Navidad en Santiago

Jaime Undurraga M.[1]

¡Temible día el 24 de Diciembre para pasarlo en Santiago!

I

Para comenzar, suele ser uno de los días más calurosos del año. Uno va a la oficina a hacer nada, salvo deambular por los diferentes pisos, saludando a  los  amigos, haciendo bromas alusivas, y descubriendo que aún faltan dos o tres regalos que comprar.

Además, siempre se forman comités de emergencia, cuando alguien llega y pregunta:

“Estoy liquidado, aún no le he comprado nada a mi señora. Y no se me ocurre qué cosa ¿Alguien tiene alguna idea?”

Ahí comienza una asesoría que hace surgir las verdaderas personalidades escondidas entre la burocracia oficinesca. Unos sugieren un I-Pad, a lo cual el interesado responde que ya tienen uno, para no quedar al descubierto que ya no le queda un peso y que está totalmente fuera de su presupuesto. Otro le propone algo artesanal mapuche, para poner en el living o unas cuelgas para maceteros en el jardín (esas de cáñamo que las hace una sobrina; en realidad, su hija pero es mejor no decirlo). También están los intelectuales que recomiendan libros para crecer interiormente ( “No digas SI cuando quieres decir No”, etc). Después están los semi-deportistas que recomiendan bolsa para playa con traje de baño y toalla incluida; o paletas hechas con madera nativa.

En fin, después de numerosas ideas, el pobre tipo queda más perdido que nunca y termina comprándole un CD en la vereda con música de la época en que se conocieron (no hay que

fijarse en el precio sino en el gesto)

II

Mientras tanto, en la casa, se aproxima la hora fatal en que empieza oficialmente la Pascua. La mujer ha ido a comprar los últimos regalos que -of course- no estaban presupuestados. Uno llega a la casa,  después de haberse tomado la consiguiente champaña tibia y un pedazo de pan de pascua seco como piedra pomes, con la idea de no hacer nada hasta que llegue la terrible hora en que empieza la perenigración familiar pascuera. Pero ello no es posible.

De los no más de diez regalos que re-juraron hacer al comenzar a planear la Navidad, ya van en 25. Esta planeación se produce alrededor de los últimos días de Noviembre y siempre se usa la misma frase:

“Este año sí que sólo le haremos regalos a los niños; porque la

Pascua es la fiesta de ellos. Así que, nada para nadie que no sea

niño!   Sólo los hijos y los ahijados!”

En realidad, uno se siente mejor y piensa en lo barato que le va a salir. Pero, seamos honestos, nunca resulta. Aparecen, por ejemplo, las llamadas asesoras del hogar o nanas (antes  empleadas),  que  uno  sabe  que  tiene  que “comprárselas” para que no pongan tanta mala cara cuando nos dejamos caer con gente a comer sin avisar, etc. ¡Siempre surgen mucho más personas!

Ello, creo, se debe a dos razones fundamentales: una, que los grandes nos sentimos niños (" ese niño que todos  llevamos dentro"); y, otra, que nos encanta regalar y verle la cara al otro

cuando abre el regalo (y nos encanta que nos digan “es que te pasaste”).

III

Todo esto pasa por la cabeza mientras uno trata de descansar antes de la vorágine de la tarde que se avecina. Entonces, qué mejor que ver tele. Y comienza otro drama. ¿Se han fijado lo que dan en la tele el 24 de Diciembre después de almuerzo ? Es impresionante. Unas películas sobre la vida en Nazaret de la década del cincuenta; otras de romanos con Victor Mature, con su típica cara de tener acidez permanente; Heidi en Navidad, con esa rica sensibilidad navideña de los japoneses; un reportaje de algún móvil en un mall en que le pregunta a los chilenos qué significa para ellos la Navidad. Tampoco falta la ineludible mesa redonda de políticos que hablan sobre la Navidad y su verdadero significado para el país. Lo más espantoso es cuando les preguntan qué le regalarían a los chilenos (puros lugares comunes). Por supuesto, todo esto con cortes comerciales cada tres minutos, con las últimas ofertas de la tarde. En fin, un desastre.

IV

A propósito, la tarde del 24 se puede dividir en dos grandes grupos: aquella en que uno sale a celebrar la Pascua en otra casa y la que se celebra en casa de uno, pero a donde otros vienen. En cualquiera de los dos casos, suele ser funesto igual.

Los  niños, por lo general, están  en  un  estado de  excitación espectacular porque, aunque tienen que hablar del Viejito Pascuero (aunque no crean ni jota), ya saben que la mamá tiene el closet lleno  de  paquetes.

Como uno trata de descansar, llegan a preguntarle si cree que el Viejito les traerá los regalos que pidieron (y que uno sabe que es absolutamente imposible comprarlos). Si se acercan a preguntarle a la mamá, pueden irse de cachetada sin apelación, ya que el estado de ella está al borde del ataque de nervios: o porque tiene que arreglar tantas cosas todavía antes de salir, o porque viene gente a la casa y todavía " ni ha entrado a la cocina ".

Tipo 5 de la tarde,  el espíritu navideño está al filo de la inexistencia. Belén podría ser una antesala de los peores centros de tortura de Hitler, si fuera posible. Uno ocupado por puros miembros del ISI. Es la hora en que se amenaza a los niños con las cosas más horribles, con tal que se queden tranquilos:

-“si sigues fregando a tu hermana voy a llamar al Viejo Pascuero para que no te traiga nada y que rompa lo que te iba a traer” (ni la DINA habría sido tan cruel).

- “Esta noche no va a ningún lado y se queda solo!”. Etc.

V

Finalmente llega la hora de salir. Todos los niños peinados y retados (¡es la fiesta de los niños!), y se toma rumbo hacia la casa de los padres de la señora, lo cual corresponde a una prioridad no escrita en el Derecho Chileno,  pero absolutamente implacable. Siempre uno va primero a la casa de los suegros. Camino por la Kennedy hacia abajo (por lo general, los  abuelos viven más abajo) y al pasar frente al Parque Arauco, la señora pone una cara de horror, similar a la que pone la madre de la película " Mi pequeño angelito" cuando se da cuenta en el avión que se le quedó un niño, y grita: “¡Me acabo de acordar que no le tengo regalo a la Marisol mi hermana! ¡Para gordo un segundo y me bajo rapidito!”.

El tipo pone cara de espanto, porque los autos ya están estacionados hasta en la pasarela peatonal sobre la avenida. Pero, llegar sin regalo para la hermana (cuñada) sería un drama. En el estacionamiento del Parque Arauco vuelve a surgir vívidamente el espíritu navideño. Uno no se agarra a balazos porque no dejan portar armas. Al interior del vehículo, los niños ya no dan más de excitación y de lata; se despeinan y pelean por cualquier tontera. El ambiente navideño en su apogeo.

Se retoma el viaje y uno ya va agotado y transpirado. El tráfico es como un gran pesebre pero lleno sólo de burros; un desastre.

Llegamos. Saludos, abrazos, se depositan los regalos en la chimenea, que es para lo único que sirve ahora. Los niños ya son muchos y corren por todos lados aún más excitados y en un lugar que,por lo general, es más pequeño que el de la casa; por lo tanto se nota más. Empieza el "Cola de Mono" (el trago más abominable que se haya inventado) y se parte el Pan de Pascua (¡de nuevo!), que lo hace una señora amiga y que “no tiene nada que ver con los que venden en el supermercado”. Se come " en familia", lo cual suele significar comer a los gritos, porque con la bulla que meten los niños no se puede conversar en decibeles normales o tolerables.

VI

Finalmente ¡ los regalos!. Momento culminante de esta fiesta de los niños. Pero los grandes están igualmente expectantes aunque tratan de disimularlo. Siempre hay una pariente que asume el papel de "cantar" los regalos a todo chancho: para la Gabrielita; para el Chumingo; etc. Igualmente, se empiezan a mirar (los grandes más disimulados que los chicos) para ver quién tiene más regalos. Vale la pena fijarse en el pobre cabro de 7 años que recibe como regalo un par de calcetines de la tía Chepita que, para terminar de liquidarle la psiquis, le pregunta; ¿te gustan? porque si no los podemos cambiar.

En el ranking de los malos regalos, cuando uno era chico, estaban -en primer lugar- las prendas de vestir, luego los libros, seguidos por los juegos didácticos que enseñan algo. Uno quería , en lo posible, todo a pila y que metiera harto ruido.

En el  intertanto,  se producen unas carreras a la cocina para entregarle el regalo a la empleada  de los abuelos (¿ se han fijado que los abuelos nunca tienen Nana?). Igualmente, el grupo familiar empieza a desaparecer entre los papeles de envolver los regalos. También la tradición indica que los niños deben probar todos los regalos inmediatamente. Ahí se empiezan a perder las primeras piezas del puzle; o se le rompe la patita a la tapa de las pilas; etc. Y comienzan los primeros dramas infantiles. Para el adulto que lo regaló, comienza la rabia de haber gastado en un juguete que no duró ni media hora (¡cabro de mierda!).

VII

Llega la hora de partir a la otra Pascua, en casa de los papás del marido (o familiares de ese lado). Cuando uno sale a la calle, pareciera que todo el mundo anda en lo mismo. Tráfico infernal; autos llenos de cabros chicos que apuntan con pistolas de agua; mamás que los mechonean de lo lindo; o enanos ya durmiendo y con el estómago lleno de galletas de mantequilla concentrada (de esas que hacen en el Hemisferio Norte, donde la Navidad se celebra a menos 20 grados, por lo menos)

Se llega a la otra casa, donde ya han pasado por el mismo ritual; donde le vuelven a ofrecer Cola de Mono pero ahora con torta. Vuelta a entregar y abrir regalos y ya, ahora, el ruido interno de la casa se aumenta con el ruido externo de los petardos que tiran los cabros en la calle (para eso se los regalan, para que salgan de la casa).

¿Por qué tiramos petardos en Navidad ? ¿Se imaginan que los Reyes Magos hubieran llevado cuetes cuando fueron al pesebre? Habría quedado la tendalada y se habría incendiado todo. Fuera del tratamiento psiquiátrico para toda la familia, incluido pastores, reyes magos y otros comensales.

VIII

Tipo 2:30 am, comienza la retirada final hacia el hogar, cuando ya la señora le ha dicho alrededor de cien veces al marido: ”¡Vámonos!”. Por lo general, ya quedan pocos niños en pie. El resto duerme en los sillones con pérdida de conciencia. Los que están despiertos aún, o les duele la guata o están "sobre excitados" (antes se decía rabiosos ), hay que subirlos en brazos al auto y volver a la casa a buscar los regalos, que ya no caben.

Cuando uno llega a la casa ya no lo puedecreer. ¡Sobrevivimos! Y viene la promesa absoluta: "el próximo año, te juro que sólo a los cabros chicos; esto es una locura". Y los pelambres de la noche se dejan para el próximo día, cuando se “comente" la Pascua.

¡Qué manera de complicarnos la vida y qué perseverancia para volver a hacer lo mismo!

[1] Abogado, consultor de empresas y colaborador de OpiniónGlobal.-

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