Los ocho años de Obama

Columna
El Confidencial, 02.02.2017
Jorge Dezcallar, diplomático español y ex embajador en Washington
  • Obama se fijó unas prioridades muy claras para su presidencia: sanear la economía, repatriar a las tropas y dar cobertura médica a 20 millones de americanos que carecían de ella

Vista de una pancarta con la imagen del expresidente estadounidense Barack Obama. (EFE)

Me gusta Obama desde que asistí en Denver a su nominación por el Partido Demócrata, en agosto de 2008, y desde que le acompañé como embajador a su investidura, representando a España, cuando juró sobre la Biblia de Lincoln un gélido 20 de enero de 2009. Recuerdo el entusiasmo y la alegría que se respiraban en el Mall de Washington con la llegada del primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos. Una multitud que cantaba y se abrazaba en un increíble ambiente de fiesta. Y recuerdo cómo lo celebró la comunidad afroamericana de la iglesia de Saint Augustin, la parroquia católica más antigua de Washington para gente de color, donde las risas y las lágrimas se mezclaban. Hay que recordar que todavía en 1960, no hace nada, en Washington, ciudad sureña, se prohibía la entrada de 'perros y negros' en algunas cafeterías y restaurantes.

Aquel día parecía que todos los problemas del país, que eran muchos, podrían desaparecer por el solo hecho de la elección de un negro a la presidencia, y eso creó unas expectativas tan exageradas como irreales en un país inmerso en dos guerras y con una colosal crisis financiera y económica que acababa de estallar con la caída de Lehman Brothers. Fue entonces cuando Obama, convencido de que la labor de los políticos es "mejorar la vida de la gente", se fijó unas prioridades muy claras para su presidencia: sanear la economía, repatriar a las tropas y dar cobertura médica a 20 millones de americanos que carecían de ella.

La diferencia con la toma de posesión de Trump hace unos días no puede ser mayor. Hoy, el país está dividido tras una campaña electoral muy bronca que deja poco espacio a la ilusión. Insultos, amenazas, descalificaciones e incluso dudas sobre la legitimidad de los resultados por posibles interferencias extranjeras ofrecen un panorama muy distinto del vivido en 2009. Nada del optimismo que recibió a Obama. Son numerosos los personajes y grupos que no han querido festejar ese día con su presencia, como John Lewis, uno de los míticos luchadores por los derechos civiles en los años sesenta, que ha llegado a decir que Trump "no es un presidente legítimo". Y son muy numerosas las manifestaciones de protesta tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo por las primeras decisiones de su Gobierno.

Por eso, en su discurso de despedida en Chicago, Obama dedicó la mayor parte del tiempo a advertir de que la democracia está en peligro si no peleamos a diario por ella, si no se ampara en un sentido básico de solidaridad (que no es uniformidad) a la búsqueda de objetivos compartidos, y sobre la base de los valores que emanan de la Constitución, como son el Estado de derecho, la democracia representativa, la libertad de expresión y de conciencia, entre otros, "que hacen que seamos lo que somos". Porque, añadió, "el orden mundial basado en valores se está poniendo en duda", y las posibilidades de guerra aumentarán si decae el Estado de derecho.

No son advertencias gratuitas, como no lo es tampoco su afirmación, durante su despedida de los medios de comunicación, de que en el futuro expresará sus opiniones si siente que los valores esenciales de la democracia norteamericana están en peligro. Si lo advierte es porque piensa que lo están. Las referencias subliminales a Donald Trump no pueden ser más claras y contrastan con la salida de escena de George W. Bush cuando en 2009 dijo que su sucesor "merece mi silencio". Obama no se fía y es comprensible, y de hecho ya ha dejado saber su desacuerdo con la prohibición de entrada en los EEUU de musulmanes de siete países que acaba de dictar el nuevo presidente.

 

"Guardianes de la democracia"

Obama es un hombre decente que se mira en Kennedy y que ha logrado frustrar los intentos republicanos, repetidamente confesados, de hacer de él un presidente de un solo mandato. No lo han conseguido, aunque le han complicado mucho la vida desde un Congreso que han dominado desde 2010 (la Cámara de Representantes) y desde 2014 (el Senado). O que a veces ni siquiera han dominado, pues el Tea Party, nacido como expresión de la insatisfacción de amplios sectores del electorado blanco por la inseguridad económica generada por la crisis y por la globalización, escapó muy pronto a la disciplina del Partido Republicano.

Obama deja la presidencia con un nivel de popularidad muy alto (60%) y con logros importantes en su haber. El primero, haber evitado que la peor crisis económica desde 1929 se convirtiera en recesión. Hay que recordar que en 2008 la gente perdía el trabajo y con él la casa, el coche y el seguro médico. Hoy, la economía norteamericana se ha recuperado mucho mejor que la europea porque ha aplicado mejores terapias, más política expansiva y menos austeridad, y el resultado es que la cifra de desempleo, que llegó al 10%, ha bajado al 5%, que es prácticamente una situación de pleno empleo. Con Obama se han creado 12 millones de puestos de trabajo.

En relación con las guerras de Irak y de Afganistán, la más larga de los Estados Unidos, Obama ha mantenido una política más dubitativa que le ha llevado a desacuerdos con los militares y a cambios de estrategia que han causado una cierta confusión. Lo explica muy bien Bob Woodward en su libro 'Obama's Wars' (2011). Pero sea como fuere, en Irak solo quedaban a su salida 450 'asesores' para la lucha contra el Estado Islámico, mientras en Afganistán la debilidad del Gobierno de Kabul y el riesgo de regreso de los talibanes solo han permitido reducir el número de soldados desde 100.000 a 10.000. Fue desde Afganistán que se lanzó la operación que acabó con la vida de Osama bin Laden en Abbottabad. A cambio de esta repatriación de tropas, Obama ha aumentado el uso de drones, que en su opinión han reducido las posibilidades de grandes atentados en los EEUU, y lo cierto es que no ha habido ninguno durante su mandato. El reverso de esta medalla está en las víctimas civiles 'colaterales' que este método entraña y que también se han multiplicado.

Obama ha dedicado un gran esfuerzo y un enorme desgaste a la implantación de la Affordable Care Act, conocida popularmente como Obamacare, que ha dado cobertura sanitaria a 20 millones de norteamericanos que carecían de ella. Para hacerlo, se enfrentó a una radical oposición republicana en ambas cámaras que su entonces jefe de gabinete, Rahm Emmanuel (hoy alcalde de Chicago), no supo gestionar adecuadamente. Fue entonces cuando, en mi opinión, Obama mostró que le faltaba esa pizca de instinto asesino ('killer instinct') que todo político de altura necesita de vez en cuando. Obama tendía una y otra vez la mano al Partido Republicano, que no se la cogía, y también se encontró con la enemistad de los poderosos intereses de la industria farmacéutica, los 'lobbies' de las compañías de seguros y otros, que hicieron una durísima campaña en su contra, sin renunciar a difundir falsedades (hoy diríamos 'posverdades'), como que el nuevo sistema dejaría morir a los viejos o a quienes padecieran enfermedades caras.

Al poner en pie esta reforma, Obama conseguía lo que Clinton había intentado años antes y daba un paso decisivo hacia la creación de una sociedad más justa. Pero hay que reconocer también que la entrada en vigor de la reforma se ha enfrentado a muchas dificultades prácticas que no se han resuelto con la agilidad necesaria. Trump ha dado instrucciones para derogarla ('repeal and replace') sin que diga con qué la va a sustituir y cómo lo hará. Ni si ello significa tocar también Medicare y Medicaid. No será fácil el cambio, pues muchos de los directamente beneficiados por Obamacare son los votantes malhumorados y descontentos que han llevado a Trump a la presidencia.

En cambio, esa política de mano tendida le ha dado buenos resultados en Irán y en Cuba. El acuerdo nuclear entre la comunidad internacional y la República Islámica impide que este país se pueda hacer de la noche a la mañana con el arma nuclear, al tiempo que le autoriza el uso de esa energía con fines pacíficos como establece el Tratado de No Proliferación. Y además evita una peligrosa carrera de armamentos en Oriente Medio que hubiera involucrado a Arabia Saudí y Egipto, como mínimo. También aquí tuvo que luchar contra los poderosos 'lobbies' judíos y contra el mismo Congreso, que en una decisión sin precedentes y poco patriótica (todo vale) invitó al ultraderechista primer ministro de Israel para exponer desde esa tribuna sus críticas al presidente de los Estados Unidos. Gracias a este acuerdo, que Irán está cumpliendo, el mundo es hoy más seguro y, pese a sus bravatas, no está en mano de Trump abrogarlo, aunque puede dificultar mucho su aplicación.

Y con Cuba, Obama se dio cuenta en seguida de que el embargo, que pudo tener su razón de ser en 1962, había fracasado. Y lo que es peor, que no solo no aislaba a Cuba sino que estaba aislando a los Estados Unidos del resto del continente americano. Esto es algo que todo el mundo sabía, pero que nadie se atrevía a decir en publico por miedo al voto cubano de Miami, pues recordaban el carácter variable ('swing') de Florida, donde Al Gore perdió la elección presidencial contra Bush, en 2000, por tan solo 537 votos de ese estado. Obama se atrevió con el problema y una vez resuelto el escollo de la detención en Cuba de Alan Gross, y con apoyo del Vaticano (y para nuestra vergüenza, no de España), hizo una negociación discreta que condujo al establecimiento de relaciones diplomáticas normales y a la apertura de embajadas en La Habana y en Washington, a la par que tomaba otras medidas para facilitar contactos personales y comerciales sin tocar el embargo, cuyo desmantelamiento depende del Congreso.

Esa política de mano tendida no le funcionó con Rusia, a la que en 2009 ofreció un 'reset' de relaciones (poner el contador a cero) y eso permitió una reducción de los arsenales nucleares de ambos países. Pero posteriormente la política de Putin en Ucrania (por su temor a que se acercara a la UE) y la anexión de Crimea han conducido a la imposición de sanciones a Rusia por parte de la comunidad internacional. Hoy, la OTAN despliega tropas, radares y misiles en torno a Rusia, y en esta crece el nacionalismo, se habla de rearme (4,5% del presupuesto nacional se destinó a gastos de Defensa en 2016, a pesar de la bajada del precio del petróleo) e instala misiles en Kaliningrado. Y lo peor, el Tratado START finaliza en 2020 y no hay conversaciones sobre armamento nuclear entre Rusia y los EEUU cuando más falta hace, pues ambos países están hoy dirigidos por líderes nacionalistas.

En el haber de Obama, hay que citar su compromiso contra el cambio climático, duplicando la energía renovable en los Estados Unidos y apoyando los esfuerzos de la ONU (conferencia de París) para luchar contra las emisiones de CO2, tras el fracaso de la anterior cumbre de Copenhague. Y la lucha contra las últimas pandemias, como el zica o el ébola, que se lograron contener a tiempo. Como también es destacable su política en defensa de los derechos de la comunidad LGBT con avances en las Fuerzas Armadas (fin de la política 'Don't ask, don't tell') y en la extensión del matrimonio entre personas del mismo sexo. Y se ha esforzado en mejorar las relaciones raciales, auténtico punto flaco de la democracia norteamericana, que no da iguales oportunidades a los negros o a los hispanos, tratados con inusual dureza por las fuerzas del orden, viéndose al final de su mandato obligado a reconocer que para que las cosas cambien no basta cambiar las leyes sino que es preciso cambiar también los corazones, un proceso bastante más lento (y que puede retroceder con Trump).

En el ámbito comercial, Obama comenzó una larga negociación para hacer amplias zonas del Pacífico (TPP) y entre los EEUU y Europa (TTIP). Del primero ya ha salido Trump y el segundo entrará en hibernación como consecuencia del proteccionismo del nuevo Gobierno y del ambiente poco favorable que también se respira en Europa, que celebra elecciones este año en Países Bajos, Francia y Alemania.

Entre los fracasos de Obama, que también los ha habido, ha estado no haber combatido con mayor eficacia los efectos perversos de la globalización y de la revolución tecnológica, que han producido mayor bienestar general y han disminuido la diferencia de renta entre los países, pero al mismo tiempo han aumentado las desigualdades y han creado bolsas de pobreza y desempleo que están en la raíz del actual populismo simplificador, que tanto daño hace a la credibilidad de un sistema incapaz de distribuir mejor el excedente. Son esos descontentos, que el Partido Demócrata no ha conseguido retener, los que han aupado a Trump a la presidencia.

Por oposición del Congreso, Obama no ha podido cerrar la infamante prisión de Guantánamo, como era su propósito (a mi me dijo el fiscal general Eric Holder, cuando estaba recién nombrado, que el presidente le había dado un plazo de seis meses para hacerlo), aunque haya disminuido mucho el número de los allí detenidos. Y durante su mandato ha aumentado el número de deportaciones y no ha podido cumplir con la promesa a los hispanos de modificar la legislación para legalizar la situación de muchos de los 11 millones de sin papeles, en su mayoría mexicanos, que ahora corren riesgo de expulsión con Trump. Son asuntos en los que no ha tenido apoyo republicano.

En otros asuntos podría haber hecho más por sí solo, como en no limitarse únicamente a prohibir la tortura (ampliamente usada en época de Bush bajo el eufemismo de 'métodos reforzados de interrogación' y que ahora podría regresar) sino en perseguir también a los culpables de haberla utilizado. O haber sido más enérgico a la hora de poner fin a las ilegales y masivas recolecciones de datos privados denunciadas por Edward Snowden. O en castigar a los banqueros y reguladores culpables de la crisis económica...

Más grave ha sido no haber previsto los efectos de la Primavera Árabe, que él mismo contribuyó a lanzar con su famoso discurso de El Cairo en 2009, evidenciado en los titubeos sobre cómo tratar los disturbios iniciales contra Mubarak y el posterior golpe de Estado de Al Sissi contra los Hermanos Musulmanes de Morsi, o en no prever los resultados de la operación que acabó con la vida de Gadafi y arrojó al país al indescriptible nivel de caos y guerra civil que hoy vive. Y tampoco pudo evitar el desastre humanitario de Siria, tras descartar involucrarse en otra guerra cuando su objetivo era salir de las dos que ya tenía. Por eso, después de trazar una raya roja para el caso de que el régimen de Damasco utilizara armas químicas, permitió que Putin entrara en escena facilitando su evacuación y destrucción.

La reunión de Astana (23 de enero) patrocinada por Rusia, Turquía e Irán para discutir el futuro de Siria es una bofetada a los EEUU, que han quedado relegados a simples invitados junto con otros países de la zona y China (al final, EEUU declinó asistir). Se diseña un nuevo orden regional sin participación norteamericana, algo impensable hace apenas unos meses. Un duro golpe a una credibilidad que ya había sufrido mucho cuando algunos déspotas habían visto a los EEUU dejar caer a antiguos aliados. Y a pesar de los esfuerzos de John Kerry, los EEUU no han sido capaces de retorcer el brazo de israelíes y palestinos para que negocien la fórmula de dos estados que respalda la comunidad internacional.

Quizá lo más grave sea que la política 'retirada estratégica' de Obama, que interpretó los deseos de un país cansado de ser el gendarme de un mundo que ni lo agradecía ni contribuía al esfuerzo (OTAN), ha provocado un vacío que la Rusia de Putin se ha apresurado a llenar en Europa, el Estado Islámico y la pugna entre suníes (Arabia Saudí) y chiíes (Irán) lo han hecho en Oriente Medio, y China en sus mares adyacentes. No es cuestión de personalidades, como querrían Hegel o Carlyle, sino de tendencias profundas subyacentes en la marcha de la historia, que ven el ascenso de nuevas potencias con ambiciones de protagonismo.

Obama ha mostrado un sentido ético que le ha hecho defender los derechos humanos, la democracia, los mercados libres y abiertos, el respeto de las alianzas y la fe en los foros internacionales para la resolución de conflictos, en definitiva, un multilateralismo eficaz que ha asegurado la paz (con excepciones localizadas) durante ocho años, una política en las antípodas del unilateralismo de George W. Bush y de la incertidumbre, improvisación y retraimiento político y comercial que parece anunciar Trump. Porque si el derecho no rige nuestras relaciones y se aparcan a un lado los valores que profesamos, la inseguridad está garantizada y los débiles pierden, como se demuestra en el actual enfrentamiento de Trump con México. Obama trajo a la Casa Blanca un cambio de 'talante' que el mundo le agradeció con la concesión del premio Nobel de la Paz.

Con sus muchas luces y algunas sombras, Obama ha sido un buen presidente y así le juzgará la historia. Ya hemos empezado a echarle de menos.

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