Poderí: China apuesta todo por Xi para relanzar su protagonismo global

Reportaje
La Nación, 15.10.2017
Ian Johnson, periodista residente en China y columnista del New York Times
El Congreso del Partido Comunista se dispone a renovar su mandato por otros cinco años al frente del país, que consolidó en el centro de la escena mundial

Dos semanas después de asumir como presidente chino, en noviembre de 2012, Xi Jinping tomó parte de lo que pareció ser una operación fotográfica. Llevó a sus máximos lugartenientes al Museo de China, un inmenso recinto atiborrado de reliquias del glorioso pasado del país: soldados de terracota de Xian, estatuas esmaltadas de la dinastía Tang y los raros bronces de la remota dinastía Shang.

Pero como fondo para su foto eligió una exhibición más sombría: "El camino del rejuvenecimiento", que cuenta la historia de cómo China fue humillada por potencias extranjeras durante los siglos XIX y XX, y de cómo ahora volvió al camino de la gloria. Parado frente a las imágenes del sometimiento chino, anunció que su sueño era completar esa sagrada tarea. Pronto esa idea pasó a llamarse el "Sueño chino", y desde entonces guió su mandato.

Ahora que Xi está a punto de ser reelecto para otro mandato de cinco años por el 19° Congreso del Partido Comunista que arranca el próximo miércoles, vale la pena recordar aquella visita. Muchos de sus logros y de sus planes responden a esa visión de que el eclipse que cubrió China durante 200 años está llegando a su fin, y que su misión es devolver al país al centro del escenario mundial.

Si Xi tiene éxito, China se convertirá en un modelo para los autoritarismos de todo el mundo, mientras que su fracaso obligaría a reconsiderar si intentar forzar el ingreso de un país a la modernidad es una buena idea.

El nuevo rol del país no pasa desapercibido. Hace décadas que Estados Unidos lo llama a involucrarse más en el mundo. Por lo general, eso quería decir pedirle que ayudara a resolver las crisis internacionales y que se convirtiera en "accionista", como se dice en la jerga diplomática. Pero para sorpresa de muchos, luego de años de pasividad, China decidió plantarse firme.

Pekín aplicó una política de hechos consumados para asegurar ciertos reclamos sobre aguas internacionales e islas lejanas a sus costas, construyendo arrecifes en las islas para luego decir que la zona económica que los rodea son aguas territoriales chinas.

China también comenzó a atraer hacia su órbita a los pequeños países periféricos, a través de un opulento plan de infraestructura llamado Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, que terminará por equipar a regímenes que se alejan de la democracia, como Tailandia, Camboya y Myanmar.

Esas ambiciosas políticas para dominar la región tienen su correlato en estrictas medidas internas. Hace cinco años que Xi se puso al frente de una feroz campaña contra la corrupción, que para el Partido Comunista era indudablemente la mayor amenaza a la gobernabilidad. Pero también usó el combate anticorrupción para marginar a sus rivales políticos.

Vigilancia
Esa estrategia se apoya además en un sofisticado programa de vigilancia interna. A nivel nacional, la nueva y refinada política de coerción ha servido para erradicar el disenso público. A los líderes chinos siempre les molestaron las opiniones alternativas, pero en las librerías pequeñas, los diarios regionales, los comités de expertos y durante un breve período en las redes sociales se concedía cierto espacio a otros puntos de vista. Ahora todos esos canales están cerrados.

Pero no todas estas cosas empezaron con Xi. La expansión militar de China lleva décadas de paciente modernización. El cierre de cuentas en las redes sociales también arrancó antes de su llegada al poder, al igual que la creación de los comités de "mantenimiento de la estabilidad" que ayudaron a sofocar el disenso. Y hay una cuestión más abarcadora: China es un país más rico y más poderoso, así que bajo el mando de cualquier líder Pekín inevitablemente habría dejado atrás su reticencia internacional.

Pero Xi redobló la apuesta y ha tenido mucho más éxito que sus predecesores para concretar el ideal de uniformidad ideológica del Partido Comunista, al lograr que su gobierno sea mucho más que una continuación directa de las administraciones pasadas. Contar con una fuerza militar modernizada es una cosa, pero usarla es otra. Del mismo modo, la severidad de la represión del disenso refleja claramente un enfoque de mano dura. Antes en China había corrientes reformistas subterráneas: ahora se están secando.

Xi abrazó el nacionalismo como ningún líder chino desde la abdicación del último emperador, en 1912. Su gobierno defendió casi todas las expresiones de la tradición... siempre y cuando le sirvan al Partido Comunista.

Según sus propagandistas, Xi reescribió las reglas de la diplomacia internacional, es una persona muy popular entre los líderes de todo el mundo, y, por supuesto, es un hombre humilde y modesto.

Son calificativos que uno espera de líderes como Vladimir Putin y Kim Jong-un, pero que son sumamente atípicos para un líder chino. Desde la debacle del gobierno de Mao, en 1976, los presidentes chinos se presentaban como modestos administradores. Y tal vez no sea coincidencia que durante ese período de gobernantes anodinos, China haya obtenido sus primeros éxitos en más de un siglo. Con tecnócratas de bajo perfil a cargo de un país estable en un mundo relativamente en paz, China despegó.

Confianza
El nuevo giro de Xi es más riesgoso. A diferencia de cualquier otro líder desde Mao, ha puesto bajo su órbita de responsabilidad personal casi todas las áreas de gobierno, incluida la economía, que antes solía quedar en manos del primer ministro o de los especialistas. Xi no es Mao. Pero, al igual que Mao, es muy popular, carismático y tiene una suprema confianza en sí mismo, rasgos peligrosos en un sistema sin contrapesos.

Al menos en China, esa centralización del poder nunca ha dado buenos resultados. Las reformas económicas han languidecido. Las empresas públicas siguen absorbiendo capitales que podrían ir a sectores más eficientes de la economía, los mercados financieros siguen siendo poco transparentes e inestables, y el país sigue dependiendo de proyectos faraónicos para fogonear una economía en franca desaceleración.

En términos más amplios, la decadencia acecha a las instituciones chinas. En el pasado, se sobreentendía que el poder se transfería suavemente de un líder a otro con una suerte de acuerdo tácito. Durante un par de décadas, los congresos partidarios como el de inminente realización era una muestra de eso, donde un líder anodino sucedía a otro, a veces con una daga oculta en la espalda, pero siempre siguiendo un patrón previsible.

Se suponía que este congreso, por ejemplo, ungiría al sucesor de Xi, que recién tomaría el control dentro de cinco años. Pero es improbable que finalmente suceda, lo que despierta dudas sobre quién lo sucederá.

Todo esto obliga a especular sobre cómo terminará el gobierno de Xi. ¿Será con un tercer mandato de cinco años, un hecho sin precedentes? ¿O sólo conservará algunas funciones ceremoniales y moverá los hilos desde las sombras?

La posibilidad de que dentro de cinco años Xi se vuelva tranquilamente a su casa parece remota. Lo más probable es que tanto él como el conjunto de su país sigan pujando por su lugar bajo el sol.

Un líder influyente
-Xi Jinping, presidente de China
-Formación: ingeniero químico y doctor en ciencias sociales
-Edad: 64 años
-Hijo de uno de los fundadores y figura destacada del Partido Comunista de China (PCCh), luego caído en desgracia, Xi debió hacerse de abajo y subir lentamente los escalones del poder, hasta alcanzar la presidencia, en 2013
-En estos años, se consolidó como uno de los dirigentes más poderosos de la historia moderna del país; uno de sus caballos de batalla fue una extendida campaña contra la corrupción
-El PCCh acordó enmiendas a la Constitución que podrían incluir las ideas políticas de Xi, como ya figuran las de los líderes históricos Mao Tse-tung y Deng Xiaoping

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