Nota de protesta

Columna
El Nacional, 15.06.2018
Oscar Hernández Bernalette, embajador (r), profesor y columnista venezolano

Cuando los historiadores estudien las relaciones diplomáticas de Venezuela durante estos últimos años encontrarán, entre otras tragedias, que quizás sea el país que el mayor número de notas de protesta emitió a otros Estados en relación con diferentes coyunturas. Algo así como que todos estaban confabulados contra Venezuela.

Esta herramienta comunicacional de la diplomacia que puede presentarse como nota verbal o firmada, dependiendo de la rigidez con la que se quiera enviar el mensaje de desagrado o disconformidad a otro país por alguna conducta, actuación o declaración, busca que el país “trasgresor” repare o modifique su conducta. También puede anunciarse una medida de retaliación o una advertencia si el hecho que la motiva así lo requiere.

Si revisamos la página oficial de la Cancillería, encontramos reiterados calificativos, tales como la denuncia, la lucha, rechazamos, no aceptamos, repudiamos y pare usted de contar, amigo lector. En otras palabras, la casa de la diplomacia está a la defensiva y la ofensiva permanente. La esencia de la palabra, la honestidad y los buenos modales, son sustituidos por la diatriba, el conflicto, espadas y espadines como respuesta ante el reto o retando al que se atreva a contradecir, criticar, alertar o ayudar a que el país enrumbe hacia mejores prácticas democráticas.

Protestar al gobierno de Washington está bien, sueño de todo diplomático novato. Encarar a un representante del imperio es algo así como batear un cuadrangular con las bases llenas en el estadio de los Yankees de Nueva York. Sin embargo y en honor a la objetividad posible, esa última nota de protesta entregada al recién llegado encargado de negocios a. i. de Estados Unidos, por hacer una visita de cortesía el presidente de la Asamblea Nacional, raya en lo discordante. Es eso, precisamente, lo que se estila deben hacer los jefes de misión cuando inician su gestión.

Manuel Morales Lama, en su tratado sobre el ejercicio y práctica de la diplomacia contemporánea, enumera a manera de ejemplo y pensando en un país republicano y católico las visitas obligatorias en los siguientes términos: presidente del TSJ, presidente del Parlamento, cardenal y arzobispo, ministros de Estado, viceministros de Relaciones Exteriores, alcalde de la capital y directores del Ministerio de Relaciones Exteriores. El lenguaje de la diplomacia es diáfano, aunque aburrido para quienes no lo entienden.

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