Para Michelle Obama, con cariño

Opinión
El Deber, 20.11.2016
Gloria Steinem, militante feminista norteamericana

Michelle Obama entró en mi vida por etapas. Sabía que, al igual que su esposo, había estudiado Derecho en Harvard, pero que a diferencia de él, había crecido en el sur de Chicago y que sus padres no habían ido a la universidad. Cuando Barack Obama trabajó un verano en su despacho de Chicago, se conocieron porque ella era su mentora. Tras su exitosa campaña para el Senado de Estados Unidos, me llamó la atención que ella decidiera no mudarse a Washington, así que él viajaba de regreso todas las semanas a su casa en Chicago, donde estaban sus dos hijas y Michelle tenía un puesto importante como directora de asuntos de la comunidad en un hospital.

Pero la verdad, solo entró de lleno en mi imaginación cuando se convirtió en primera dama, una mujer alta, fuerte, elegante y de verdad inteligente, que además vivía en la Casa Blanca. Logró comunicar dignidad y humor al mismo tiempo, ser madre de dos hijas e insistir en mantener las cenas familiares, enfrentar los problemas de salud y cuestionar a una industria alimentaria nacional adicta a ganancias nada saludables. Hizo todo esto a pesar de los prejuicios de este país que formaban una corriente en su contra y cuestionaban con sutileza todo lo que hacía. ¿Era demasiado fuerte, física e intelectualmente, para ser una primera dama adecuada?

Después de vivir bajo el microscopio público durante una década, ha logrado lo que ninguna otra primera dama (y pocas personas con cargos públicos) había logrado: llevó una vida pública sin sacrificar su privacidad y autenticidad.

Gracias a ella, su intérprete y defensora, su esposo fue más humano y también más efectivo como presidente, pues también sabíamos que era capaz de ser su mayor crítica.
Llegado el momento, habló sobre el dolor que le causaron las suposiciones racistas dirigidas a ella, pero esperó a que su esposo no pudiera sufrir ningún castigo político debido a su honestidad. Además, siempre ha sido el mejor tipo de mamá, de las que insisten en que los padres ejerzan esa paternidad por igual. En todo esto ha actuado con honestidad, humor y, lo que es más importante, amabilidad.

Recientemente, durante la campaña presidencial Trump-Clinton, Michelle se ha convertido en una de los oradoras públicas más efectivas de nuestro tiempo. No es cualquier cosa. Y si hablamos de temas menos serios, siempre ha sido una mujer consciente de la diferencia entre moda (lo que las fuerzas externas dicen que debes vestir) y estilo (la forma de expresión de un ser único).

Con ocasión de un almuerzo en la Casa Blanca organizado para mujeres que habían sido voceras y partidarias durante la segunda campaña del presidente Obama, invitó a niños de la escuela pública local a cantar y actuar. Esos talentosos estudiantes, que en su mayoría eran afroestadounidenses, se desenvolvieron con entusiasmo y con toda comodidad en una Casa Blanca que les pertenece tanto como a cualquier otra persona del país, pero en la que no hubieran entrado de no ser por Michelle.

¿Qué hará ahora? Ya tomará esa decisión. Podría hacer cualquier cosa, desde convertirse en senadora de Estados Unidos por Illinois hasta encabezar campañas para promover la seguridad y la educación de las niñas de todo el mundo. También podría preferir una vida privada. Sin importar cuál sea su decisión, confío en su juicio.

Aunque tengo edad suficiente para recordar a Eleanor y Franklin D. Roosevelt en la Casa Blanca (así como a las demás parejas y familias que han estado ahí desde entonces), nunca había visto tanto equilibrio e igualdad en las responsabilidades como padres, tanto amor, respeto, reciprocidad y placer en la compañía del otro.

Nunca tendremos una democracia si no tenemos familias democráticas y una sociedad que prescinda de las categorías inventadas de raza y género. Michelle Obama quizá haya cambiado la historia de la manera más poderosa que existe: a través del ejemplo

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