¿Podemos y queremos ayudar a Venezuela?

Juan Salazar Sparks

A la pregunta de si Chile puede ayudar a producir un cambio democrático en la hoy desventurada Venezuela, mi opinión es que sí puede, pero el gobierno de la Nueva Mayoría no ha querido intentarlo hasta ahora.

Chile puede, porque -después de la experiencia de Pinochet- los chilenos quedamos vacunados con las dictaduras y sus violaciones, y hemos asumido como principios fundamentales de nuestra política exterior la defensa de la democracia y la protección de los derechos humanos. Asimismo, podemos y debemos hacerlo porque Venezuela fue especialmente solidaria con nuestro país en esas difíciles circunstancias históricas.

Lamentablemente, por distintas razones domésticas y/o de política externa, la Cancillería chilena no ha sido capaz de intervenir en este delicado asunto. En el plano interno, está claro que la Presidenta Bachelet no quiere verse enfrentada al PC, al MAS o a los extremistas de la izquierda chilena. Para ellos, el terrorismo de Estado sólo concierne a los regímenes de derecha y no a los Castros o los Maduro. A su vez, nuestra diplomacia no se anima a encarar con resolución a los promotores del populismo en la región (ALBA) ni a sus compañeros de ruta circunstanciales (Argentina y Brasil). Para qué decir de la idea de promover la defensa de la democracia en instancias tan anquilosadas como la OEA o trabadas como UNASUR, lo que hoy aparece como una cuestión políticamente incorrecta.

Sobre este tema, cabría hacer referencia a un extenso y didáctico editorial publicado el 2 de marzo último ("Solidaridad con Venezuela") en el diario El Mercurio. En él se señalaba que nuestra región "ha sido mezquina en ayudar a ese país a salir de la grave crisis por la que atraviesa". También se sostiene la impotencia que aquejaba a los organismos internacionales para actuar en esta materia, recuerda la tibia "preocupación" expresada por el gobierno chileno y, por último, concluye que los gobiernos latinoamericanos "no están dispuestos a enemistarse con un gobernante que carece de pudor para atacar a quien se le ponga por delante".

Sin embargo, el referido matutino no quiso aludir a las responsabilidades de fondo que explican la inacción latinoamericana. Ellas son, básicamente, de dos tipos: Por una parte, está el populismo creciente de la región, que en sus más variadas manifestaciones (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador) está comprometido con el eje "La Habana-Caracas"; y por la otra, están los regímenes de centro-izquierda (Chile, México, Uruguay) que mantienen un doble rasero, porque no quieren tener problemas internos. En efecto, el excesivo pragmatismo de éstos últimos está demostrando que la defensa de los DD.HH. sea un principio aplicable a las dictaduras de derecha y no a las de izquierda. Y, en el caso chileno, los principios democráticos han sido desconocidos por una coalición de gobierno que incluye a simpatizantes de las dictaduras cubana y venezolana.

Chile se destacó en el pasado por sostener una política internacional apegada a los principios del derecho internacional y era reconocido por los países de la región como un gran referente (en Naciones Unidas se hablaba, incluso, de "votar como vota Chile"), pero en la actualidad parece que hemos perdido tanto esa postura como el prestigio que la acompañaba.

Dios quiera que la Cancillería chilena reaccione de su actual inmovilismo y se decida a emprender las acciones que se esperan de ella, entre otras: que el gobierno chileno emita una declaración taxativa respecto de los presos políticos en Venezuela, gestione ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra alguna resolución sobre la situación venezolana (solicitar la visita de un Alto Comisionado), y retire a nuestro embajador en Caracas a la próxima detención de un dirigente de la oposición venezolana.


*Ex embajador y editor de OpiniónGlobal.-

 

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