Otro fracaso (olvidado) de la izquierda: África

Columna
El Líbero, 24.08.2017
Roberto Ampuero, escritor

Ayer hubo elecciones en Angola, un país que gobierna desde hace 38 años José Eduardo dos Santos, sucesor de Agostinho Neto, líderes históricos del Movimiento para la Liberación de Angola. El MPLA, fundado para liberar al país del dominio portugués y construir el socialismo, tomó en 1975 al poder y derrotó a sus competidores anti-soviéticos, los también movimientos armados FNLA y UNITA, así como a las tropas sudafricanas y zairenses que invadieron Angola. Clave en el triunfo del MPLA: las armas y el apoyo financiero de la Unión Soviética y los más de 350.000 soldados cubanos que, durante un período de 13 años, Fidel Castro envió a combatir al África.

Cálculos oficiales (conservadores) estiman que en esa guerra murieron alrededor de 2.000 cubanos, y se desconoce la cifra de mutilados y heridos por un conflicto en el cual los cubanos fueron utilizados como carne de cañón. La extinta URSS respaldó la lucha independentista de Angola para adueñarse de sus gigantescas reservas de petróleo, oro y diamante. Estados Unidos y China también aspiraban a esa riqueza. Angola constituye uno de los países más ricos del mundo en materias primas y goza de una posición geoestratégico envidiable.

¿Cuál fue el resultado de la aventura castrista por imponer el socialismo en África, idea cuyo precursor fue Ernesto Che Guevara, quien fracasó allá en los sesenta, antes de hacerlo en Bolivia? ¿Qué obtuvo Cuba de la megalomanía de Fidel Castro, que disfrutó entonces la sensación de ser uno de los grandes en el tablero de fichas de la política mundial, junto a Estados Unidos, la URSS, China y África del Sur? ¿Quién asumió con consecuencias los miles de muertos, lisiados y heridos, los destruidos sicológicamente por los desastrosos efectos de la guerra? ¿Quién asumió en el régimen de La Habana los costos políticos de la empresa militar transatlántica de la empobrecida isla? La intervención fue hecha en nombre del socialismo y de una supuesta “deuda histórica” que tenían los cubanos con África, deuda que pagaron miles de jóvenes con su vida o la sangre.

Hoy Angola es uno de los países más corruptos y desiguales del mundo. Su elite político-económica, que emergió al amparo del MPLA y bajo las banderas de la independencia y el socialismo, es una de las más ricas y ostentosas de África, y posee jugosas inversiones incluso en Portugal, el enemigo que odiaba a muerte hasta hace unos decenios la dirigencia, encabezada inicialmente por Agostinho Neto. Hoy Dos Santos es uno de los hombres más ricos de África, y su hija Isabel la mujer más rica del continente. La mayoría de los angoleños vive con menos de dos dólares al día (1.300 pesos), superior, en todo caso, al actual salario promedio en Cuba.

Yo vivía en Cuba cuando Fidel Castro, en 1975, envió sus fuerzas armadas a la guerra de Angola. Muchos jóvenes fueron inicialmente como voluntarios, dispuestos a dar la sangre por sus “compañeros” africanos y el socialismo, prestos a derrotar al imperialismo y el racismo. Ignoraban que muchos no volverían y  que, junto con entregar sus vidas, entregarían al final las materias primas a empresas occidentales o chinas, y crearían las bases para uno de los regímenes más abyectos de África.

Hoy nos preguntamos cómo es posible que una isla caribeña de 11 millones de habitantes pueda controlar a un gigante latinoamericano (que fue próspero) como Venezuela, pueda manejar a su dirigencia, inteligencia y recursos naturales, y hasta dictar las técnicas para reprimir a los venezolanos. No debemos sorprendernos: el Estado castrista, armado por la URSS, controló durante años la situación militar y de seguridad de Angola, parte de su economía (podemos imaginar el desastre que eso trajo consigo), el negocio de los diamantes, el oro y el marfil, y todo eso por control remoto, desde miles de kilómetros de distancia, desde otro continente.

Castro seguía aquella guerra desde La Habana. Su conductor fue el general Arnaldo Ochoa, héroe oficial, el mismo que Castro ordenó fusilar en 1989, acusándolo de narcotráfico y traición a la patria. Un proceso irregular, nada transparente, que liquidó a un general reformista, de inspiración gorbacheana, que hoy sería tal vez clave en la isla. No fue la única aventura militar de Castro en África. De sus intervenciones en América Latina mejor no hablemos. También intervino con sus tropas en  la guerra entre Somalía y Etiopía. Entonces apoyó, por encargo de Moscú, al dictador marxista-leninista Mengistu Haile Mariam, responsable de la muerte de 200.000 personas y del desplazamiento de 750.000 refugiados. Castro combatió entonces incluso contra las fuerzas de Eritrea, donde sus operaciones entraron en contradicción con su propio discurso: las tropas cubanas contribuyeron a derrotar al movimiento de liberación de Eritrea.

La URSS le permitió a Castro hasta el final seguir una línea independiente en América Latina, por cuanto en África los cubanos ponían a disposición el factor humano. Mientras los cubanos ponían el pecho a las balas, los soviéticos enviaban “los hierros”, y los búlgaros y germano-orientales vendían tractores, camiones, herramientas y técnicos para el desarrollo socialista, todo lo cual financiaría el petróleo angoleño.

Durante esos años en que se enviaba a cubanos al África sólo escuché el panegírico y la celebración de la guerra revolucionaria y socialista por parte de Fidel Castro, los medios y las instituciones cubanas. Nunca se publicó carta alguna ni se escuchó en radio o televisión voz alguna que preguntara sobre el sentido de ese sacrificio de jóvenes (en su mayoría afro-cubanos) en otro continente para defender los intereses de una superpotencia. Ningún cubano pudo alegar entonces objeción de conciencia para no ir a la guerra ni menos condenar esa guerra.

Años después todo ese desvarío ideológico, que cobró tantas vidas inmoladas en nombre del socialismo, terminó en la Angola de Dos Santos y su riquísima familia, país que pasará ahora a manos de otro líder del MPLA, así como en Cuba pasó de un Castro a otro, o en Venezuela de un Chávez a Maduro. Y nada de esto es casual. Por el contrario, obedece a una lógica no democrática e iliberal. Robert Mugabe, que sigue en el Gobierno desde hace décadas en Zimbabwe, comenzó también haciendo guiños al socialismo. ¿En qué terminaron Etiopía, Somalía y Mozambique?

La crisis de la izquierda mundial no comprende sólo el desplome del comunismo en 1989, la desaparición de la Unión Soviética en 1995, la paupérrima sobrevivencia del régimen cubano, las economías de mercado bajo régimen de partido único en China y Vietnam, el descalabro del Socialismo Siglo XXI en el continente, sino también la crisis que atraviesa la socialdemocracia. Todo esto tiene un impacto complejo en Chile. La aparición acá del Frente Amplio, del que se sabe lo que no quiere del “modelo”, mas no lo que quiere como Chile del futuro, la vertiginosa conversión de los partidos socialista y PPD en tiendas más radicales (pensar en la lamentable defenestración de un socialdemócrata de categoría y estadista reconocido, Ricardo Lagos), expresan la profundidad y vastedad de la crisis de la izquierda.

Esta crisis, tanto de la izquierda jacobina como de la socialdemócrata, puede alegrar a muchos de sus adversarios, pero proyecta una sombra sobre el futuro de Chile, que requiere el reencuentro nacional, más diálogo y acuerdos para ser mejor y más digno, más justo y más moderno, más libre e innovador. En su ineludible y urgente modernización, la izquierda chilena debe examinar autocríticamente las alternativas que ha respaldado en los últimos siete decenios, y aceptar algo doloroso, el fracaso de prácticamente todos sus modelos y diagnósticos. Sólo tras ese ejercicio podrá redefinirse bajo un mundo que ha cambiado de forma drástica y vertiginosa, y que plantea desafíos cuyas respuestas no están en los dogmas, ni en prácticas añejas ni en el pasado.

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