Los refugiados que vienen de la guerra

Artículo
Ahora, 27.11.2015 (N*11)
Michael G. Ignatieff, académico, escritor y ex parlamentario canadiense
  • El frente EE.UU.-Arabia Saudí-países del Golfo para derrocar a Bashar al Asad ha fallado.
  • La huida de Siria demuestra el fracaso de la política occidental en Oriente Medio
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Los estrategas te dirán que es un error librar una batalla que tus enemigos quieren que libres. Deberías imponerles tu estrategia, no dejar que ellos te impongan la suya. Esta lección se aplica a la lucha contra los líderes de ISIS. Hemos presionado sobre ellos en Siria. Ellos han respondido con atroces ataques en Ankara, Beirut y luego París. Están tratando de provocar una confrontación apocalíptica con los infieles cruzados. Deberíamos negarles esta oportunidad.

ISIS quiere convencer al mundo de la indiferencia de Occidente ante el sufrimiento de los musulmanes, así que deberíamos demostrar lo contrario. ISIS quiere arrastrar a Siria aún más hacia el infierno, de modo que acabar con la guerra allí debería convertirse en la primera prioridad del último año de la Administración Obama. El secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, ya ha reunido a rusos, iraníes y saudíes para desarrollar el guion de una transición en Siria. Más pronto que tarde, por difícil que resulte, las reuniones en Viena van a tener que incluir a representantes de Bashar al Asad y combatientes sirios que no formen parte de Estado Islámico. El objetivo sería establecer un alto el fuego entre el régimen y sus oponentes para que pueda hacerse frente a ISIS hasta su desaparición y los sirios desplazados puedan volver a casa. Destruir el proyecto de los terroristas de establecer un califato no acabará con el nihilismo yihadista, pero sin duda mermará su atractivo ideológico.

Una campaña exitosa contra el nihilismo tendrá que resistirse asimismo al nihilismo. Si, como ha sostenido Gilles Kepel —especialista francés en el islam—, ISIS está intentando provocar una guerra civil en Francia, el Estado francés no debe desplegar tácticas que le harían perder la lealtad de sus ciudadanos más vulnerables y débiles. La detención sin juicio, las deportaciones en masa, los interrogatorios duros, el sellado de fronteras, el final de la libre circulación en Europa: todas estas tácticas —propuestas por la demagoga de derechas Marine Le Pen— tentarán a las autoridades francesas y al resto de Europa, pero como estrategia son un desastre. Una campaña exitosa contra el extremismo islámico debe profundizar, no minar, en la fidelidad a la liberté, égalité, fraternité, especialmente entre los ciudadanos musulmanes.

La estrategia de ISIS también busca hacer que los europeos piensen en los refugiados como potenciales amenazas a la seguridad y no como las víctimas que son. Es importante que ISIS no consiga su objetivo de difundir desinformación estratégica. Ha tenido cierto éxito. Antes de los ataques de París el Gobierno sueco había empezado a cerrar sus fronteras. Después de los atentados, el Gobierno polaco anunció que no aceptaría los 9.000 refugiados que la UE había asignado a Polonia para su reasentamiento. Un pasaporte sirio fue encontrado cerca del cadáver de uno de los terroristas suicidas en el Estadio de Francia, y su descubrimiento fue como un dedo señalando sospechosamente a otros refugiados. Si ISIS dejó el pasaporte, tenía razones para hacerlo. No quiere que Europa dé un hogar a quien huye de su califato.

Hasta ahora, no pocos líderes europeos han sido capaces de ver más allá de la campaña de desinformación estratégica de ISIS. El líder de la Comisión Europea y el portavoz del Parlamento han declarado que Europa no debe permitir que ISIS dicte los términos de su política de refugiados. Por otro lado, en EE.UU. gobernadores estatales y candidatos republicanos han pedido que se prohíba la entrada en el país a refugiados sirios. Esto es miedo disfrazado de prudencia. Canadá, Australia y Gran Bretaña, países que han sido atacados por terroristas, no han retrocedido en su compromiso de recibir refugiados sirios, y EE.UU. tampoco debería hacerlo. Prohibirles la entrada en la frontera estadounidense permitiría al enemigo disponer los términos de la batalla. Estados Unidos tiene todos los argumentos —morales, humanitarios y estratégicos— para negarse a ceder al miedo y seguir dando refugio a quienes escapan de la barbarie.

Morir en el Mediterráneo

Los ataques de París hacen que se olvide fácilmente un hecho escandaloso: 3.329 personas han muerto en lo que va de año tratando de cruzar el Mediterráneo hasta Europa. Las muertes aumentan cada semana. Se ahogan a escasa distancia de la isla griega de Lesbos o de la italiana de Lampedusa. Otros mueren atrapados en el interior de camiones refrigeradores en carreteras de Austria o en el túnel que cruza el Canal de la Mancha tratando de llegar a Gran Bretaña. A medida que llega el invierno, algunos morirán a la intemperie en el camino para cruzar los Balcanes. Futuras generaciones preguntarán cómo pudo ser que los líderes europeos permitieran que esto pasase.

Hannah Arendt, exiliada en 1933, renunció a su ciudadanía alemana en 1937. Más tarde huyó a la Francia de Vichy y finalmente llegó a Nueva York en 1941. También ella se preguntaba cómo Europa había traicionado a los que carecían de Estado en su tiempo. En 1948, en Los orígenes del totalitarismo, observó que lo que da a los seres humanos el “derecho a tener derechos” es la ciudadanía. Las personas sin Estado, concluía, deberían tener derechos simplemente porque son humanos, pero su experiencia le había enseñado una lección distinta. “Si un ser humano pierde su estatus político debería, de acuerdo con las conclusiones de los derechos congénitos e inalienables del hombre, hallarse exactamente en la situación que atendían las declaraciones de esos derechos generales. En realidad, lo que sucede es lo contrario. Parece que un hombre que no es nada más que un hombre ha perdido las cualidades que hacen posible que otras personas le traten como a un hombre más.”

Huyen de la muerte violenta

El pasaje de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, la Convención del Refugiado de 1951 y la Convención Europea sobre los Derechos Humanos de 1953 debían dar a los sin Estado el derecho a tener derechos. Los estados que firmaron esos documentos no podían dejar que la gente sin Estado se ahogara en sus aguas y no debían mandar a esas personas de nuevo a casa si existía la posibilidad de que fueran torturadas; tenían derecho a una audiencia para expresar sus razones para quedarse.

Cualquiera, en palabras de la Convención del Refugiado, que huyera por un “miedo bien fundado a ser perseguido” tenía derecho a reclamar estatus de refugiado en cualquier país que ratificara la convención. Gracias a la revolución de los derechos humanos que tuvo lugar después de 1945, Europa creía haber demostrado que Arendt estaba equivocada. Ahora que hemos visto a un niño muerto, empapado sobre la arena de una playa turca, es posible que Arendt estuviera en lo cierto.

La Convención del Refugiado de 1951 ha quedado abrumada por la realidad de 2015. Los 11 millones de personas que han huido de Siria no están, en su mayor parte, huyendo literalmente por el “miedo bien fundado a ser perseguido”. Huyen de la muerte violenta: de las bombas de Al Asad, de los ataques aéreos de Rusia y Estados Unidos, de las decapitaciones de ISIS, de los asesinos de las milicias y de la persecución. La ONU autorizó una nueva doctrina en 2005 —la responsabilidad de proteger (R2P por sus siglas en inglés)— que exigía la intervención estatal cuando un tirano como Al Asad declara la guerra contra sus propios ciudadanos, pero la responsabilidad de proteger es papel mojado en Siria.

Una zona segura en la frontera turca, protegida por cobertura aérea y soldados en el terreno, podría haber dado refugio a poblaciones desplazadas, pero nadie excepto los kurdos aportó las tropas necesarias para hacerlo, así que proteger a los desplazados en el interior de Siria ha dejado de ser una opción viable. Por lo que respecta a un alto el fuego que permitiera a la población civil siria regresar al territorio controlado por el Gobierno o por los rebeldes, es un espejismo cruel. El reasentamiento en otra parte es la única medida práctica para el futuro inmediato.

Cuando el niño ahogado en la playa turca apareció en la televisión estadounidense en septiembre, 72 congresistas y 14 senadores demócratas, y unos cuantos republicanos, se alinearon con el USA Refugee Council y otras agencias de reasentamiento del país para pedirle al presidente Obama que aceptara a refugiados sirios. Su respuesta —aumentar la cuota hasta 10.000, después hasta 15.000— no satisfizo a nadie.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha identificado a 130.000 refugiados sirios en campamentos situados en Turquía, Líbano y Jordania que necesitan estatus permanente de refugiado en otros países porque son singularmente vulnerables —huérfanos, por ejemplo, o víctimas malheridas a causa de la tortura o un ataque reciente—. ACNUR ha pedido a Estados Unidos que acoja a la mitad de ellos, es decir, a 65.000 personas. El Gobierno de Washington responde que necesitará entre 18 y 24 meses para procesarlas: todo el mundo debe ser investigado en al menos dos ocasiones para que no se cuelen células durmientes de terroristas. Además, Estados Unidos ya ha hecho suficiente: aporta buena parte —450 millones de dólares— de los fondos que ACNUR necesita en Siria.

Apoyar a Merkel 

Antes de los ataques en París, las encuestas decían que los estadounidenses estaban a favor de ayudar a los refugiados. Tras los atentados, se puede dar por hecho que ya no es así. Siguiendo los deseos de la sociedad, es probable que la Administración Obama siga tratando la crisis europea de los refugiados como si fuera responsabilidad, básicamente, de la canciller alemana Angela Merkel.

Esto es un error político además de una equivocación moral. Si no le ofrece a la canciller un apoyo tangible aceptando refugiados, Estados Unidos debilita a Merkel en Alemania y acelera su caída. Aceptando tan pocos refugiados sirios —ha admitido solo 1.854 desde 2012— mientras sus aliados europeos trastabillan ante una inundación de humanidad, Estados Unidos fortalece la derecha populista antiamericana y antiinmigración en todo el continente. Si la inacción estadounidense apresura la llegada al poder en Francia de demagogos reaccionarios antiamericanos como Marine Le Pen, la Administración Obama tendrá su parte de culpa. La solidaridad de Estados Unidos con Europa siempre importa, pero importa especialmente ahora que Rusia está desafiando las fronteras orientales de Europa.

No ayudando a Europa, Obama permite que líderes del este del continente como el húngaro Víktor Orbán se acerquen aún más a la órbita rusa y diseminen la repulsiva ficción de Vladimir Putin de una Europa cristiana cercada por hordas musulmanas. Los estadounidenses pueden pensar que la crisis de refugiados no es asunto suyo, pero los europeos piensan cada vez más lo contrario. Al igual que los refugiados. La huida de Siria es un plebiscito masivo sobre el fracaso de la política estadounidense y occidental en Oriente Medio. Los sirios han llegado a la conclusión de que la guerra subsidiaria Estados Unidos-Arabia Saudí-países del Golfo para derrocar a Al Asad ha fracasado, que su país arderá hasta las costas antes de que el alauita se marche, que la paz no regresará hasta que sus hijos hayan crecido. Y que aunque la paz llegue, no habrá nada a lo que regresar en Homs, Kobane o Alepo.

La responsabilidad de EE.UU.

Los sirios están ahora abandonando campamentos de refugiados en Jordania y Líbano, donde las cartillas de racionamiento del Programa Mundial de Alimentos han caído a 50 céntimos al día y donde el programa de ACNUR para Siria carece de un 50% de los fondos que necesita. Sus teléfonos móviles les dijeron al instante, a finales de agosto, que Alemania no exigía los requerimientos para los visados y por tanto se dirigen al norte. No es la locura sino la desesperación política lo que lleva a madres y padres a arriesgarse a que sus hijos se ahoguen durante la búsqueda de seguridad y una nueva vida.

Están acudiendo en masa a una Alemania escindida entre querer demostrar, con la calidez de su bienvenida, que ha superado su tormentoso pasado y la pregunta de cómo asumir un flujo imparable. Estados Unidos no puede permitirse dejar que la grieta con Alemania se ensanche aún más. Los alemanes tienen buenas razones para creer que mientras ellos asumen las consecuencias del colapso de Siria, es Estados Unidos quien tiene la responsabilidad de sus causas. Incluso el ex primer ministro británico, Tony Blair, ha reconocido que el ascenso de ISIS y la desintegración de Siria están entre las catastróficas consecuencias de la invasión estadounidense de Irak en 2003.

La canciller Merkel no podía haber imaginado lo que se echaba encima al abrir las fronteras alemanas, y debe haberse quedado asombrada por la velocidad con que la esperanza viaja a través del teléfono móvil a lo largo de la ruta migratoria. Cuando un fotógrafo de la revista Time pidió a unos refugiados que le mostraran su posesión más preciada, muchos le enseñaron el móvil. Ahora que las cadenas de migrantes y refugiados disponen de tecnología, la riada, con frecuencia guiada por contrabandistas profesionales, encontrará la manera de sortear cada nueva barrera que se ponga en su camino.

En los centros que los alemanes han instalado en barracones militares fuera de uso (visité uno en el norte de Múnich a finales de octubre), funcionarios y voluntarios exhaustos tratan de separar a los refugiados —la mayoría sirios— de migrantes procedentes de lugares menos atormentados. Los kosovares, albaneses, serbios, macedonios y montenegrinos son enviados de vuelta, al igual que los paquistaníes, afganos, somalíes, eritreos e incluso libios.

Merkel se arriesga a perder el poder si no es capaz de demostrar que tiene las fronteras bajo control. Se ha negado, hasta ahora, a sellarlas con alambre de espino y se ha negado, significativamente, a poner un tope en el número de solicitudes de asilo que Alemania procesará. Ambas decisiones son admirables, pero su supervivencia política depende de la rápida, pero legal, repatriación a terceros países seguros de quienes no cumplen los requisitos. También en otras naciones la legitimidad política del reasentamiento de refugiados depende de la decisión de repatriar a los migrantes económicos. Pero las decisiones caso a caso sobre quién es un migrante y quién un refugiado están condenadas a ser arbitrarias. Afganos, libios y somalíes afirmarán también que huyen de una muerte violenta, y puede que sea imposible mandarles de vuelta.

El régimen de la Convención del Refugiado de 1951 ya no es adecuado porque, como ya se ha dicho, la mayoría de refugiados no huye de un fundamentado miedo a ser perseguidos, como lo describe la convención, sino de un fundado miedo a la muerte violenta en estados arrasados por la guerra civil o aterrorizados por tiranos. El mundo necesita urgentemente un nuevo régimen migratorio —basado en un carné de identificación biométrica autorizado internacionalmente, con una fecha de entrada permitida y una de salida obligatoria— que legalice los flujos de sur a norte, de modo que los países del sur se beneficien de las remesas enviadas a casa y los del norte se beneficien del trabajo y el ingenio que sus envejecidas poblaciones necesitan.

Una nueva realidad

El flujo de personas —la Organización Internacional para las Migraciones estima que hay unos 60 millones de desplazados en el mundo, frente a los 40 millones en 2000— desnuda una nueva realidad. En el orden de la guerra fría, con tiranía, fronteras cerradas y comunicaciones limitadas, las víctimas de abusos de los derechos humanos quedaban encerradas en su país junto a sus opresores. Ahora, en la era de fronteras abiertas y salida libre, la gente se desplaza y, con ella, la distancia que había entre las zonas de peligro y las zonas seguras se ha desvanecido.

Las naciones del norte que no invierten en la estabilidad de sus vecinos en el sur acabarán viendo a la gente del sur —y también a terroristas— a las puertas de su casa. Los europeos acaban de anunciar más miles de millones en ayudas a estados africanos para que fortalezcan sus controles fronterizos, mejoren sus derechos humanos y fortifiquen sus instituciones. La ayuda al desarrollo tiene ahora un nuevo y poderoso motivo: el control migratorio. Este motivo debería estar conformando la política estadounidense en los países cercanos a sus fronteras que generan migrantes: México, Honduras, El Salvador y Guatemala. Hasta ahora, Estados Unidos ha hecho poco por revertir las causas —Estado fallido, violencia de bandas y una tasa de homicidios estratosférica— que producen un continuado flujo de niños migrantes desde estos países.

En lugar de estabilizar sociedades fracasadas antes de que refugiados desesperados empiecen a llegar, la reacción estadounidense ha sido dificultar la entrada. Estados Unidos acepta un gran número de inmigrantes como residentes permanentes (alrededor de un millón al año) mientras reduce el número de refugiados. La admisión de refugiados cayó en picado después del 11 de septiembre y solo ahora se recupera, con unos 70.000 anuales. Después de los ataques de París, las preocupaciones por la seguridad pueden resultar en una reducción aún mayor en las admisiones de refugiados en Estados Unidos, a pesar de que los hechos sugieren que las preocupaciones de seguridad son gestionables.

Según el Migration Policy Institute en Washington, desde el 11 de septiembre Estados Unidos ha aceptado 784.000 refugiados. De esos, solo tres han sido detenidos después con acusaciones relacionadas con el terrorismo. El miedo genera malas estrategias. Una política mejor empieza por recordar unos Estados Unidos mejores.

En enero de 1957, nada menos que Elvis Presley cantó una canción espiritual llamada “There Will Be Peace in the Valley” [Habrá paz en el valle] en The Ed Sullivan Show para alentar a los estadounidenses a dar la bienvenida y realizar donaciones a refugiados húngaros. Después del colapso de Vietnam del Sur en 1975, el presidente Ford ordenó la creación de una fuerza de trabajo conformada por varias agencias para reasentar a 130.000 refugiados vietnamitas. Más tarde, Jimmy Carter encontró espacio en Estados Unidos para los vietnamitas que huían en botes. En 1999, en un solo mes, Estados Unidos tramitó los permisos de 4.000 refugiados kosovares en Fort Dix, Nueva Jersey.

Estos ejemplos muestran lo que podría hacerse si el presidente autorizara una rápida adecuación de las instalaciones militares estadounidenses y si Estados Unidos procesara y repatriara a refugiados directamente desde estados fronterizos como Jordania, Líbano y Turquía. Como ha dicho desde septiembre Gerald Knaus, de la European Stability Initiative, la tramitación directa en los campos reducirá las muertes por ahogamiento en el Mediterráneo. Si Europa y Estados Unidos les muestran una salida segura, los refugiados no se arriesgarán a pagar a traficantes que utilizan botes de goma.

La Administración Obama debería decir que sí a la llamada de ACNUR a aceptar 65.000 refugiados a la mayor velocidad posible. Agencias en todo el país —así como comunidades religiosas de todas las fes— han dicho que asumirán la responsabilidad del reasentamiento y la integración. Si el Gobierno liberal de Canadá puede aceptar 25.000 refugiados directamente desde Turquía, Líbano y Jordania y procesar las comprobaciones de seguridad en bases del ejército canadiense, Estados Unidos puede hacer lo mismo con 65.000.

Asumir 65.000 refugiados solo aliviará una pequeña parte de un flujo de 4,1 millones, pero es un gesto político esencial diseñado a alentar a otros aliados —Australia, Nueva Zelanda, Brasil, Argentina— y otros países de inmigrantes a hacer su parte. El objetivo estratégico es aliviar la presión de los tres estados fronterizos. El reasentamiento de refugiados por parte de Estados Unidos es también el reconocimiento de un hecho que ellos están tratando de contarnos: aunque la paz acabe llegando a su atormentado país, no habrá vida para todos en él. Una vez Estados Unidos deje de comportarse como un perplejo espectador que mira cómo un vecino intenta apagar un incendio, podrá presionar a aliados y adversarios por igual para que palien la escasez de fondos en los programas para refugiados gestionados por ACNUR y el Programa Mundial de Alimentos. Uno de los motores del éxodo de este verano fue una repentina reducción, causada por falta de fondos, en la ayuda a los refugiados en forma de comida. Esas agencias siguen sin recursos para dar cobijo y alimento a gente que huye de Siria.

China, Rusia y Arabia Saudí 

Ahora que ISIS ha derribado un avión ruso sobre el Sinaí y bombardeado a civiles en París, Beirut y Ankara, Estados Unidos tiene que utilizar sus políticas de asilo para contribuir a estabilizar a sus aliados en la región. La presunción de que puede mantenerse al margen de la crisis de refugiados es jugarse de una manera completamente irresponsable la estabilidad de Jordania, donde los refugiados son un 25% de la población total, de Líbano, donde refugiados en su mayoría suníes, que apenas disponen de campamentos, ya están desestabilizando el agónico y frágil orden multiconfesional, y de Turquía, donde la carga de asumir a casi dos millones de refugiados está empujando a un cada vez más autoritario régimen de Erdogan a los brazos de Vladimir Putin.

Es el momento de que Estados Unidos desenmascare el farol de China y Rusia, miembros del Consejo de Seguridad, y les recuerde que si quieren ser tomados en serio como líderes globales deben pagar lo que les toca. Los chinos han hecho poco o nada para el alivio de la crisis de refugiados en Oriente Medio, y los rusos están creando enérgicamente más refugiados con su campaña de bombardeos mientras aportan unos irrisorios 300.000 dólares a la llamada de ACNUR en Siria. Por lo que respecta a los saudíes, el país más rico de la región, han aportado menos de tres millones de dólares.

La estrategia estadounidense podría empezar con el reconocimiento de que los refugiados representan un reto para la seguridad nacional además de una crisis humanitaria, y que ayudar a Europa a lidiar con ellos es crítico para la batalla contra el nihilismo yihadista. Si Europa cierra sus fronteras, los estados fronterizos no podrán seguir resistiendo. Estados Unidos y Occidente se encontrarán con millones de personas sin Estado que nunca olvidarán que se les negó el derecho a tener derechos.

En una batalla contra el extremismo, dar esperanza a gente desesperada no es caridad, es simple prudencia. Estos intereses nacionales demandan que un alto el fuego en Siria se vuelva tan importante para la Administración como el acuerdo con Irán.

No hay prioridad mayor en el último año de la presidencia de Obama. Acoger 65.000 refugiados apoya a los europeos más generosos —Alemania y Suecia— y ayuda a avergonzar a los peores. Asistir a los estados fronterizos —Jordania, Líbano y Turquía— con la carga de refugiados ayuda a preservar la estabilidad que queda en la región y refuta la presunción de que Estados Unidos los ha abandonado. En una guerra contra el nihilismo yihadista, en un mundo de estados que se vienen abajo y guerras civiles, una política para los refugiados que se niegue a capitular ante el miedo debe estar en el centro de toda estrategia estadounidense y europea.

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