Neopopulismo y el fantasma de los Somoza

Editorial
OpinionGlobal, 24.11.2016

El tema del populismo ha vuelto a surgir con fuerza tras el sorpresivo triunfo electoral del excéntrico Donald Trump. No obstante haber fallado en sus pronósticos, ahora los analistas tratan de escudriñar cuáles fueron las razones que le dieron la victoria a este hombre de negocios fanfarrón, mentiroso, antiliberal, antiglobalización y políticamente incorrecto en sus estrategias y declaraciones.

Entre las variadas interpretaciones, destacan aquellas que hablan de un cambio de época, signo de los tiempos. Hay preocupación, por ejemplo, ante el impacto que pueda tener el presidente electo norteamericano tanto en las propias instituciones democráticas de su país, en los gobiernos y grupos de ultraderecha europeos, como en el giro proteccionista que pueda tomar el sistema internacional si se cumplen sus diatribas contra México, China y los tratados de libre comercio, o bien, su eventual entendimiento con Putin para la lucha contra el terrorismo internacional. A muchos no le gustan estos cambios y desearían que el Trump presidente sea distinto al Trump candidato. Si bien las primeras manifestaciones y designaciones de colaboradores tras la victoria evidencian una relativa morigeración, la impronta de este gobernante-celebridad sería la consolidación de un nacionalismo populista norteamericano.

Si en los EE.UU. y Europa golpea con fuerza un neopopulismo derechista (salvo Syriza en Grecia y Podemos en España), el fenómeno en América Latina -nadando siempre contra la corriente- estuvo marcado por una tendencia al neopopulismo izquierdista (Foro de Sao Paulo). Ello, hasta que se dieron los refrescantes cambios en Argentina y Brasil, así como los asomos primaverales en Bolivia (derrota de Evo en el referéndum) y Ecuador (no reelección de Correa).

Sin perjuicio de esa tendencia, y algo opacado por el tráfago de la campaña presidencial en los EE.UU., la elección previa de la pareja Ortega-Murillo en Nicaragua fue un recordatorio de que la democracia latinoamericana no está libre de embates. La carrera hacia el poder total en que se empeña el mencionado dúo nos revela que la última trinchera del ALBA en la región no será fácil de rebasar: la sempiterna dictadura cubana (mientras vivan los Castro), la huida hacia adelante del chavismo venezolano (transición militar pero sin Maduro?), y el nepotismo sandinista en Managua (el fantasma de los Somoza). Repasemos algunos a antecedentes sobre este último particular.

Nicaragua es miembro del ALBA y un aliado cercano del eje castro-chavista. Está siguiendo al pie de la letra la estrategia del Foro de Sao Paulo, en el sentido de ganar el poder por la vía democrática pero copar y destruir todas las instituciones (congreso, FFAA, tribunales, prensa, etc.) para no entregarlo. En efecto, el régimen político nicaragüense ha devenido en la última dictadura de América Latina, avanzando en el sistema de partido único (se despojó a la oposición de la personería jurídica) y, de paso, consolidando una nueva dinastía a la Somoza.

Nicaragua es hoy el feudo familiar de los Ortega-Murillo, porque Daniel, el presidente, no tiene ninguna intención de dejar el poder: consiguió su reelección por cuarta vez y tercera consecutiva (1984-90/2006-11/2011-16), valiéndose de la última reforma constitucional en Nicaragua, que no sólo establece la reelección presidencial indefinida sino la posibilidad de elegir al Presidente en primera vuelta con mayoría simple de votos. Junto a Daniel, destaca su mujer y compañera inseparable desde los años 70 (esposa desde 2005), la antigua guerrillera Rosario Murillo, portavoz del gobierno y ahora vicepresidenta del país. Para muchos, la "Chayo" ha sido el poder detrás del trono desde hace tiempo, pues está en la línea de sucesión dinástica y está involucrada en la micro administración del gobierno, premiando y castigando, destituyendo y aprobando, removiendo ministros y ministras, haciendo y negando favores.

Pero la persona que más suena para suceder a Ortega en el poder a la larga es su hijo, Laureano Facundo Ortega Murillo, quien -como asesor presidencial para inversiones- puso en contacto a su padre con una firma china para la construcción de un canal interoceánico a través del Lago Nicaragua, con una inversión de 50.000 millones de dólares. A Laureano lo acompañan sus hermanos en instancias claves del país, desde ProNicaragua, la oficina encargada de promover las inversiones, hasta la distribuidora estatal de petróleo, además de cinco canales de televisión y tres radios entre otros medios de comunicación.

El poder de la familia Ortega-Murillo se completa por último a través del control de la mayoría de los medios de comunicación del país, dado que empresarios cercanos al presidente han adquirido canales de televisión, radios, periódicos y sitios web para acallar las críticas a su gestión. El régimen confía en su alianza con la empresa privada, porque ésta ha aprendido a no temer al discurso virulento del comandante Ortega en contra del imperialismo yanqui y el capitalismo. La regla de oro de la relación es que los asuntos políticos quedan excluidos de las mesas de concertación donde se tratan los temas económicos y se cimenta la corrupción.

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