¿Qué le pasa a Chile?

Artículo
FPPChile, 25.09.2015
Jorge Gómez y Rafael Rincón
¿Cómo, cuándo y por qué el excepcional “milagro chileno” empezó a mimetizarse en medio de la típica mediocridad latinoamericana? ¿Qué le ocurre a Chile? Este escrito intenta aportar y resumir algunas explicaciones e interpretaciones, más políticas que económicas, del que podría ser, para el porvenir del país, el giro más determinante de los últimos años

Ya no somos los de antes

En 2006, Mario Vargas Llosa escribió Bostezos Chilenos [1], una columna en la que trataba a Chile, en especial entre sus pares latinoamericanos, como un país excepcionalmente “aburrido”, como una sociedad sin conmociones políticas peligrosas y con más certezas que sorpresas. Chile, por ejemplo, no acostumbraba a jugarse la vida en una elección, mientras en las versiones tercermundistas se apostaban las instituciones, los proyectos y, claro, el futuro.

Una razón de esto ha estado, en buena medida, en lo que Carlos Alberto Montaner llamó, el mismo año, el umbral de la sensatez, que es “ese punto de la historia en el que un porcentaje decisivo de la clase dirigente coincide en el diagnóstico sobre los males que aquejan a la sociedad y en las medidas que deben tomarse para conjurarlos” [2]. En Chile – explica Montaner– esto ocurrió cuando, a principios de los noventa, al término de la era Pinochet, no se renunció a sus aciertos económicos, que los hubo, sino que se conservaron estos y se agregó el componente de la democracia liberal.

Las opiniones de Vargas Llosa y Montaner son una pequeñísima muestra de lo que se escribía de Chile hasta hace poco: elogios. El país modelo, el “milagro” y la excepción latinoamericana ya eran ideas asociadas a la marca Chile. Esta larga y angosta faja de tierra, y su trayectoria de éxito con pocos paralelos en el mundo –de seguro ninguno en la región–, en el último tiempo encarnó indiscutibles fortaleza institucional, transparencia, responsabilidad administrativa y buena gobernabilidad. Pero las cosas han cambiado. Veamos solo tres ejemplos del pasado año, cuando la Nueva Mayoría en La Moneda aún no entraba en calor:

Perú, 17 de marzo. En la nota editorial de El Comercio, titulada “¿Un Chile a la Europea?”, se lee que nuestra exitosa receta, por décadas, no ha sido otra que la libertad económica. Pero el gobierno en estreno corre a contravía: impuestos más altos, mayores prestaciones sociales y el proyecto de una nueva constitución. “Si Chile implementa el cambio de rumbo que propone Bachelet, deberíamos aprovechar el momento para profundizar la apertura de nuestra economía y tomar el liderazgo económico de la región que el vecino del sur, probablemente, abandonaría” [3], remata el diario.

Londres, 13 de octubre, en el marco del Chile Day. Financial Times publica una nota [4] sobre las pobres ambiciones del gobierno actual y la tranquilidad con que La Moneda se toma las posibles consecuencias de sus planes en materia tributaria y de gasto público. La economía chilena, habiendo superado la crisis global dignamente, es –se lee– la que mejor encarna la “nueva mediocridad”, referida por Christine Lagarde (FMI) para aludir a la “decepcionante” recuperación de algunas economías desarrolladas y emergentes. Con siete meses de administración socialista, el crecimiento se ha estancado y la inflación presiona al alza. Mientras tanto, el gobierno casi festeja los penosos pronósticos.

2 de noviembre. “El milagro de Chile va en reversa”. Mary Anastasia O’Grady, en el Wall Street Journal, reprocha el que la libertad de las personas para elegir –en materia de educación, por ejemplo– perturbe “el mundo feliz de igualdad de los socialistas” en el Gobierno. Dice que las sombrías perspectivas del “milagro chileno” se deben a la obsesión por frenar a aquellos que surgen con mayor rapidez, intentando acortar la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos empobreciendo a los primeros: “Bachelet ha incrementado los impuestos de todo, desde el capital hasta el consumo. Un objetivo es ahogar a la clase inversionista, haciéndola más pobre para que la inequidad caiga” [5]. Así, puede más bien que “las disparidades de ingresos aumenten ya que los ricos tienen formas de proteger sus ingresos, mientras que los pobres dependen de la creación de empleos a partir de la inversión para ganarse el pan de cada día y generar riqueza” [6].

Corre el año 2015 y las percepciones empeoran.Las últimas intervenciones de quienes ayer halagaban a Chile son muy distintas.El propio Vargas Llosa se mostró inquieto en Lima, Perú, en el evento organizado por la Fundación Internacional para la Libertad [7]. También en el Foro Atlántico de Madrid [8], celebrado en julio, Chile estuvo, ya no como modelo, sino como seria preocupación. Como “parte del problema”. Lo manifestaron varios expositores allí y han insistido en ello columnistas, conferencistas y políticos que ven la esperanza de América Latina a medio tragar por la mediocridad regional.

El retorno a América Latina 

A los chilenos se les caricaturizaba amablemente como “los ingleses de América Latina”. A Chile se le veía como el “jaguar”, que podía pararse frente a un podio, en cualquier foro internacional, a dar lecciones de desarrollo con la autoridad de quien inspira respeto y admiración. Pero los titulares de hoy refutan tales comparaciones e imágenes.

Aunque los recientes escándalos de corrupción no sonrojarían a nadie, digamos, en Venezuela, Brasil o Argentina, la situación es preocupante.

Hasta desesperante. Un problema que claramente no era sistémico parece haber permeado niveles altos del gobierno, así como todo el espectro político y sectores económicos como la banca. Para una sociedad no habituada a estas noticias, los efectos son devastadores en términos de aprobación, confianza e incluso autoevaluación y autoestima.

Además de la transparencia, ha decaído sustancialmente la calidad de un sector público que solía ser muy competente. La propia gestión de La Moneda es ilustrativa: errores básicos de economía; reformas a contrapelo de las circunstancias y de las tendencias en el mundo desarrollado; remezón de gabinete inédito y en forma muy poco cuidada; acciones y discursos que generan innecesarios temores e incertidumbres; casos de malas prácticas, algunas vinculadas al nepotismo; dogmatismo, utopía y voluntarismo; y un debate político que lesiona severamente, no tanto a partidos u opositores como al propio sistema democrático. Hasta se ha asomado el feísimo rostro del populismo, bicho al que Chile se creía alérgico. Y ni hablar de la confianza de los chilenos en sus partidos e instituciones, algo mucho más serio que la disminuida aprobación de la presidenta o la de algunos políticos en particular.

Las consecuencias de una deficiente gestión han empezado a apreciarse rápido. En agosto, el exministro de Hacienda, Felipe Larraín, con números en mano y gráficos en pantalla, mostró resultados francamente perturbadores [9]: retroceso de la inversión; caída del crecimiento (más allá del precio del cobre); baja en el empleo y previsiones desalentadoras; golpe en la confianza de los inver- sionistas, entre otros efectos lamentables. Todo –dijo– “made in Chile”, dejando claro que a las condiciones externas no se les puede culpar de las torpezas y errores propios.

Así las cosas, como dice Moisés Naím, la pregunta ya no es por qué Chile es excepcional, sino cómo este país modelo se ha convertido en un país normal [10], cómo se ha “latinoamericanizado”. Naím habla de la desconexión entre una sociedad civil que ha crecido rápidamente desde la democratización– y las instituciones y el sector político, incapaces de seguir el paso. Pero hay más. Los problemas de fondo tienen también raíces en la ruptura del consenso en torno a las instituciones políticas y económicas –el retroceso de Chile del umbral de la sensatez– y lo que Roberto Ampuero [11] llama la “revolución 2.0”.

La ruptura del consenso

Se ha quebrado el consenso en torno a las políticas liberales y al propio sistema, visión compartida que lucía desde los años 90 sólida como piedra. El “pasado neoliberal” ha llegado convertirse en una especie de vergüenza insoportable para quienes, durante veinte años, lo administraron con resultados positivos. Y para los mismos que se enorgullecían de los notables logros.

Esta ruptura tiene relación con lo que podríamos llamar dislocación discursiva, un quiebre de los clivajes que definían los modos en que el proceso político democrático era abordado por los diversos actores. Esto ha podido apreciarse en un paulatino cambio en las categorías conceptuales y de análisis predominantes en el debate político y en la opinión pública. Se nota claramente una preocupante tendencia a polarizar de forma excluyente posiciones ante ciertos temas: pobreza versus desigualdad o mercado versus Estado.

El cambio se ha manifestado con nitidez en una inusual hostilidad hacia el mundo privado y empresarial. Y, por supuesto, hacia el emprendimiento y el libre mercado. Pero también hacia conceptos pilares de una sociedad libre, como el individualismo o la propiedad privada. O el lucro, que se ha transformado en una suerte de pecado inaceptable. Primero ha sido en la educación, pero luego quién sabe en qué otros ámbitos.

Estos cambios no han sido azarosos o espontáneos. Son el resultado de un paciente trabajo, de una labor de producción y difusión de contenidos intelectuales, académicos y culturales cuyo propósito es la crea- ción de un clima de opinión antiliberal y favorable al colectivismo y al estatismo. Ese proyecto de pre- tensión hegemónica ha movido los términos de la discusión política, para la cual la tradicional oposición de centroderecha a la Concertación —hoy a la Nueva Mayoría— no ha logrado articularse. Esto por su agotamiento y, además, por el desprestigio que ha tocado a políticos de ese sector, algunos involucrados en escándalos de corrupción. También se ha debido al descuido; la centroderecha chilena, durante años, ha ignorado el fomento de los valores de la sociedad libre, tanto por negligencia como por falta de prepa- ración intelectual. Y, quizás, por falta de convicción.

La Revolución 2.0

El programa actual de gobierno resume un proyecto de país radicalmente distinto. Chile ha golpeado violentamente el timón. No a la centroizquierda después de una administración de centroderecha, sino a la izquierda radical después de más de dos décadas de economía y política liberales que trajeron al país sosiego, progreso y buenas expectativas.

Conviviendo comunistas y democratacristianos en el gobierno –algo inédito–, Bachelet II está más cerca de los primeros que de los segundos. Está más próxima a los nuevos componentes radicales de la coalición, rebautizada Nueva Mayoría, que de la moderación concertacionista de Aylwin, Frei y Lagos, así como de la propia Bachelet I (2006 – 2010). Las reformas planteadas son tan estructurales, y remecen tan fuertemente los pilares institucionales del país, que pueden entenderse mejor como una revolución “en cámara lenta”... o a “fuego lento”.

Las revoluciones 2.0 no son como las aventuras revolucionarias de antaño –la bolchevique, la cubana–, donde un día amanece el país de golpe, con un grupo de personas armadas sacando del poder, por la fuerza, a los inquilinos palaciegos del momento. La experiencia venezolana es un ejemplo adecuado. Después de 16 años, en este caso de explícita revolución bolivariana, nada queda de la democracia representativa y de la economía relativamente libre que en algún momento llegó a existir. Hugo Chávez había intentado el derrocamiento de Carlos Andrés Pérez en 1992, pero luego aprovechó la “ventana táctica” de las elecciones de 1998 para llegar a Miraflores, con la legitimidad de origen que aporta una mayoría electoral. Con sus matices y estilos, otros países han seguido la misma estrategia. El Ecuador de Correa y la Bolivia de Morales son dos muestras. Autores como el español Hermann Tertsch (Días de Ira, 2015), entre otros, apuntan al Foro de São Paulo como una clave para analizar de este fenómeno.

El programa de gobierno de Michelle Bachelet tiene una narrativa mucho menos belicosa y altisonante que otras, como la chavista o la kirchnerista, pero suficientemente clara: ministros que cuestionan la propiedad privada (“demasiado resguardada en la constitución”); propuestas de asamblea constituyente orientadas al desmantelamiento de todo el sistema; voceros que han ofrecido demoler el “neoliberalismo” con una retroexcavadora; homenajes públicos a Salvador Allende (también llamados a seguir su ejemplo); y reformas tributaria y laboral reñidas con los principios de una economía libre y competitiva (y con los de una sociedad libre). Todo con la bendición de una mayoría que habría votado por su programa. De ahí el que la presidenta hable de “realismo sin renuncia”, algo que recuerda –naturalmente, salvando las claras proporciones y distantes contextos– lo que explicó George Kennan en 1947 sobre la conducta soviética: puede haber frenos, retrocesos y pequeños desvíos tácticos, pero el objetivo estratégico no es negociable [12]. No hay, pues, rectificación. Es gradualismo.

Esta revolución 2.0 se presenta como la necesidad de un cambio que se habría manifestado abrumadoramente en 2011. Ese año, con algunos antecedentes en 2006 [13], la cólera se esparció por las calles. Violentas protestaslideradas por dirigentes estudiantiles y nuevas figuras radicales –algunas de ellas hoy con cargos de diputado– fueron interpretadas por la izquierda como la prueba inequívoca de un descontento generalizado con “el modelo neoliberal”. El libro El Otro Modelo [14], una de las fuentes de inspiración intelectual de la Nueva Mayoría, algo tiene de eso como base para proponer la transición urgente del “régimen de lo privado” –“neoliberal”, al decir de los autores– al “régimen de lo público”.

Así, del “no al lucro” en la educación se pasó, en un abrir y cerrar de ojos, al llamado a cargar contra todo el sistema económico y político. Y a la idea de que una asamblea constituyente es imperativa e inevitable para satisfacer las demandas.Sobre esta ola radical se montó la naciente Nueva Mayoría, que para recuperar el poder diseñó una campaña prometiendo igualdad, educación gratuita y castigo económico a los ricos.

El malestar del éxito

¿Cómo Chile tuerce el rumbo cuando mejor le va? ¿Qué puede afligir –si hay descontento– a una sociedad que está siendo testigo y beneficiaria del progreso más importante de su historia?

Ciertamente, como ha dicho Moisés Naím [15], Chile ha sido catastrofista, incluso en tiempos de bonanza. Aplaudimos poco y nada los propios logros. No es falso que se haya manifestado disconformidad pública. El punto es por qué. Mauricio Rojas [16]ofrece la tesis del “malestar del éxito”, una consecuencia del progreso chileno y de una sociedad que ha cambiado profundamente. Explica que se han transformado, no solo las condiciones objetivas de la vida de los chilenos, sino también su subjetividad, redimensionándose ampliamente su horizonte de problemas y aspiraciones. Las demandas ya no son las de un país pobre, sino las de uno donde hay nuevos sectores emergentes. El rápido progreso –dice Rojas– “tiene una característica sorprendente que fácilmente lo torna insuficiente: las expectativas tienden a crecer más rápido que la capacidad de satisfacerlas y se genera así un malestar que, a simple vista, no guarda relación con los avances realizados... Esta evolución ha cambiado de manera notable el foco de atención de la sociedad chilena, poniendo hoy el acento no ya en los logros sino en las deficiencias del camino recorrido”[17].

De acuerdo a esto, se ha producido un fuerte desplazamiento de las aspiraciones y demandas sociales, donde ya no se trata de la cantidad, sino de la calidad. No es tener techo, escuela o empleo, sino vivienda, educación y trabajo con ciertas condiciones. “Son los hijos del éxito del modelo que se transforman así en sus grandes detractores” [18]. Estamos hablando de una generación de sueños superiores a los de padres y abuelos, que no dimensiona el progreso realizado porque ha nacido y vivido con él, como algo normal y dado por sentado. Ve solo las carencias. Además, con la velocidad de los tiempos que corren y la impaciencia que caracteriza esta época de inmediatez, lo quiere todo y lo quiere ahora mismo. Y exige que alguien lo provea y garantice. ¿A quién mejor que el Estado para reclamarle derechos?

Este fenómeno pudo haber ayudado a que una parte de la sociedad chilena –probablemente la más joven y/o la más radical– viera en la promesa de “más igualdad” una esperanza inmediata y real, más allá de cuántas personas expresaron eso con su voto. Es decir, más allá de si la Nueva Mayoría solo representó a una minoría políticamente más activa o de si las personas optaron verdaderamente por un programa que conocían y entendían. Lo cierto es que la rapidez con la que se han hecho manifiestas las consecuencias, sumadas a los escándalos del gobierno y de toda la clase política, está disparando alarmas y mecanismos que intentan contener las cosas.

Podríamos estar ante una nueva encrucijada: la oportunidad para recti- ficar el rumbo o para que un demagogo de corte mesiánico, por encima del bien y el mal y de los partidos, capitalice el sentimiento. Y embarque a Chile en la nave del populismo, a través de una tormenta de la que quizás no podrá salir.

Chile no está condenado al fracaso. Las instituciones aún no han sido demolidas y son lo suficientemente funcionales y sólidas como para rectificar y enmendar los desaciertos. Pero hay un trabajo cultural en la sociedad que aún está pendiente para el largo plazo, y sin el cual ninguna institucionalidad podría subsistir por mucho tiempo: reconstruir el consenso social liberal –o generar uno nuevo, adaptado a los tiempos y una nueva mentalidad– y conectar a Chile con los debates globales y con el futuro.

Lo primero consiste en contribuir a la maduración de una opinión mayoritaria favorable a los principios y valores una sociedad libre, que no son una lista de deseos, caprichos y utopías, sino el conjunto de ideas que rige en los países que han alcanzado las mayores cotas de progreso social, dignidad y paz: gobierno limitado, interacciones libres y acuerdos voluntarios, sociedad civil, imperio de la ley, libertad individual, respeto y tolerancia, economía libre.

Lo segundo trata de un problema sistémico en el discurso y en el debate político nacional: el apego obsesivo al pasado y una cierta –también inquietante– desconexión de los grandes debates y tendencias globales. Aún, el uso y abuso de la polarización Allende–Pinochet contamina los análisis de la actualidad. Todo es bueno o malo según se clasifique en ese esquema. Y, por otra parte, Chile lleva atraso en las discusiones (geo)políticas, económicas, culturales y tecnológicas globales. Mientras en el mundo avanzado se discuten las tendencias en educación, con los mejores académicos del planeta a un clic de distancia, en Chile aún se pelea por la gratuidad y por cómo salvar a profesores deficientemente preparados. O cuando en los debates globales se está previendo cómo afectarían la inteligencia artificial y la robótica los puestos de trabajo, nuestras universidades, inte- lectuales y políticos aún tratan los temas sindicales y discuten el reemplazo en huelga, todo con los paradigmas añejos.

Hay una titánica tarea pendiente, principalmente, en las agendas de los think tanks, de los intelectuales públicos y, en general, de las organizaciones y agentes influyentes. En este contexto, con revolución a fuego lento en marcha y riesgo de empeoramiento, los sectores liberales tienen una oportunidad para articularse intelectual y políticamente con miras a establecer un nuevo eje cultural que dispute decididamente el espacio hegemónico a los sectores estatistas y colectivistas (en todos los partidos y en otros ámbitos), difundiendo los principios y valores de una sociedad libre, más allá de las pretensiones electorales. Es decir, deben asumir un desafío olvidado durante los últimos 25 años.

[1]Mario Vargas Llosa, “Bostezos chilenos”, El País, 29 de enero, 2006. http://elpais.com/diario/2006/01/29/opin- ion/1138489207_850215.html
[2] Carlos Alberto Montaner, “El Umbral de la Sensatez”, ABC, 17 de enero, 2006.  http://www.abc.es/hemeroteca/histori- co-17-01-2006/abc/Internacional/el-umbral-de-la-sensa- tez_1313756667756.html
[3] “Editorial: ¿Un Chile a la europea?”. El Comercio, 17 de marzo, 2014. http://elcomercio. pe/opinion/editorial/editorial-chile-europea-noticia-1716343
[4]“Chile faces tougher sell to investors as growth stalls”. Financial Times, 13 de octubre, 2014. http://www.ft.com/intl/cms/s/0/fbcefd70-52d9-11e4-9221-00144feab7de.html
[5]Mary Anastasia O’Grady, “The Chile ‘Miracle’ Goes in Reverse”, 2 de noviembre, 2014. http://www.wsj.com/articles/mary-anastasia-ogrady-the-chile-miracle-goes-in-re- verse-1414973280
[6]Ibid.
[7]Seminario Internacional “América Latina: Oportunidades y Desafíos”, 26 y 27 de marzo de 2015.
[8]VIII Foro Atlántico 2015: “Iberoamérica de cara al futuro: Democracia y Populismo, nuevos desafíos”, 2 de julio de 2015.
[9]Fue en la VI Conferencia Anual Bci Corporate & Investment Banking: “Crisis de Confianza y Bajo Crecimiento, ¿cómo salir de la trampa?”, 13 de agosto de 2015.
[10]“Chile on Trial: Moisés Naím and Sergio Bitar”, The Dialogue, 6 de junio, 2015. http://moisesnaim.com/media/chile-on- trial/
[11]Chileno, exmilitante comunista, escritor, exembajador de Chile en México y exministro de Cultura del gobierno de Sebastián Piñera.Roberto Ampuero es senior fellow de la Fundación para el Progreso.
[12]X (George F. Kennan), “The Sources of Soviet Conduct”, For- eign Affairs, julio, 1947. https://www.foreignaffairs.com/ar- ticles/russian-federation/1947-07-01/sources-soviet-conduct
[13]En 2006 también hubo protestas estudiantiles. Hay una con- vicción generalizada de que estas son claros antecedentes de los sucesos de 2011.
[14]“El otro modelo: Del orden neoliberal al régimen de lo público” (2013) fue escrito por Fernando Atria, Guillermo Larraín, José Miguel Benavente, Javier Couso y Alfredo Joignant. Se considera inspiración del programa de gobierno de la Nueva Mayoría.Y tuvo gran impacto en el año de su lanzamiento.
[15]Fue en la VI Conferencia Anual Bci Corporate & Investment Banking: “Crisis de Confianza y Bajo Crecimiento, ¿cómo salir de la trampa?”, 13 de agosto de 2015.
[16]Chileno, exmilitante del Movimiento de Izquierda Revolucio- naria (MIR), Doctor en Historia Económica de la Universidad de Lund, exparlamentario sueco por el Partido Liberal y senior fellow de la Fundación para el Progreso.
[17]Mauricio Rojas, “Chile: del malestar del éxito al miedo al fracaso”, El Líbero/Fundación para el Progreso, 8 de octubre, 2014. http://www.fppchile.cl/384/
[18]Ibid.

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