Raúl Modesto Castro Ruz (n.1931)

Revolucionario, Militar, Político y Gobernante Cubano.

El general del ejército cubano, ex ministro de las FF.AA. (1959-2008), presidente de Cuba (desde 2008) y primer secretario del PC cubano (2011), es cinco años más joven que su famoso hermano Fidel (lo que no le impide ser el mandatario más viejo de América). Pero esa es tal vez la menor de las diferencias entre los dos.

Fidel es alto, corpulento, locuaz, dado a las complejidades teóricas, terco, colérico, dogmático, solemne, frío, áspero en el ámbito familiar, desorganizado, carente de sentido del humor y narcisista, lo que quiere decir que su nivel de empatía es casi imperceptible. Fidel es un hombre que se ha pasado la vida tallando el busto que desea dejar instalado en la historia.

Raúl, en cambio, es de corta estatura, lacónico, sentimental, hogareño, llorón, refractario tenaz a las lecturas y enemigo a muerte de las abstracciones teóricas, pragmático, organizado, bromista y -según sus amigos y familiares, incluidos los que están en el exilio- capaz de tener gestos caseros de afecto y solidaridad. Más que la historia, a Raúl le interesan las peleas de gallos, el whisky y las fiestecillas entre amigotes.

Fidel es un caudillo permanentemente encaramado en un podio. Raúl se sienta en un taburete, delega autoridad, gobierna en equipo y se comporta como una persona normal, lo que no le impide fusilar a cualquiera, como ha hecho en el pasado decenas de veces sin visitar el remordimiento, salvo cuando mató a su amigo el general Arnaldo Ochoa.
Cuando era un adolescente, Fidel había decidido ser presidente de Cuba. Raúl soñaba con ser locutor de radio.

La figura de Raúl es más bien desconocida. El sexto hijo de Ángel Castro Argiz (1875-1956), un gallego laborioso y preñador (diez hijos conocidos de tres señoras diferentes) que se hizo rico sembrando caña de azúcar en Cuba, y de la sirvienta doméstica canaria Lina Ruz González (1903-963). Se educó al igual que su hermano mayor en el Colegio Dolores de Santiago y la Escuela Preparatoria Belén de La Habana, dos centros regentados por los jesuitas, antes de ingresar a un colegio militar donde se graduó de sargento. En su infancia y adolescencia fue parrandero, bebedor, amante de las peleas de gallo y del toreo; un mal estudiante desde la primaria hasta la universidad, donde con gran desgano tomó algunos cursos. Cuando muchacho, sus padres desesperados, se lo enviaron a Fidel a La Habana para que lo enderezara, y éste lo colocó férreamente bajo su autoridad y lo puso a asaltar cuarteles. Raúl lo ha dicho: Fidel es como su padre. Lo admira, pero también lo teme. Fidel es un padre terrible, pero la subordinación emocional a los padres terribles suele ser muy intensa. Cuando era muy joven -esto lo contó un jesuita que los educó a ambos en el Colegio Belén- lo maltrataba de obra. Cuando crecieron, lo maltrataba de palabra. A veces era más cruel y lo maltrataba de silencio.

Raúl, ya siendo Ministro de Defensa, sufría mucho, reveló su ex secretario Alcibíades Hidalgo, cuando Fidel no le hablaba, y entonces salía a recorrer los cuarteles del país, triste como la Zarzamora, a la espera de la voz añorada. Las dos familias -por cierto- apenas se visitan. Es Fidel el que ha decidido poner distancia, con el aplauso de su mujer, que nunca tragó del todo a Vilma Espín, la esposa de Raúl, muerta hace un tiempo.
Siempre a la sombra de su hermano, Raúl Castro genera controversias con su personalidad oscura y compleja. Muchos misterios rodean las relaciones entre los dos hermanos y es difícil precisar la influencia que Raúl ha ejercido sobre Fidel desde los orígenes y en los momentos claves de la revolución. En todo caso, ha cumplido a cabalidad su papel de eterno segundón. Y, detrás de su rostro achinado y barbilampiño, detrás de sus chascarrillos y sus chistes malos, detrás de su cultivada bonhomía, se esconde un hombre con temple de acero que todavía no ha mostrado su verdadero rostro. Sin Fidel, Raúl Castro no sería nadie, pero sin Raúl la revolución cubana tal vez no habría sobrevivido hasta hoy.

En 1953, Raúl se hizo comunista tras participar en un congreso de la Juventud del Partido Socialistas Popular (PSP), organizado por la KGB en Viena. En ese viaje, conoció al joven agente Nicolai Leonov (luego el segundo de a bordo de la organización soviética y hoy está en el Parlamento ruso, cerca de Putin) y quedó convencido de la superioridad inderrotable de la URSS y del horror sin límites de Estados Unidos. Poco después, su hermano lo incorporaría al fallido ataque al Cuartel Moncada, y los dos, más una docena larga de supervivientes, acabarían en la cárcel, pero no por demasiado tiempo: apenas 21 meses, cuando el dictador Batista los amnistió.

Luego, vinieron el exilio en México (1955), donde volvió a coincidir con Leonov y conoció al Che Guevara a quien incluyó en el círculo íntimo de Fidel Castro; el adiestramiento; y el desembarco de 82 expedicionarios cerca de la Sierra Maestra en diciembre de 1956. En la montaña, Raúl demostró ser un organizador eficaz -es su mejor virtud- y Fidel le encomendó que pusiera en marcha otro frente. Lo hizo con bastante eficacia, pese a su juventud, y comenzó a crearse un círculo que desde entonces ha existido, los "raulistas", oficiales que han seguido girando en torno al segundo comandante en jefe. Fue allí, también, donde conoció y se enamoró de una mujer educada y burguesa, Vilma Lucila Espín Guillois (1930-2007), ingeniera química pasada por las aulas de Estados Unidos, pero comunista como él. Vilma, sin embargo, construyó junto a Raúl una familia razonablemente articulada (cuatro hijos, yernos, nueras y ocho nietos que funcionan como clan de poder), que parece llevarse bastante bien, y en la que destaca la hija sexóloga Mariela Castro Espín (n.1962).

En 1959, Raúl se convirtió en Jefe de las Fuerzas Armadas y desde 1989, además, absorbió al Ministerio del Interior. El adusto jefe militar y segundo secretario del PCC, de limitadas dotes comunicativas y presencia apocada y grisácea, que ni antes ni después del triunfo de la Revolución gozó de la popularidad de otros comandantes más carismáticos empezando por su icónico hermano, era visto como un dirigente dedicado por entero a la consolidación de la Revolución en casa y como un campeón del rigor doctrinal y el sovietismo.

Por otro lado, aunar en su perfil al soldado, al burócrata, al diplomático y, en menor medida, al espía, convirtió a Castro en un analista muy bien informado y en un hombre más práctico y probablemente más realista que su hermano. Fidel era quizá menos ortodoxo en el sentido de sometimiento milimétrico a las doctrinas escritas por otros, que no encajaba bien con su carácter de hombre de acción fiado sobre todo de su instinto, pero sí más dado a enfrascarse en las grandes visiones de las luchas revolucionarias, las alianzas de bloque, los enfrentamientos épicos y, en definitiva, los esquemas, en el fondo rígidos, de la Guerra Fría, lo que a su manera le convertía en un dogmático formidable, muy poco dado a reconocer errores propios y a rectificar en consonancia con las situaciones cambiantes. Raúl, en cambio, no era alérgico a la autocrítica, siempre que sirviera para perfeccionar el régimen de gobierno sin desviarse de los principios socialistas y revolucionarios, y se dejaba asesorar por los especialistas cuando no comprendía una cosa. Fidel actuaba más por impulsos, a veces emocionales, y tendía a menospreciar los criterios alternativos al suyo; Raúl, por el contrario, se mostraba como un metódico desapasionado que no dejaba nada al azar y que consideraba útil contrastar las discrepancias en una discusión colectiva para encontrar las mejores soluciones a los problemas. Él podía ser muy leal y, llegado el caso, dócil cumplidor de la decisión final e inapelable del comandante en jefe, pero ni era un clon suyo ni un mero apéndice instrumental de su férula.

Riguroso y cerebral, Raúl llevaba años manejando los asuntos diarios del Gobierno cubano. Pero fue sólo en el cambio de siglo cuando su proverbial aversión a las cámaras y los micrófonos, hasta entonces cedida en muy contadas ocasiones, dio paso a un mayor protagonismo tanto institucional como declarativo. El número dos adquirió un rol mucho más activo en los actos y concentraciones oficiales, tomando la palabra en palestras que durante décadas habían estado reservadas a la oratoria apabullante y kilométrica de Fidel.

Los hombres de mayor confianza de Raúl han sido casi todos militares, entre ellos los generales Abelardo ("Furry") Colomé Ibarra (), Julio Casas Regueiro (), Ulises Rosales del Toro (), y en su familia inmediata, su yerno Luis Alberto Rodríguez Callejas (), teniente coronel del Ejército, y su hijo Alejandro Castro Espín (), coronel del Ministerio del Interior (Minint), quien está pensado como sucesor de la dinastía.

En julio de 2007, Raúl Castro habló de la necesidad de "cambios estructurales" y llamó a los cubanos a "hablar con valentía" sobre las falencias del régimen, despertando altas expectativas de cambio.

Desde que es nominalmente presidente, el menor de los Castro eliminó algunas de las "prohibiciones absurdas" como la que impedía a los cubanos alojarse en hoteles de lujo o comprar celulares. También trató de impulsar la desfallecida producción nacional decretando, entre otros, la entrega de tierras ociosas y eliminando el techo salarial. Y, en el plano internacional, ha ampliado las alianzas de Cuba con potencias emergentes como Rusia y China, arreglando diferencias con México o la Unión Europea, y acercándose a Barack Obama y los EEUU.

Los críticos destacan sin embargo que los cambios políticos también esperados, como la eliminación del permiso de salida o mayores libertades, no se han producido, achacándolo a una estrategia gatopardiana de "algo debe cambiar para que todo siga igual".

Raúl Castro se acerca así al 50 aniversario del triunfo de la revolución con el reto de combinar las grandes expectativas de cambios de la población, despertadas en parte por él mismo, y garantizar a la par la "continuidad" de un sistema en el que él ha sido una pieza clave todos estos años pasados. ¿Cómo está gobernando? Por ahora, muy pragmáticamente y con gran cautela, porque su hermano mayor, aunque renunciado y desvalido físicamente, no lo dejará hacer cambios muy sustanciales, tales como los requeridos para la democratización del país. Así son los padres terribles. Cuando finalmente entierre a Fidel, Raúl va a experimentar un extraño alivio emocional y podrá sentirse capacitado para dirigir una transformación de Cuba a la China: grandes reformas económicas bajo la férula de un partido único.


 Bibliografía
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