¿Por qué Estados Unidos pierde todas las guerras que comienza?

Reseña de libro
Esglobal, 23.03.2018
Francis Ghilès, cientista político (Grenoble-Oxford) y analista internacional

Las fuerzas especiales de EE UU en el conflicto de Irak. Ahmad Al-Rubaye/AFP/Getty Images

  • Un profundo análisis del historial de guerra de Estados Unidos, años en los que el país ha seguido cometiendo errores estratégicos guiados por los diferentes presidentes. He aquí tres razones por las que el país pierde los conflictos en los que participa.

Anatomy of Failure: Why America Loses Every War It Starts
Harlan K. Ullman
US Naval Institute, 2018

Esta exhaustiva investigación constituye una lectura bastante seria. El título resulta un tanto engañoso (Anatomy of Failure: Why America Loses Every War It Starts [Anatomía del fracaso: por qué América pierde todas las guerras que comienza]) ya que, de cuando en cuando, Estados Unidos gana alguna guerra, como la de liberación de Kuwait en 1991. Pero desde lo que fue, esencialmente, una situación de estancamiento en Corea en 1950, pasando por Vietnam, hasta llegar a la segunda guerra de Irak y Afganistán, su historial es bastante pobre. ¿Cómo es posible que la mayor máquina militar que el mundo ha conocido tenga un expediente tan malo? ¿Qué sentido tiene toda esta sofisticada y carísima maquinaria si cada vez que se embarca en una pelea acaba dejando un mundo menos seguro? El Pentágono sigue diciendo: “Dadme las herramientas y terminaré el trabajo”. Pero el trabajo nunca se termina y se podría argumentar que Afganistán, Irak y sus vecinos son menos seguros hoy de lo que lo eran antes de que Estados Unidos se involucrara.

El autor combatió en Vietnam como capitán de embarcaciones de patrulla, y es, por tanto, un veterano de la tremenda derrota que sufrió allí Estados Unidos. Fue instructor en el Naval War College en Washington en la década de los 90 y acuñó la famosa estrategia de “conmoción y pavor” (shock and awe)que fue puesta en práctica con devastadores efectos en la invasión estadounidense de Irak en 2003. Durante más de medio siglo ha asesorado a presidentes y secretarios de Estado. En otras palabras, conoce cómo funciona la máquina militar y diplomática norteamericana. El libro analiza con lupa la actuación de cada presidente y George H. W. Bush termina siendo elogiado por su planificación y su elección de objetivos realistas, que condujeron a una rápida victoria estadounidense en 1991. Su hijo, por otro lado, aparece como un inepto de primera categoría, y, según argumenta Ullman, la guerra que emprendió fue un simple intento de justificar las armas de destrucción masiva que nunca se encontraron, en lo que el autor califica de “incompetencia estratégica del más alto nivel”.

Ullman analiza las razones detrás de este pésimo historial. Estados Unidos sigue eligiendo a líderes poco cualificados que continúan cometiendo errores estratégicos. Donald Trump es el menos experimentado de sus presidentes. Hizo campaña contra las interminables guerras de Estados Unidos y ganó con un mandato para decir “no” al Pentágono. Sin embargo, desde su llegada a la Casa Blanca, le ha dado todo lo que ha pedido: por primera vez en la historia moderna del país los mandos militares tienen un mayor poder para tomar decisiones en el campo de batalla siguiendo su propio criterio y sin aprobación civil. Hay algo bastante patético en que EE UU deje caer la “madre de todas las bombas” en un laberinto de cuevas del Este de Afganistán el año pasado solo para descubrir que Daesh todavía estaba allí. Trump puede jactarse de que Estados Unidos tiene el “Ejército más grande del mundo”, pero parece que no le sirve de mucho.

A Barack Obama, Ullman le critica por su ultimátum al presidente sirio a propósito de su uso de armas químicas. Ese desafío fue ignorado por Siria, que continúa tratando todas las amenazas como la familia que gobierna el país como procedentes de los “tigres de papel” occidentales. Obama pensó que el aumento temporal de tropas en Afganistán, mientras le decía al mundo que los soldados estadounidenses después se iban a retirar, convencería a los talibanes para que depusieran las armas. Aquello tuvo exactamente el efecto contrario. Además, incrementó enormemente el uso de drones, a la vez que esquivaba cuidadosamente cualquier debate sobre la moralidad o eficiencia de sus políticas. El autor deja claro que, en su opinión, no se deben confiar al Pentágono las decisiones estratégicas, que deberían dejarse en manos del presidente y sus asesores civiles. Cuando el presidente John Kennedy siguió el consejo de la CIA para lanzar su chapucera invasión de Cuba, estuvo a punto de hacer descarrilar su presidencia, pero al menos asumió la responsabilidad de sus actos y se redimió durante la crisis de los misiles.

Los dos presidentes que el autor destaca para dedicarles los mayores elogios son Dwight Eisenhower y George H. W. Bush. El segundo había sido vicepresidente con Ronald Reagan y director de la CIA, y fue lo, suficientemente, astuto como para detener la invasión de Irak en 1991 antes de llegar a Bagdad. El primero había comandado las fuerzas estadounidenses en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial. Ambos estaban bien cualificados para liderar y Bush tuvo además la ocasión de demostrarlo en otro frente por la forma en que manejó el colapso del imperio soviético y la reunificación de Alemania tras la caída del Muro de Berlín en 1989.

El autor es, en especial, crítico al analizar la tercera razón del fracaso estadounidense: sus fuerzas carecen de conocimientos culturales sobre el enemigo. A menudo, no solo son los estadounidenses en general (no únicamente en el Ejército) los que creen que los extranjeros piensan de la misma forma que ellos, sino que con frecuencia tienen opiniones profundamente racistas sobre aquellos contra quienes combaten. Muy pocos mandos militares estadounidenses entendieron que Vietnam no era la siguiente pieza del dominó comunista pendiente de caer, sino que aquello era una guerra de autodeterminación. Como escribe Ullman “no hubo un plan genial creado y manejado desde Moscú en el que la Unión Soviética y el gobierno maoísta de la China roja podían derrotar a Estados Unidos. El cisma sino-soviético que el segundo consejero de seguridad nacional de Kennedy, Walt Rostow, había predicho en The Prospects for Communist China fue ignorado. Tampoco se tuvo nunca en cuenta la rivalidad histórica entre Vietnam y China”. Ullman argumenta que el fracaso de EE UU es el resultado de la falta de reflexión y el exceso de músculo.

Los críticos de este excelente análisis podrían responder que los argumentos que se presentan en este libro son un poco flojos. Para los más devotos, sin duda, es bueno creer que Estados Unidos es el poli bueno del resto del mundo, pero ¿qué sucede si la política no es una política exterior sutilmente diabólica cuyo objetivo principal es alimentar a la industria de guerra estadounidense? ¿Era realmente la intención de EE UU difundir la democracia o podría ser que los cambios de régimen y la instalación de regímenes títeres fueran el verdadero plato fuerte? Aquellos que han tratado con los gestores de las políticas estadounidenses durante un largo periodo de tiempo son muy conscientes, sin embargo, de la ingenuidad que a menudo caracteriza a los responsables del país. Como escribe el autor:

Los estadounidenses se consideraban a sí mismos como ‘los buenos’, como si estuvieran en un western de Hollywood”.

Uno tiene derecho a formular la pregunta fundamental: ¿por qué Estados Unidos nunca (o rara vez) gana guerras y nunca admite una derrota? Si admitiera las derrotas y dejara de luchar en los conflictos, ¿qué pasaría con la segunda narrativa más importante del país, junto con la industria del entretenimiento, que necesita constantemente producir maquinaria y herramientas de guerra para ser consumidas por Estados Unidos y el resto de países? Sería una sentencia de muerte para la industria armamentística estadounidense que Washington comenzara una guerra y la diera por terminada en un año. El presidente Eisenhower resaltó este asunto cuando, en el último año de su presidencia, advirtió contra el complejo industrial militar. Esa advertencia no ha sido escuchada y sesenta años después todavía no se han extraído las lecciones de su derrota en Vietnam:

Primero, conoce a tu enemigo y su estrategia. No lo hicimos. En segundo lugar, no dejes que la ideología, la tendencia a verlo todo a través de tus propias lentes o la combinación del éxito táctico y la victoria estratégica nublen el juicio. En tercer lugar, la inteligencia cultural es un prerrequisito para el éxito. En cuarto lugar, no permitas que la superioridad tecnológica domine la estrategia o provoque evaluaciones optimistas que en realidad son erróneas”.

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