Los insultos de Erdogan

Columna
Polisf Mires Blogspot, 23.03.2017
Fernando Mires, historiador y profesor (U. de Oldenburg)

No pasa un día sin que Recep Tayyip Erdogan no profiera insultos en contra de Alemania y Angela Merkel. A primera vista ha perdido la cordura. Puede ser. El poder corrompe, dijo una vez Montesquieu. Pero, además, cuando es ilimitado, enloquece.

La cordura está basada en la limitación que nos imponen las leyes y las normas. Más allá no nos limita nada. La deslimitación, a su vez, es uno de los rasgos de la condición patológica. Vale también para Erdogan. Pero eso no significa que Erdogan actue sin plan. Efectivamente, no podemos separar los insultos de Erdogan de sus objetivos. Y esos objetivos quiere verlos Erdogan cristalizados en el plebiscito que tendrá lugar en Turquía en el mes de abril. Allí se decidirá si el régimen sera presidencialista (erdoganista) o parlamentario y para lograr ese objetivo, Erdogan necesita urgentemente de la presencia de un enemigo externo a fin de aparecer en el plebiscito como el impacable defensor de la nación.

El pretexto lo encontró Erdogan en la decisión de Alemania y Holanda para impedir que el autócrata convirtiera a esos países en espacios de agitación electoral en su campaña plebiscitaria. Alemania, después de que el periodista alemán-turco Deniz Yücel fuera condenado a  prisión, no podía brindar su territorio a los ministros de Erdogan. Holanda, en medio de elecciones decisivas, tampoco podía aceptar la intervención política del erdoganismo. Esas razones bastaron para que Erdogan decidiera que de ahora en adelante los gobiernos de Holanda y de Alemania son fascistas.

Erdogan conoce bien la eficacia del término. Calificar de fascista -más todavía si el destinatario del insulto es el gobierno alemán- significa trazar una línea de enemistad total (con los fascistas no se dialoga, solo se les combate). Pero él va más allá. Los insultos a Angela Merkel forman parte de un cálculo tanto a corto como a largo plazo.

De acuerdo al corto plazo, Erdogan dirige un mensaje a las masas que más interesa ganar en el plebiscito. Ese mensaje dice, mirad turcos. Yo os puedo demostrar que Turquía no se deja impresionar por la cultura ni por la economía europea.

De más está decir, ese mensaje no está dirigido los ciudadanos de Ankara y Estambul. Erdogan busca el apoyo de las masas empobrecidas, sobre todo en las tres Anatolias, de donde provienen los mayores contingentes migratorios hacia Europa.

En un plazo más largo, si vence en el plebiscito, Erdogan intentará convertirse en líder de los pueblos islámicos. Eso pasa, por cierto, por una ruptura con la UE. En gran medida esa ruptura ya ha sido consumada en el plano político. A la separación política podría suceder la separación militar: el deslinde de Turquía de la NATO.  Esa segunda ruptura no será, sin embargo, muy fácil.

Si prescinde de la NATO no solo no podrá Turquía contar con el el apoyo europeo frente a eventuales conflictos con otras potencias islámicas (Siria, Irán, Arabia Saudita). Además, arrojará al país a los brazos de Putin. Pero hasta un político disparatado como Erdogan sabe que la alianza que hoy mantiene con Rusia es circunstancial y limitada. Los intereses de ambos gobiernos -más allá del antieuropeísmo que profesan- son en muchos puntos contrapuestos y, tarde o temprano, como ha sucedido en el pasado, chocarán entre sí.

En otras palabras: si Europa necesita de Turquía en la NATO, Turquía también necesita de la NATO. Puede ser esa la razón por la cual Merkel no se deja provocar por los insultos de Erdogan. Eso, sin duda, es lo que mas lo exaspera.

Tal vez algún día Turquía regresará a Europa. Pero para eso será necesario que Europa exista, no solo económica sino, sobre todo, política y militarmente. Nadie, mucho menos Erdogan, quiere sellar su destino apoyado por estructuras internacionales débiles. Pero ese ya es otro tema.

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