Política exterior de alta intensidad: Prosur, APEC, COP25, algo más que cumbres

Columna
El Mercurio, 23.03.2019
Juan Pablo Toro V., director ejecutivo de AthenaLab

Mientras varios países de la región se embarcaban en intentos de resucitar experimentos socialistas, algunos bajo el rótulo bolivariano, Chile se concentró mayormente en consolidar su democracia por medio de instituciones y expandir su economía a través del libre comercio con el mundo.

Y con el paso del tiempo, el país terminó por alzarse como un modelo atractivo ya sea por sus propios éxitos, que se reflejan tanto en su estabilidad política como en indicadores de desarrollo y seguridad; como por el fracaso de otras alternativas -desde el chavismo al Lula-petismo-, y por validaciones externas, como lo puede ser el magnetismo que ejerce en los inmigrantes o el interés del gobierno brasileño por replicar políticas públicas nacionales en materia de pensiones.

Todo lo anterior ha servido para construir una reputación que explica por qué hoy Santiago de Chile, y no Ciudad de México o São Paulo, esté acogiendo en un mismo año una cumbre exploratoria del naciente bloque Prosur, la reunión de líderes del Foro Económico del Asia-Pacífico (APEC) y la cumbre medioambiental conocida como COP25.

En cada instancia, Chile a través del actual gobierno de Sebastián Piñera tendrá que entregar un respectivo mensaje: queremos democracia en Venezuela y evitar derivas autoritarias en la región; el libre comercio es el instrumento para construir una comunidad de prosperidad en el Asia-Pacífico y no una guerra arancelaria; y nuestro desarrollo debe ser amigable con el medio ambiente, por lo tanto estamos comprometidos con combatir el cambio climático.

Todas estas respuestas son válidas, pero la pregunta es cómo unificarlas todas a través de un relato que sirva para transmitir la visión de cómo el país quiere relacionarse y ser percibido. ¿Una próspera y pragmática nación del Pacífico oriental o el mejor alumno de un curso latinoamericano donde la media suele ser baja?

Capitalizar esta nueva política exterior de alta intensidad, que no le teme al protagonismo ni la obliga a revisar supuestos consensos que a veces derivan en inacción, es un desafío mayor. Y en eso, convertir la política exterior en un campo de batalla local es inconducente ante una oportunidad pocas veces vista.

El sorprendente rechazo en una instancia del Congreso al TPP+11 es una muestra de hasta dónde se pueden pasar a llevar los intereses del país, que fue autor intelectual de este tratado de libre comercio y luego promotor del mismo durante el gobierno de Michelle Bachelet. La marginación de los líderes del Senado y la Cámara Baja de una actividad con Jair Bolsonaro, el presidente elegido democráticamente de Brasil (principal destino de las inversiones chilenas en el extranjero, quinto receptor de nuestras exportaciones y un aliado tradicional e histórico de Chile), es otra.

Una política exterior activa, donde confluyan valores, intereses nacionales e idiosincrasia, debe conducir a posicionar a Chile como un actor internacional mediano que tiene algo que decir en el mundo. Capitalizar este momento es clave, pero hay quienes con la rencilla interna parecen preferir seguir en su zona de confort en un pequeño rincón del mundo. Lo que más que una condición geográfica, asoma más bien como una condición mental.

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