¿Qué representa el Frente Amplio? 

Editorial
El Mercurio, 07.05.2017

Ciertamente, la impredecibilidad ha marcado estos primeros meses de 2017. Si se retrotrajeran las cosas a diciembre, por ejemplo, ¿cuántos hubieran podido imaginar que la DC desecharía ir a primarias y se aprontaría a inscribir la candidatura presidencial de Carolina Goic, optando por una primera vuelta que entonces la propia senadora descartaba? Y si se retrocede un poco más, hasta octubre, ¿no parecía entonces de Perogrullo la afirmación del ministro del Interior, en cuanto a que la real disputa presidencial sería entre los ex presidentes Ricardo Lagos y Sebastián Piñera, pues lo demás "es música"? O incluso en el sector que hoy se ve más ordenado, ¿cuántos se habrían atrevido a apostar que el mismo senador Manuel José Ossandón, que en julio de 2016 se retiraba de RN y se abocaba a reunir firmas de apoyo, terminaría inscribiendo su nombre para competir en una primaria con Piñera y Felipe Kast?

Es en ese contexto de vuelcos y de aparente cambio de ciclo donde abre un campo de interrogantes la irrupción del Frente Amplio. Se trata de un fenómeno difícil de dimensionar. Desde luego, la popularidad de que gozan sus figuras más carismáticas contrasta con el muy discreto desempeño electoral que, salvo ejemplos aislados, han exhibido hasta ahora las fuerzas que lo integran. Por lo mismo, sería equivocado afirmar que la aceptación de que gozan sus postulados en el ámbito de las redes sociales se corresponda con el sentido común ciudadano. Aun más, la historia electoral de la post transición muestra la persistencia de un cierto voto de izquierda extra sistémico que en algún momento representó el PC, que luego canalizó Marco Enríquez-Ominami y que hoy el Frente Amplio estaría recogiendo.

Con todo, otros elementos sugieren que el crecimiento de este grupo sí presentaría aspectos novedosos y de un alcance más significativo. Se ubican allí las experiencias internacionales asimilables, desde el caso de Podemos en España hasta la alta votación registrada por Jean-Luc Mélenchon en Francia, ejemplos ambos de una izquierda "alternativa" y populista que crece a costa del desgaste de aquella otra izquierda más tradicional, sumida esta en el desconcierto y pagando los efectos de la impopularidad de sus últimas experiencias de gobierno. No muy distinto es lo que ha ocurrido con la Nueva Mayoría, lastrada por el fracaso de la segunda administración Bachelet, pero donde además las diferencias entre sus miembros han hecho crisis. En ese contexto, la candidatura de Alejandro Guillier -incapaz de reunir el apoyo de todo el oficialismo y horadada desde la izquierda- asoma resentida a tal punto, que el improbable escenario de una primera vuelta en que el Frente Amplio lo aventaje parece hoy algo menos descartable que hace semanas.

Paupérrima gestión
Tal vez, esa posición expectante y el notable manejo mediático de algunos de sus líderes -beneficiados además por el desprestigio en que se halla sumida toda la clase política tradicional- han relegado a un segundo plano la discusión sobre la identidad del Frente Amplio y lo que efectivamente representa. Salta ahí como rasgo identitario el contraste entre el carisma de las dirigencias y la debilidad de sus estructuras, propias de una cierta izquierda que privilegia el asambleísmo, que confunde la calle con la ciudadanía y que en sus vertientes más extremas (el caso del chavismo, con el que comparte influencias ideológicas) llega a enfrentar y negar la democracia representativa en nombre de "el pueblo". Junto con ello, asoma un afán negacionista de ribetes utópicos, que hace del "partir de cero" su máxima, sustentada en la premisa de que todo lo hecho por las generaciones anteriores (transición política, bases del modelo económico, etc.) sería el resultado de inaceptables y espurias negociaciones. Por lo mismo, su pugna más dura es con las otras fuerzas de la izquierda, a las que acusa de "transar".

Tanto rigor en el juicio hacia otros contrasta sin embargo con el pobre balance que el Frente Amplio puede exhibir respecto de sí mismo en materias de gestión pública. Su experiencia allí -aparte del caso del alcalde de Valparaíso, que recién inicia su período- se limita al papel jugado por figuras de sus filas en el Ministerio de Educación y en el manejo de esa misma área en el municipio de Providencia. En ambos ejemplos el resultado ha sido lamentable: en un caso, una reforma repudiada por la ciudadanía y que solo ha traído incertidumbre al sector; en el otro, desorden administrativo, déficit financiero y pérdida de la excelencia por parte de colegios. Así, quizá la promesa programática de un tren de alta velocidad Arica-Puerto Montt presentada por uno de sus precandidatos -planteada sin mínimos estudios de factibilidad y sin una sola palabra respecto de cómo se evitaría el frustrante resultado de las estaciones sin trenes que dejó el último intento (más modesto) del Presidente Lagos por volver a operar la línea al sur- sea una perfecta metáfora de lo que el Frente Amplio políticamente significa, en cuanto a voluntarismo y desdén por las restricciones que impone la realidad. No parece evidente que el electorado chileno, ya desilusionado por el mal resultado de una experiencia de gobierno que insinuó un camino en esa línea, pudiera optar masivamente por quienes pretenden acentuarla.

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