necesitaba por la crisis económica ante la caída del precio del crudo/gas y del aislamiento internacional que sufre Rusia. Los rusos han hecho caso omiso de la forma autoritaria de gobernar del putinismo y siguen a su líder en su política exterior imperial.
Los líderes europeos (partiendo por Merkel), en cambio, parecen optar por el apaciguamiento, ya que no quieren correr el riesgo de una guerra con Rusia y no pueden intimidar a Putin más allá de las sanciones aplicadas contra algunos de los principales oligarcas rusos. El tercero en discordia, son los Estados Unidos, que no aceptan con facilidad un retroceso en política exterior y que no querrán dar la imagen de inmovilismo frente a su adversario. Sin embargo, tampoco llegarán al extremo de producir un conflicto armado. De allí, entonces, que -al final- Occidente (UE y EE.UU.) seguirá en la senda de las sanciones económicas y de incrementar el boicot contra Rusia a medida que Putin siga expandiéndose territorialmente.

La gran pregunta es hasta dónde puede estirarse esta situación de ganancias "territoriales" versus sanciones, boicot y aislamiento internacionales?


*Cientista politico, ex embajador y editor de OpinionGlobal.-

No hay comentarios

Agregar comentario