No maten al mensajero: Manejo de crisis en tiempos de cólera

Columna
El Líbero, 10.02.2020
Enrique Subercaseaux M., ex diplomático, gestor cultural y director Fundación Voz Nacional
El caso del Dr. Li Wenliang es, por cierto, muy lamentable. Pero, sincerémonos, no es privativo del manejo de crisis de un régimen como el de la República Popular China. El liderazgo político, allí, aquí y en muchas naciones, está al debe.

Ha muerto el Dr. Li Wenliang, facultativo de la República Popular China, quien fue el primero en alertar a las autoridades de su país, y al mundo, de la gravedad del nuevo “coronavirus”, que hoy causa estragos, y pánico, a lo largo y ancho del mundo.

El gobierno chino desoyó, y luego atacó, las opiniones del Dr. Li. No es nada raro que así haya acontecido: los gobiernos del mundo se cierran a oír malas noticias, en especial las que no se pueden dimensionar en su totalidad, y que no sea clara cuál será la dinámica de su desarrollo.

También ha pasado en otras latitudes, con respecto a catástrofes naturales o, incluso, revoluciones moleculares disipadas.

No vamos a entrar en los detalles de este virus, cuyo desarrollo se ha caracterizado por una gran cantidad de información, no toda fiable o basada en información científicamente sólida.

Hay un claro contraste entre la tasa de mortalidad de este caso (un 2.1%) con la epidemia de SARS en 2002 (9.6%) o la de h1N1 (17.4%). Ha existido una sobrerreacción, normal en tiempos de comunicación instantánea “portátil”. Lamentablemente, fuera de las muertes y contagios que este virus origine, habrá muchas otras consecuencias derivadas de medidas y acciones, de diversos gobiernos, que se han tomado y no han sido meditadas con rigor y pausa.

Desde luego, las consecuencias económicas. China está quedando un poco aislada del mundo con la suspensión de una multiplicidad de conexiones aéreas con Asia y el resto del mundo. La facilidad de desplazamiento de sus ciudadanos se ha visto limitada en forma importante. Recordemos, por ejemplo, que el turismo chino es muy gravitante ya no solamente en Asia, sino en Europa y el resto del mundo. Esta industria ya está sufriendo estragos importantes.

Luego, el comercio internacional y los servicios de logística. Con la actual crisis se puede comprobar cuán conectada está China con el mundo. No solo como un comerciante neto (bien lo saben los exportadores chilenos de fruta y cobre), sino también como eslabón principal de la logística global: fabricación, almacenamiento y distribución de partes y componentes para una gama muy amplia de productos del comercio mundial: no solo informática y telecomunicaciones, sino también automóviles, maquinarias, industria farmacéutica y miles de otros productos en los cuales el insumo chino es parte esencial.

El manejo de la información, las expectativas y las ramificaciones políticas son esenciales en el manejo de una crisis.  Los regímenes totalitarios tienden a censurar parte importante de la información, dando lugar a flujos aún mayores de “fake news”. Paradójicamente, en ciertas ocasiones, los regímenes democráticos caen en estos mismos renuncios y sus consecuencias, lo que viene a demostrar cuán imperfecta es la democracia en estos tiempos de información plural, horizontal y cuasi-instántanea.

Aunque exista una tendencia a criticar a China, es claro que mucha agua ha pasado bajo el puente entre la crisis del SARS el 2002 y la actual. El tratamiento de la información ha sido sustantivamente más transparente y la cooperación multinacional ha sido bastante mas nutrida. No solo ha existido donaciones en especies, sino una articulación bastante más flexible en la cooperación científica/médica, que es, al final, lo más valioso para enfrentar nuevos virus -que están en constante mutación- y epidemias -que son recurrentes en el globo- por una variedad de razones.

El caso del Dr. Li Wenliang es, por cierto, muy lamentable. Pero, sincerémonos, no es privativo del manejo de crisis de un régimen como el de la República Popular China. El liderazgo político, allí, aquí y en muchas naciones, está al debe. Principalmente porque no siempre se cuentan las herramientas de análisis adecuadas. Ni en el ámbito científico, ni en el ámbito meteorológico ni en el ámbito de la inteligencia. No existe aún, ya que es muy difícil tener una confianza solida en este ámbito, una horizontalidad en los insumos intelectuales específicos de las personas que no estén desenvolviéndose dentro de los conductos ordinarios de una esfera de poder y toma de decisiones gubernamental. Ha pasado antes, pasa hoy con este ejemplo, y pasará en el futuro.

Mientras las clases políticas no evolucionen en flexibilidad y en una real participación ciudadana (informada, oportuna y veraz), los manejos de crisis serán necesariamente incompletos, difíciles y con múltiples áreas grises. Cualquier tema de la agenda social se ha complejizado exponencialmente. El conocimiento, hoy, es mucho más vasto y parcelado que el de ayer.

Y, porque, en síntesis, la clase política acostumbra a asentar sus análisis en un examen político/humanista de un fenómeno, dejando de lado el conocimiento verdadero y bien enraizado, y una manera de pensar científica, antes que humanista.

No por nada el gran filósofo contemporáneo George Steiner (fallecido recientemente) se quejaba que la diferencia entre humanidades y ciencia es que en la primera “cualquier charlatán podía sostener su tesis particular”, mientras que en la ciencia “basada en ecuaciones, la verdad se prueba por sí sola”.

Es hora de volver a las certezas y abandonar el relativismo a que nos han acostumbrado “cierta clase política” y “cierta clase de sociedad civil”. En palabras del Papa Juan Pablo II, “el relativismo es uno de los grandes problemas de la sociedad contemporánea».

Eso y la molicie intelectual que impregna el humanismo de la hora actual.

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