Rusia y el zar

Columna
El Mercurio, 18.12.2017
Tamara Avetikian

Si no pasa algo extremadamente inesperado, tendremos a Vladimir Putin gobernando Rusia otros seis años. Así de simple. No tiene un rival de verdad. El único que pudo hacerle la competencia, Alexander Navalny, está inhabilitado por secretaría.

La verdad es que con su popularidad, sobre el 70 por ciento, es difícil que alguien pensara que el "zar" iba a declinar ser el candidato, y la única interrogante era cuándo haría el anuncio. Eligió un momento especial, justo después de que el Comité Olímpico castigara a Rusia por el escándalo del dopaje. O sea, una vez más, Putin hábilmente se pone a la cabeza de una Rusia golpeada por un enemigo, y aparece como el defensor del interés nacional cuando hay una agresión externa. Porque así ve él la decisión del COI, como una agresión internacional.

Tenía el anuncio preparado: "¿qué regalo nos trae?", pregunta un obrero durante su visita a una industria. Putin, ufano, contesta que será candidato en las elecciones de marzo próximo. O sea, él se ve como un regalo para el pueblo ruso, el patrono de la nación.

A pesar de su apariencia fría y distante, Putin engancha bien con los rusos, a quienes interpreta sus anhelos cuando propone devolver a Rusia al sitio que tuvo antes del colapso soviético. Su estilo poco empático y lejano no es una barrera para sus seguidores. Hace poco, me tocó verlo sentado en su butaca al centro del Teatro Mariinski, en la gala de inauguración del Foro Cultural de San Petersburgo. Después de pronunciar su discurso, Putin recibía impasible los saludos de los asistentes, para luego disfrutar de la magnífica interpretación del ballet La Consagración de la Primavera, de Stravinsky, junto a su invitado, el Presidente de Kazajistán, con quien intercambiaba frecuentes comentarios. Y si no fuera por el par de guardaespaldas, que literalmente le guardaban la espalda sentados detrás suyo, parecía un espectador más y no el hombre que juega un papel clave en la política internacional, en momentos en que el poderío ruso crece.

Aprovechando la debilidad de Estados Unidos, gobernado por un Presidente inexperto e imprevisible, Putin ya no solo está demostrando su voluntad de situarse al centro de la escena mundial, sino que lo está logrando. Si las sanciones internacionales (que sumadas a la caída del precio del crudo dejaron a Rusia en recesión) no lo disuadieron de anexar Crimea, tampoco le hizo mella la presión internacional cuando intervino en Siria con un ejército reforzado y modernizado. Ahora anuncia el retiro (simbólico, porque mantendrá sus bases aérea y naval), y respalda en el poder a su aliado Bashar al Assad, a quien los rebeldes apoyados por EE.UU. y Europa no han podido derrocar.

Putin se siente imbatible, en Rusia y fuera de ella.

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