Política internacional y política doméstica en Gabriel González Videla, 1946-1952. La sombra de la guerra fría

Estudio
Cuadernos de Historia, N*44 (junio 2016)
Cristián Garay Vera (profesor USACH), Ángel Soto (profesor U.de Los Andes) y Valeska Troncoso 
(profesora U. Santo Tomás)

Introducción

La Historia de la Guerra Fría se ha actualizado, colocando la vigencia de las percepciones y la lógica de los actores subalternos como parte del análisis antes solo reservado a las superpotencias y líderes mundiales. Para los estudios recientes hay varias fases de aspiraciones intermedias que velaban por las creencias e intereses de los subgrupos y otros países en el enfrentamiento ideológico mundial, guerra encubierta, sangrienta y que pasaba de las ideas a la práctica con suma facilidad1. Algo que se posibilitó porque, como dice Westad, había un “sistema internacional basado en dos versiones opuestas del pensamiento europeo moderno”.

El enfrentamiento ideológico, caracterizado por Ernst Nolte como una reacción amplia al comunismo, permite visualizar las conductas de los actores más allá del estereotipo de bandos digitados por las respectivas capitales de la URSS y EE.UU. Una perspectiva que como dice Joaquín Fermandois analizó tradicionalmente “a las sociedades pequeñas y/o subdesarrolladas como meros peones de las grandes potencias. En cambio, un estudio desde otra perspectiva muestra cómo han sido sujetos [participantes y autónomos] de una política mundial desde su origen republicano, con las falencias que los caracteriza”.

El objeto de este artículo es proponer una hipótesis alternativa a la tan difundida que explica a la presidencia de Gabriel González Videla por un tranco errático en lo político nacional e internacional, marcado por las reales o supuestas inestabilidades del carácter del Presidente. Problema que se ha agudizado al tratar su proyecto de Ley de Defensa de la Democracia y su anterior alianza con los comunistas. Ya que, como se sabe, accede al poder en alianza con los comunistas –y otros–. A poco andar se separa de ellos, expulsándolos de su gabinete, y luego los declara ilegales. Sin negar el peso de los aspectos íntimos del presidente González Videla, postulamos que el alineamiento con Estados Unidos y su decisión de marginar a sus socios del gabinete primero, del gobierno después, y finalmente de la legalidad, tiene otra explicación posible. Esta sería que la determinación fue tomada a la luz de la evolución de la situación internacional y de una valoración de la situación de Chile en una posible confrontación Este-Oeste. Pero esto supone, como condición previa de esta hipótesis negativa, demostrar que González Videla tenía un proyecto internacional, que este era distinto del comunista, y que persistió antes, durante y después de su alianza con los comunistas.

Para abordar el tema hemos usado parte del fondo documental Gabriel González Videla contenido en el Archivo Nacional, diversos volúmenes del Archivo de Relaciones Exteriores de Chile, prensa, y las Memorias del protagonista publicadas en 1975, tomando las reservas en cuanto a qué parte podrían ser consideradas reescrituras del pasado en función de su apoyo al Gobierno de Augusto Pinochet y al proceso iniciado en 1973.

El observador

Gabriel González Videla tuvo por la realidad internacional una alta consideración, se trataba para él de una forma de “política experimental”, donde podía establecer lineamientos para el futuro. Así, muchos años antes de acceder a la presidencia informaba el 23 de marzo de 1941 al presidente Pedro Aguirre Cerda que no quería regresar a Chile por estar siguiendo la dirección de la política mundial, “a pesar de todos los riesgos, peligros y privaciones con que se vive en Francia, he disciplinado mi vida, consagrándola al estudio, a la observación y a la participación directa o indirecta de esta verdadera “revolución” en que chocan dos culturas, dos sensibilidades distintas, dos sistemas de vida antagónicos”.

Y agregó:

Mi ambición, como usted ve, don Pedro, es seguir este proceso que a través de la guerra es, sin embargo –le repito–, una revolución mundial, que tarde o temprano, por una u otra vía, tendrá repercusión en Chile y en América, y yo quiero estar preparado para serle útil a usted, a mi país, a mi partido, siguiendo con imparcialidad y entusiasmo el pulso que late en este momento histórico en la civilización occidental.

Por ello podemos afirmar que su interés por la política internacional fue tan importante como su pasión por la vida partidista local. Así es como lo recuerda el Embajador de Estados Unidos durante esa época, Claude Bowers, para quien éste “tenía una visión en los asuntos internacionales y comprendía el profundo significado de lo que ocurría en el mundo”, destacando además, su profunda familiarización “con los problemas comerciales, económicos y técnicos de su país”. Lo particular es que Gonzalez Videla veía la política internacional en subsidio de esta última, como una especie de “política experimental” para aplicarla en Chile. Esto explica lo que algunos han considerado, quizás exageradamente, un pobre reporte de actividad parlamentaria, porque su actividad partidista estaba supeditada a la observación exterior. Para alguno autores, esto no es muy significativo porque dados sus puestos en el exterior, “González Videla tenía un limitado conocimiento de las complejidades del Poder Ejecutivo, pues no había sido ministro…”, y “sus labores como embajador no lo ayudaron en su formación para ocupar la presidencia de la República, es más, le impidieron un conocimiento directo de las complejidades de la gestión de gobierno y de las tensiones y conflictos que se producían al interior del Ejecutivo, sobre todo en las relaciones con el Poder Legislativo”. Pero el hecho que fuera destinado al exterior es importante, pues desde que mira la realidad de Francia y Brasil, tiene un marcado interés por razonar cómo será el mundo y cómo es la política mundial. Su estadía en ambos países le dio una experiencia que lo acompañará toda su vida. Fermandois, en perspectiva antagónica a la de Hunneus escribe: “A Gabriel González Videla, la experiencia que había ganado como embajador en Francia primero, y en Río de Janeiro después, le había estimulado el gusto por las relaciones internacionales, y dirigió de manera directa la política exterior”.

Esta perspectiva que la realidad internacional era una base de la política interna era un sentimiento tradicional para la europeizada élite chilena, que tradicionalmente había considerado que el rumbo de la política nacional se escribía al calor de los acontecimientos exteriores, y que durante el siglo XIX y parte del XX pensó sus propias categorías según la política francesa.

Por tanto, lo primero que debemos considerar es que tenemos un observador que toma la política internacional como modelo. Un hombre que tiene los ojos puestos en el mundo. ¿Pero hubo proyecto exterior de González Videla?

La primera respuesta es que su visión internacional estaba en relación con las necesidades partidarias de la proyección de su colectividad: el Partido Radical. Era una cuestión táctica, con algunas variables estables. Para González Videla, como para otros, era un axioma que el radicalismo debía gobernar y era el eje de cualquier mayoría. Esto significaba una extrema elasticidad al momento de aceptar aliados y también de deshacerse de ellos en función de su arrastre electoral. ¿Puro pragmatismo o realpolitik?

En 1939, durante la Convención Radical de La Serena, González Videla sostuvo su ideal del rol del Partido Radical en la vida nacional. A su juicio, “el radicalismo, en la vida política, se confunde con la idea de la democracia y de la libertad”. Alejado de “infantilismos revolucionarios de algunos de nuestros aliados, debe [el radicalismo] imponer en gradual desarrollo las reformas y realizaciones pragmáticas”. Conjugando posibilidad y necesidad, había que exigir la “ecuación que logre una fórmula de armonía dentro de la heterogeneidad de las fuerzas de avanzada que luchan por imponer sus rígidas concepciones económicas y sociales”. Sin el Partido Radical, “…no hay mayoría, es decir, no hay combinación de Gobierno”. Y profundizó, dirigiéndose a los asistentes: “El Destino ha colocado al Partido Radical en estratégica alternativa: o gobierna y funciona la democracia, o se va la oposición y surge la crisis presidencial o la dictadura”. Es decir, un rol de partido que jugará al centro posicional, moderado, como equidistante de los extremos.

Este razonamiento es claro para sustentar la idea de que para él, cualquiera fuera la combinación el resultado era el mismo: el liderazgo radical del proceso. Si otras fuerzas de izquierda iban con ellos, esto tenía que ver con el respaldo y gobernabilidad, no con la adopción de otras ideas. Resumiendo, podríamos afirmar que para Gabriel González Videla su militancia partidaria tiene un valor más allá del meramente circunstancial, pues traza una línea divisoria entre lo que considera accesorio y lo sustantivo.

En su perspectiva, esta visión acerca del progreso del hombre y de su militancia es transversal a los diversos acontecimientos personales y colectivos, nacionales o foráneos, que González Videla, como disciplinado adherente radical, vería como impulsos para consolidar su propia visión política y económica. Dicho de otra manera, los acontecimientos y procesos externos actúan para González Videla como modeladores de las próximas experiencias internas en el país. De modo que la contemplación de la política internacional tiene un cuasi carácter experimental, en tanto proporciona antecedentes para cambios y reformas, y no se contienen en un marco erudito o humanista de simple contemplación. La política internacional, esa es su idea, es una laboratorio de la política doméstica futura.

El proyecto internacional

Para el observador externo, su primera fase, quizás la más notoria para algunos, se debate entre el dilema democracia y fascismo. De la primera época subsistió a todo trance en época posterior el antifranquismo. La segunda fase se centra en la idea de saber cómo iba a ser el mundo de posguerra cuando ya se prevé la derrota de Hitler y se decanta por la democracia frente al comunismo.

Respecto de su primera época, la idea fuerza era que la democracia estaba en peligro y que enfrentaba un asalto terminal de las fuerzas del totalitarismo. Identifica al totalitarismo con el fascismo, y promueve la gran alianza con el concurso necesario de la URSS de Stalin. Pero la cuestión es algo más compleja. Primero, la idea de una democracia amenazada condicionó su razonamiento político. Para él, la lucha política internacional era de carácter binario, entre bueno y malo, que identificó como la democracia representativa y los regímenes antidemocráticos. Esta idea le dio a su visión de la política internacional un carácter dramático, y permite comprender la aceptación de alianzas políticas incluso en el momento en que los comunistas pactan con Hitler. Con amargura comentó décadas después que la traición del comunismo permitió el desfonde de la democracia francesa y de los radicales en el gobierno, y que sin embargo ello no frenó las alianzas con ese sector para detener al fascismo con posterioridad.

El segundo concepto fundamental es la interdependencia. Se trata de las interrelaciones entre los pueblos y de su influencia mutua. Era un concepto que usaban los radicales, y que ya en 1942, al crearse la Comisión Nacional de Estudios de la Post Guerra, ya figuraba exactamente igual en su decreto fundacional. En sus párrafos finales este documento decía: “Esa misma interdependencia de los pueblos impone la consideración colectiva de problemas de índole internacional, pero cuyos efectos trascienden las fronteras políticas de los Estados”. Para González Videla la interdependencia no era solo interestatal, sino que más compleja en sus dimensiones, pues abarcaba a las poblaciones interrelacionadas por los efectos de los cambios de la Guerra Mundial.

Este concepto era parte del pensamiento progresista del radicalismo y se convirtió en un concepto central en el pensamiento de González Videla. Era diferente del concepto de imperialismo que los marxistas promovían y ciertamente, dado que, como recalca Fermandois, era un tópico anterior a su asunción al mando, reflejaba además la conciencia de la marcha del mundo a la mundialización. Pero no se detenía ahí: implicaba que la política exterior y la interior estaban en la misma sintonía y estrechamente interrelacionadas, y en la época respaldaba la causa democrática contra el Eje. El 21 de enero de 1946, González Videla decía que las realidades mundiales, “se proyectan, con toda su actualidad y su intensidad en el panorama político y social de nuestro país. Primeramente, porque en esta época –cada vez más acelerada– los acontecimientos mundiales determinan los fenómenos internos, en cada uno de los países de la tierra; y, en seguida, porque orgullosamente podemos afirmar que Chile ha alcanzado una madurez política que nos destaca en toda América Latina y nuestro pueblo –como ninguno otro de esta parte del continente– posee una sensibilidad extraordinaria para captar las mutaciones sociales del resto del mundo”.

Otro concepto es el de la asimetría. Es evidente que el concepto de asimetría pervive en su concepción para crear, a posteriori, la CEPAL, y en ese momento el informe enfatiza el carácter societal de estos cambios. Esto explica a su juicio el carácter desigual del sistema internacional y los perjuicios que provoca.

De modo que era natural que González Videla sostuviera que la II Guerra Mundial provocó que los problemas propios estuvieran relacionados con la realidad internacional. No eran propios sino mundiales y debilitaban la soberanía nacional. Los procesos que antes eran particulares de cada país, mutan con la interdependencia de exclusivos a comunes. En tal sentido, el mundo en plena revolución imponía:

El deber de afirmar nuestra sensibilidad, en forma de ser capaces de interpretar los anhelos colectivos y de responder a las responsabilidades que pesan sobre nosotros. Esto nos obliga, también, y de manera imperiosa, a aceptar plantearse y como una realidad, los grandes acontecimientos mundiales, los palpables hechos históricos, a examinar con criterio universal y no lugareño, sus profundos alcances y significado; y a ajustar nuestra posición en lo que se refiere a lo nacional, a estos hechos y acontecimientos.

Una visión que se refleja en su participación en la Conferencia de San Francisco desde donde la lucha contra el fascismo tuvo un carácter terminal. Para él, en 1945 se vivía un instante donde “… un viejo mundo cede el paso a otro, en que una nueva organización mundial procura alcanzar el reajuste jurídico, social y económico del mundo, y en que está en juego nada menos que la paz futura y la seguridad de las naciones”.

González Videla afirma que la realidad nacional es ahora internacional simultáneamente y no hay problemas propios o locales, sino que son mundiales. Para él, la interdependencia alteraba las condiciones de la antigua soberanía y pone en marcha procesos que antes estaban aislados y los interconecta. Para su visión, ello se cristaliza durante la Conferencia de San Francisco a la cual asiste. En este contexto las ideas subyacentes fueron madurando, y conforman el sustrato de su idea que la inserción internacional de Chile era un fenómeno que requería sintonía con los cambios.

El año 1949 pronuncia un discurso en donde hizo una sentida reflexión sobre Chile y su situación con el exterior, sosteniendo:

Chile no es una isla perdida en el océano. Chile es una porción reducida de un mundo interdependiente que está experimentando una profunda transformación económica y social. Todo lo que sucede en este mundo repercute en nuestro país. Y repercute con fuerza singular, porque somos una población extraordinariamente sensible al curso de los acontecimientos y las ideas universales y porque nuestra vida económica está fundamentalmente determinada por fenómenos externos que escapan a nuestro control.

El equipo de González Videla estaba en sintonía con estos conceptos. Por ejemplo, en la memoria del embajador Osvaldo Vial sobre su misión en Rio de Janeiro este indicaba que se hablaba de una época caracterizada por la internacionalización y que había que ir más allá de los conceptos de interdependencia, solidaridad y cooperación. Este proceso estaba atacado por el nacionalismo y las tendencias aislacionistas o de autosuficiencia que son ajenas a la realidad. “Por razones de progreso técnico y material, vivimos en una extraña comunidad que da a cualquier problema, si no un carácter mundial, por lo menos de intensamente ligado a fenómenos de alcance internacional”.

La otra parte es su énfasis en las obligaciones de la nueva comunidad internacional. Esa imagen está expresada con anterioridad, pues Enrique Berstein sostuvo que:

como simple delegado de Chile, Gabriel González Videla sostuvo que para ingresar a dicha Organización, era necesario el compromiso previo de los Estados de garantizar al individuo la entera y completa protección de su derecho a la vida y de su derecho a la libertad y al trabajo, sin distinción alguna de nacionalidad, raza, sexo o religión; y también el compromiso de reconocer al individuo el derecho al libre ejercicio, tanto público como privado, de su religión y de su profesión, ciencia o arte, con tal que estas prácticas no fueran incompatibles con la moral pública. No tuvo éxito esta moción chilena, especialmente por la oposición interesada de la Unión Soviética.

De modo que la imagen de una sociedad internacional se proyecta desde lo político a lo económico. Este paso se trasluce en una carta que escribe a Hernán Santa Cruz para destinarlo como representante chileno al Consejo Económico y Social de Naciones Unidas. Allí manifestó que la creación de Naciones Unidas indicaba que el mundo de posguerra marchaba a la interdependencia y que en ese contexto los Estados debían tener una dimensión exacta de los compromisos en su proyecto de sociedad internacional. Para González Videla, ella debía compartir el modelo de democracia liberal, pero también contenía elementos económicos dirigistas, según una concepción acorde al ideario radical y en sintonía al modelo del New Deal demócrata en Estados Unidos. Está claro que la mención a la economía socializada es simplemente la economía estatista, con participación relevante del Estado, pero no socialista, ni menos marxista, y en ese sentido no hay pábulo para creer que el modelo económico de González Videla sería el de la convergencia con el modelo económico planteado por los socialistas y menos todavía con los comunistas, sino un modelo económico intermedio, dominado por los intereses estatales, pero con libertades económicas, es decir, el estatismo radical y primitivamente denominado socialismo de Estado o alemán.

El modelo proteccionista fue el suyo, constituyendo una idea que se lleva bien con la tesis de que el mundo debía cambiar para hacer transformaciones a las grandes masas. En 1942, en una entrevista realizada en Brasil, González Videla declaró que la

democracia debe realizar su propio revolución, ampliándose, prolongándose, de política en económica. La Revolución Francesa realizó la primera etapa; la post-guerra hará la segunda. Después de la bancarrota universal de la economía liberal, todos los pueblos se orientarán por la vía de una economía socializada. La estabilidad de los precios, de los salarios y de la moneda, unida al control de la producción y a una justa repartición de estas entre los Estados, serán medios de combatir la pobreza universal provocada por la crisis mundial que seguirá a la post-guerra.

En lo político-social sostenía la necesidad de un organismo internacional dotado de poderes amplios, con una especie de ciudadanía democrática, y que en el futuro debía disponer de medios coactivos, esto es, una fuerza armada, a su servicio. Tesis que planteó en 1947, durante una visita a Brasil, en plena euforia anticomunista, cuando explicó una idea que repitió otras veces –por ejemplo en su visita a Estados Unidos posteriormente– de la necesidad de un ejército internacional democrático para la región. Como se dijo, sostuvo “la necesidad de “planear” una Internacional Democrática para oponerla a las internacionales totalitarias” y exhortó a “el estudio de la formación de un solo Ejército Continental para la defensa común del Hemisferio”.

En lo económico, sostenía la tesis de que el sistema económico internacional era desigual, y por tanto, para lograr una rectificación debían corregirse los desequilibrios del intercambio. Aludió a América Latina como una región especialmente necesitada de un cambio de reglas, aunque no había sufrido los avatares de la II Guerra Mundial. En un discurso con membrete de la Embajada de Chile había señalado la necesidad de suscribir “… acuerdos de orden internacional para detener el “ciclo infernal” (del subdesarrollo) en América y reemplazarlo por una coordinación económica que tenga como base la estabilidad continental de los precios de las materias primas; el aumento y racionalización de la producción en el continente, y la ubicación estratégica de la industria pesada para ir al desarrollo industrial del continente latinoamericano”.

De ese modo, podemos afirmar que las características del proyecto internacional de González Videla, no obstante algunas alusiones al antiimperialismo, estaban formadas antes de su candidatura y de su gobierno. Eran tesis internacionales representativas de las ideas del Partido Radical, de las tesis de la masonería, a las cuáles el propio González Videla reseña sus dilemas políticos, y del estilo de los demócratas estadounidenses, del reformismo y del dirigismo económico estilo New Deal.

La Guerra Fría

La primera gran preocupación de Gabriel González Videla fue tributaria de una discusión y un mito que tenía directa relación con el papel de Chile en la II Guerra Mundial. Contra la evidencia, y desde que Salvador Allende lo enunció, se extendió una interpretación fantástica acerca del rol desempeñado por Chile en la lucha contra el fascismo. Esta tesis sostenía que Chile había hecho un sacrificio ingente, económico, al aceptar un precio para el cobre y que este esfuerzo económico había sido decisivo para la victoria. Ello obviaba el hecho de que la neutralidad había sido la norma incluso bajo los gobiernos radicales, y que la declaración de guerra contra el Imperio del Japón fue un acto de oportunismo y cuando ya no tenía aporte militar que dar. Claro que era una forma de exigir compensaciones económicas que quedaban bien para los chilenos frente a los estadounidenses y que siguió su propia singladura con personajes tan variopintos como Ibáñez, Alessandri y Frei, hasta coronarse con el propio Allende.

Para Chile, la situación era compleja. La neutralidad chilena en el conflicto mundial constituía una espina en la mirada de las potencias vencedoras, y más específicamente en la de Estados Unidos. Chile no había hecho, objetivamente hablando, ese ingente y doloroso sacrificio que fue participar de verdad en la lucha contra Hitler y sus aliados. Costó sacarle una declaración de guerra al Imperio del Japón, el 13 de abril de 1945, un acto protocolar, sin consecuencias en el campo de batalla y en pleno crepúsculo de la guerra. Necesariamente este impasse fue crucial en su visión de qué lado debía estar Chile en el nuevo conflicto que se avecinaba. Si Chile no había sido diligente o astuto para confraternizar desde un principio con los aliados, ahora ese papel se dirimiría desde un comienzo en la coyuntura de los años 1947 y 1948. La primitiva concordia de los aliados se deshacía y los Estados comenzaban a tomar definiciones. Una de esas primeras conmociones fue la caída de Europa Central. La caída de Checoeslovaquia y de la democracia de Benes tuvo un gran impacto, mucho más que los gobiernos de coalición sobre Hungría o Polonia que también cayeron. Mal que mal, Checoeslovaquia tenía una tradición democrática y Benes era un personaje prestigioso. Ya en marzo de 1946, Churchill describía la situación producida en la Europa Central y del Este como una Cortina de Hierro.

1947 sacralizó la expresión Guerra Fría y se explicita en la Doctrina Truman el 12 de marzo de ese año ante el Congreso de Estados Unidos. Ese año, el analista Walter Lippmann escribió su obra La guerra fría: un estudio de la política exterior de los Estados Unidos, allí ilustraba la nueva relación entre las superpotencias una vez verificada la partición del mundo en dos esferas. Gabriel González Videla, a poco emplearse este término también lo empieza a usar de modo sistemático en 1948, de modo que la cuestión de cómo se iba a insertar Chile en esta relación fue un asunto internacional a la vez que doméstico, ya que los comunistas pasaban a ser aliados incómodos de una campaña presidencial ya resuelta a su favor el 4 de septiembre de 1946.

El segundo aspecto es que paralelo a la influencia que pudo o no pudo tener Estados Unidos para obtener una resolución a su favor, había que observar cómo se movía el modelo político que siempre había mirado González Videla. Y ese era Europa. Ese panorama internacional se enrareció con los problemas de gobernabilidad de Francia e Italia. En ambos países, los gabinetes con comunistas terminaron con su expulsión de los dos gobiernos. No se trataba de referencias más lejanas en tiempo y sensibilidad como la actitud del gobierno colaboracionista de Vichy o el gobierno brasileño anticomunista, experiencia en la que algunos han visto una fuente para la actitud de González Videla para promover la proscripción chilena.

En 1948 explicó cuáles eran sus fuentes de inspiración. En efecto, tomando distancia respecto de los acontecimientos que rompieron con el Partido Comunista, aludió a los sucesos producidos en Francia e Italia entre 1947 y 1948, paralelos a los sucesos sindicales y políticos chilenos. González Videla sostuvo que “hoy los hechos no permiten a nadie dudar de la razón y del patriotismo que inspiró esa política”. “En ese tiempo estábamos comprobando la “guerra fría” que Rusia soviética había desencadenado en todas partes del mundo, a través de la acción disolvente y anti-nacional de los partidos comunistas. Presenciábamos el espectáculo de sus ejércitos invisibles movilizados en forma de perturbar profundamente la economía de los pueblos que el imperialismo soviético proyectaba avasallar”. El mismo describió esa situación como “esa guerra fría en la cual los partidos comunistas locales actúan de vanguardia, es la que en estos momentos tiene a Francia, cuna de la libertad y de la Democracia, al borde del abismo y en un instante decisivo de su historia”. Tomando los sucesos franceses, González Videla veía el paralelo con los hechos locales:

La huelga del carbón y de los obreros portuarios de Francia tiende a un fin claro y evidente: paralizar totalmente la economía de esa gran nación europea. Lo mismo pretendieron hacer en Chile con la huelga de Lota y de Schwager y que el Gobierno debió conjurar con todos los medios legales de que disponía...

Para situar a Chile en esa tesitura hay entonces que añadir otro elemento: la no adecuación de los comunistas a esta nueva redistribución del poder mundial. Una señal relevante para su sensibilidad fue la defenestración de los comunistas de los gobiernos democráticos en Italia y Francia. Para González Videla fue la muestra de que los hechos chilenos estaban preescritos en esos países y ejercieron clara influencia en sus actitudes de alejar primero a los comunistas del gabinete, luego del gobierno, y finalmente de la ley. Para González Videla esto refrendó que su posterior decisión no era antidemocrática.

Ciertamente esta idea de la democracia como legitimación aparece una y otra vez en González Videla y su época. Para Fermandois, la idea de que Chile era un país democrático era básica en la relación entre González Videla y las autoridades estadounidenses; implicaba una suerte de distinción, pero también una idea de la necesidad de ayuda frente a las cuestiones económicas y políticas internas, “muestran el paralelismo de ambos procesos, el de la polarización política en Chile, y de la política de alineamiento anticomunista que Washington imponía a América Latina”32. De hecho, la idea de que Chile era una isla democrática fue tanto clave en la viabilidad de su alianza –así se veía– con Estados Unidos como en la promoción de ciertas ideas acerca de la futura sociedad internacional. De paso permitió que el liderazgo de González Videla en lo internacional estuviera estrechamente ligado a la condición de líder de un país democrático en América Latina.

La unidad entre las medidas internas y la previsión internacional se evidencia en un discurso que transcribió El Diario Ilustrado en 1948. La extensa crónica titulada “S. E. denunció traición comunista y el peligro cierto de nueva guerra mundial” reproducía una idea significativa del Presidente de la República: “Chile iba a ser lanzado a una huelga general de orden revolucionario. Sus industrias iban a ser paralizadas y el Gobierno se hallaba ante un dilema, de desafiar el peligro o entregarse”. Más adelante decía: “Ya no queda un gobernante en Europa que no dude que esta paz, conquistada con el sacrificio de 50 millones de seres humanos, pueda mantenerse ante el avance del fascismo rojo, que al igual que el de Hitler y Mussolini, pone a los pueblos ante el dilema de formar filas junto a las Democracias, o hundirse ante la avalancha que viene del Oriente”. En consecuencias: “¿En qué condiciones habría sorprendido la posible agresión mundial de Rusia, si hubiésemos tenido quinta columna comunista, fuerte y sólida en nuestro país?”.

Como hemos dicho en otra parte, en enero de 1948, el Ministro de Relaciones Exteriores expuso más o menos la misma tesis. En su opinión, las huelgas eran expresión de la agresión soviética a Occidente. La transcripción de lo dicho colocaba los acontecimientos internos chilenos en sintonía con problemas internacionales dados en el mismo momento en Italia, Francia, Grecia y Rumania. Especial énfasis se ponía en el significado de la guerra civil en desarrollo en Grecia, con el general Markus y el apoyo del KOMINTERN a su causa, que finalmente terminó en sonada derrota para Moscú”. En esta lógica, el Ejecutivo planteaba que las huelgas buscaban más que plantear cuestiones salariales o de régimen de trabajo debilitar al Estado chileno y apoyar el colapso de materias primas a Estados Unidos en un momento muy complejo.

Aquí tenemos en la época y en la mirada del propio González Videla y de su Gobierno dos referencias contemporáneas a los avatares por ellos denunciados. En lo sucesivo, González Videla ve en la política internacional el anuncio y confirmación de sus propias profecías, teniendo claro que los comunistas ya no solo son aliados incómodos, sino que son una quintacolumna de un mundo oriental que rechaza, no obstante haya sido compañero de ruta en la lucha contra el fascismo. Aunque la idea de proscribir a los comunistas no fue de él, sino de los liberales, la adoptó como propia y por ello lo recuerda la posteridad.

La fase final de la confirmación del carácter internacional de la conspiración comunista fue la caída de la democracia checoeslovaca. En el Mensaje Presidencial de 1948, el Presidente afirmó que [l]os últimos meses (…) han marcado una etapa decisiva en la historia de las naciones democráticas. El trágico episodio vivido por Checoeslovaquia fue una voz de alerta para los pueblos de Europa.

Este carácter especial era compartido por sus cercanos; Hernán Santa Cruz, quien fue representante ante Naciones Unidas, expuso sus puntos de vista en la réplica chilena en Naciones Unidas acerca del porqué de los rompimientos con Rusia y Checoslovaquia. Santa Cruz expuso que el fin de la democracia en Checoslovaquia fue debido a “la intervención directa de la Unión Soviética, a través de toda clase de amenazas al Gobierno constitucional de aquella nación, y gracias a la ayuda a ciertas facciones y de actos directos de los jefes comunistas”. Afirmó que “la minoría comunista había asaltado el Poder, y había violentado todos los resortes de su Constitución democrática. Para hacerse cargo y por la fuerza del mando del Estado”. Agregó Santa Cruz que en Chile “se habían empleado los mismos procedimientos de que hiciera uso la acción soviética en Francia, Checoslovaquia y otros países” agregando que, si el Gobierno chileno no hubiera actuado con rapidez… –palabras textuales– “se habría producido un anticipo de la tragedia ocurrida en Checoslovaquia”.

En 1948, el Ministro de Relaciones Exteriores expuso más o menos la misma tesis. En su opinión, las huelgas eran expresión de la agresión soviética a Occidente. El documento colocaba los acontecimientos internos chilenos en sintonía con problemas internacionales dados en el mismo momento en Italia, Francia, Grecia y Rumania. Especial énfasis se ponía en el significado de la guerra civil en desarrollo en Grecia, con el general Markus y el apoyo del KOMINTERN a su causa, que finalmente terminó en sonada derrota para Moscú. Para el Gobierno chileno las huelgas buscaban más que plantear cuestiones salariales o de régimen de trabajo. Se trataban de una verdadera obra de demolición y acaso de poder germinal para tomar el poder. Para el Ministro, la serie de infundios sobre la determinación del Gobierno de poner fuera de la ley al Partido Comunista era paralela a la intención –no solo en Chile– de “paralizar, trastornar o mermar la producción industrial de algunos países, especialmente la de aquellos que tienen la mayor responsabilidad en el mantenimiento y conservación del espíritu de la civilización occidental”. Ejemplo de esta estrategia, se afirmaba, era la serie de grandes huelgas en Estados Unidos, la misma que se había ensayado entre 1940 y los primeros cinco meses de 1941 por instigación soviética en ese país para impedir el aprovisionamiento de las democracias. Agregaba que esta acción saboteadora, realizada a veces por extranjeros:

Se inició allí en víspera de la guerra que, por una cruel ironía del destino había de encontrar a la Unión Soviética luchando en contra de su aliado de la víspera y al lado del país al cual saboteaba en su producción industrial y en su programa de legítima defensa una ofensiva en contra de la secta internacional que hoy, nuevamente, pone en inminente peligro la estabilidad de los regímenes democráticos y de la paz mundial.

Bajo esta idea, las huelgas eran no un reflejo de protestas de los trabajadores, sino una acción concertada de los enemigos del régimen democrático. Y hábilmente, uniendo la política interior con la internacional, el Gobierno de González Videla aprovechaba de legitimar su acción para estabilizar su gobierno, con la proscripción del comunismo en la vida pública chilena. De modo que la situación interna como la externa van a dar la ventana de oportunidad para sumarse al lideragzo de EEUU y de su propuesta de seguridad hemisférica.

Para entonces, el ciclo estaba perfectamente cerrado, esa quintacolumna no era sino la expresión del alma antagónica de la democracia y la libertad. Para él, Oriente no solo era la URSS sino una genealogía que empezaba con Gengis Khan. Por geografía e historia, Chile estaba más cerca de esa visión que la del bloque soviético. En 1947 habló de los “primeros combates”, en los que estaba envuelto Chile, en el mundo entre la democracia y el totalitarismo, con “países de contexturas raciales, políticas y espirituales incompatibles con las nuestras”. En suma, eran dos razas, dos ideologías, dos almas en combate por el mundo. Y él había tomado su puesto en esta lucha.

Conclusiones

Al principio de este artículo postulábamos que el pensamiento de González Videla era binario en su construcción del escenario internacional. Eso suponía un maniqueísmo fuerte, y los cambios del escenario internacional iban a ayudar a afianzar que los grandes tópicos de su pensamiento: interdependencia, democracia económica y democracia política en lo internacional, podían tener una circulación rotatoria del proceso.

En este sentido confirmamos esta afirmación: la democracia para González Videla era representativa liberal, y debía defenderse contra sus enemigos. Dado que no era un intelectual, sino un político astuto que leía la realidad internacional en relación con la política doméstica, siempre pensó en la política internacional como anticipatoria de la doméstica y no al revés. Ello nos sugiere que más que “impensado”, “impulsivo”, o “traicionero”, González Videla impuso a la realpolitik de Chile el imperio de su militante visión democrática.

En este sentido, el acercamiento al Partido Comunista tenía que ver con una oportunidad política electoral que era flexible en sus predicamentos, pero a la vez superficial, porque González Videla no asimila los conceptos ni el lenguaje marxista, sino que hace y piensa la política internacional en términos progresistas, cercanos a la socialdemocracia y el estatismo, pero no al socialismo. Por otro parte, su antifascismo era de sensibilidad mundial en la época, cuando en función de sus creencias democráticas planteó, como millones de otros seres humanos en el plantea, que el apoyo soviético era necesario para ganar la guerra y salvar la civilización.

Pero luego de la guerra y las convulsiones internas vino una violenta ruptura, anticipada por su lectura de la realidad internacional. Los sucesos de Europa central y occidental fueron para él anuncio de la nueva guerra de la democracia. Si primero cree que la unidad internacional se daría en torno a valores democráticos representativos, con una fuerza radicada en Naciones Unidas, hacia 1950 se convence de que el único líder es Estados Unidos. Con todo, González Videla pese a su anticomunismo fue siempre un hombre de centroizquierda moderada, con ideas económicas estatistas, afín a tesis reformistas tipo estructuralistas, relativas a la asimetría de la relación económica. De modo que conviven en González Videla la privilegiada relación con Estados Unidos, con una posición económica reformista y discrepante de la relación económica con ese mismo país.

En suma, González Videla se formó en la afinidad de la política europea, especialmente en Francia e Italia, pero también supo reconocer la inminencia de alinearse con Estados Unidos. González Videla fue definiéndose en torno a la inconveniencia de su anterior alianza con los comunistas en el contexto de una guerra entre las dos superpotencias que requería definiciones claras. Y esa llegó consecuentemente: si Chile no había participado de la lucha por la democracia en 1939 (Polonia) o 1941 (Pearl Harbor), en ese momento decisivo sí debía hacerlo. Pero ese alineamiento no significa un oscurecimiento de sus ideales progresistas, los que se plasman en lo internacional en el apoyo de la CEPAL.

Aparte del peso de Estados Unidos, una interrogante abierta, que esperamos resolver con la revisión de los registros de NARA, podemos afirmar que González Videla tenía un mapa mental. En este pasó de la colaboración con los comunistas a su persecución. Parte de su razonamiento era que Chile iba a entrar en guerra, que las huelgas eran un fragmento de esa guerra mundial y que había que tomar decisiones y rápidas. Si era una excusa de su pragmatismo o el resultado de una evaluación confirmada por hechos es otra cosa. Lo que hemos descrito es el camino de su razonamiento, que aparece teñido de la realpolitik y no de meros cambios de temperamento, pero también del lugar que debía tener Chile en el escenario internacional, que en sus palabras

… de acuerdo con su tradición, con sus principios, con sus vínculos de sangre y con su situación geográfica, elige su sitio junto a los países hermanos de América y a las potencias que representan la civilización occidental y democrática

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