Columna
La Opinión de Málaga, 15.10.2018
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España

La reputación es algo que se gana con esfuerzo y se puede perder en un momento. Mohammed bin Salman, o MbS como se le conoce, es el hijo del anciano Rey Salman de Arabia Saudita y heredero del trono desde que hace un año desbancó a su primo Mohammed bin Nayef en una conspiración palaciega. Durante el último año, el joven e impulsivo MbS ha maniobrado para hacerse con todos los resortes del poder y convertirse en el hombre fuerte de Riad. Lo ha conseguido. A él no le costó conseguir una reputación que le vino dada de nacimiento pero ahora la está perdiendo.

En una sociedad hiperconservadora dominada por una monarquía feudal, su llegada fue vista por muchos como un soplo de aire fresco indicador de que las cosas podían comenzar a cambiar en el Reino del Desierto y esta percepción se intensificó cuando lanzó su agresivo Plan 2030 con el ambicioso propósito de disminuir la dependencia del petróleo y diversificar la economía. Este programa se completaba con la privatización del 5% de la petrolera estatal ARAMCO, de la que MbS esperaba obtener 100.000 millones de dólares (cifra que algunos analistas consideran excesiva aunque las reservas de petróleo son un secreto bien guardado) y con una apertura paralela de las costumbres, con hitos tan «revolucionarios» como permitir conducir a las mujeres o autorizar las salas de cine en el país.

Lo que pasa es que un año más tarde se le está acabando el crédito a medida que comete errores o quizás muestra su verdadera cara.

En política interior organizó una redada de príncipes y grandes empresarios con la excusa de luchar contra la corrupción pero que muchos pronto consideraron parte de un ajuste de cuentas para eliminar rivales y afirmarse en el poder. Y entre tanto, la estrella de su programa de reformas, el lugar de donde debe salir el dinero para financiarlas, que es la venta de acciones de ARAMCO se está retrasando. MbS mantiene su popularidad con los jóvenes pero parece perder apoyos entre sectores influyentes como son los clérigos wahabitas y la extensa comunidad de príncipes (unos 3.000) porque ha roto delicados equilibrios entre familias que hasta ahora nadie había osado tocar. Y encima se ha hecho un yate de 500 millones de dólares.

En política exterior su carácter impulsivo le ha llevado a cometer un error tras otro interfiriendo en la política interna de Líbano al forzar una rocambolesca y efímera dimisión del primer ministro Hariri; provocando con un motivo falso una pelea con el Emir de Catar que ya dura más de un año; metiéndose en una guerra en Yemen que deja muchas víctimas civiles y pone al descubierto la ineficacia de sus Fuerzas Armadas, sin que se vea una salida; y encabezando con Israel la oposición regional a la República Islámica de Irán como peón de Washington. Por el momento los costes son muy elevados y los resultados no se ven por ningún lado.

Y estos días MbS se ha metido en otros dos jardines complicados. Por una parte ha roto relaciones diplomáticas con Canadá cuando éste país ha expresado «su grave preocupación» por la detención de Samar Badaui y otras activistas de derechos humanos y, en especial, de los derechos de las mujeres. Su hermano Raif, conocido bloguero editor de Global Saudí Network, también está detenido. Raif recibió en 2015 el premio Sakharov que otorga el Parlamento Europeo. El enfado de MbS por lo que ha considerado una «violación de la soberanía» y de «la Judicatura del Reino» ha sido tal que ha expulsado a la embajadora de Canadá, ha decretado sanciones económicas y comerciales además de prohibir inversiones y vender activos canadienses en fondos saudíes, ha ordenado el regreso de 16.000 estudiantes en el país norteamericano y la suspensión de tratamientos hospitalarios que ahora deberán continuar en otro lugar, y ha decretado la suspensión de los vuelos de Saudia a Canadá.

El resultado es que estas medidas han provocado una crisis diplomática muy seria aunque Ottawa no ha dado marcha atrás y su primer ministro, el liberal Justin Trudeau, ha dejado claro que «defenderá siempre los derechos humanos en Canadá y en el resto del mundo». En el aire queda ahora un contrato de 11.500 millones de dólares para la venta de vehículos blindados, aunque a principios de este año Ottawa ya congeló la venta de helicópteros militares a Filipinas a la vista de las barbaridades que allí hace el presidente Rodrigo Duterte. ¿Les suena?

Y ahora acaba de estallar otro escándalo con la desaparición de un periodista saudí crítico con el régimen cuando visitó el pasado martes el consulado de su país en Estambul. Jamal Khashoghi entró y nunca se le ha vuelto a ver. Los funcionarios dicen que salió pero su novia lo niega. Lo que se sabe es que quince personas conectadas a los más altos niveles en Riad que apuntan al mismo MbS llegaron a Estambul el mismo martes, estuvieron en el consulado y regresaron luego a su país. Se sospecha que tuvieron que ver con su misteriosa desaparición y fuentes turcas afirman que fue asesinado y su cuerpo troceado con una sierra. Los disidentes saudíes por el mundo están aterrorizados mientras aumenta la crisis diplomática entre Riad y Ankara, que pide explicaciones y no las consigue. Últimas noticias indican que los saudíes han aceptado formar una comisión conjunta para investigar el caso.

Son cosas que afectan a la imagen del príncipe heredero saudí. Tan solo un año después de su nombramiento parecen difuminarse las esperanzas que suscitó su llegada.

No hay comentarios

Agregar comentario