Santos, un líder admirado en el extranjero al que en casa le dan la espalda

Opinión
El País, 07.10.2016
Javier Lafuente
  • El presidente de Colombia, exministro de Defensa, ha apostado todo su capital político al acuerdo de paz
Juan Manuel Santos, durante su discurso en la firma de los acuerdos de paz en Cartagena de Indias. Luis Acosta (AFP)

Juan Manuel Santos, durante su discurso en la firma de los acuerdos de paz en Cartagena de Indias. Luis Acosta (AFP)

Juan Manuel Santos (Bogotá, 1951) apenas llevaba tres días como presidente cuando recibió en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, en el Caribe colombiano, al entonces mandatario venezolano, Hugo Chávez. Había entablado los primeros contactos secretos con las FARC para iniciar un proceso de paz. Sabía de la necesidad de involucrar a Venezuela. Muchos de los máximos líderes guerrilleros gozaban del amparo del chavismo. El precio a pagar fue muy alto. Le granjeó la enemistad de la persona que le había nombrado sucesor y le aupó a la Casa de Nariño. Álvaro Uribe nunca le ha perdonado la traición de acercarse a su mayor enemigo en América Latina. Aquella reunión en la casa donde murió Simón Bolívar supuso un impulso determinante para la consolidación del arranque de las negociaciones con las FARC. Constató que Santos estaba dispuesto a todo por lograr la paz en Colombia.

Como ministro de Defensa de Uribe fue el encargado de aplicar con mano dura la política de Seguridad Democrática, que logró poner contra las cuerdas a las FARC. Aunque no se puede considerar que la guerrilla ha sido derrotada militarmente, en la práctica, los golpes asestados forzaron que llegaran a las negociaciones de La Habana en una situación de inferioridad. Durante el Gobierno de Uribe, las FARC sufrieron los ataques más duros de su historia, como la muerte de Raúl Reyes, su número 2, en un bombardeo en territorio ecuatoriano o la liberación de la excandidata presidencial Ingrid Betancourt después de seis años de secuestro. Con Santos como jefe de las Fuerzas Armadas también se produjeron los casos de los falsos positivos, la participación de miembros del Ejército en el asesinato de civiles haciéndoles pasar por guerrilleros. En la fase de conversaciones secretas con la guerrilla, ordenó matar a su líder, Alfonso Cano.

Santos vive inmerso en una de esas paradojas que copan el día a día colombiano. El presidente se ha jugado todo su capital político para lograr el mayor anhelo del país en 52 años: poner fin a una guerra con más de ocho millones de víctimas, entre los siete millones de desplazados, los más de 260.000 muertos y decenas de miles de desaparecidos. El mundo le ha reconocido ese esfuerzo. No ya con el Nobel, sino con la implicación de las Naciones Unidas y el respaldo de Estados Unidos o la Unión Europea. En Colombia, sin embargo, su popularidad apenas es del 21%. “Nunca he gobernado para las encuestas, porque si se vive pendiente de ellas no se toman decisiones”, defendía en una reciente entrevista con este diario. Una de ellas, la convocatoria de un plebiscito y el posterior rechazo a los acuerdos con las FARC, ha sumido a Colombia en un incierto futuro. El Nobel es un balón de oxígeno para tratar de lograr la paz más complicada, su reconciliación con Álvaro Uribe, con quien se ha vuelto a reunir seis años después de aquel encuentro con Chávez que echó por la borda su relación.

Perseverar es una de las palabras a las que más recurre Santos a la hora de hablar de la paz. Siempre ha estado convencido de ello. Durante los últimos años, su Gabinete y su círculo más cercano le recomendó no exponerse tanto. Desde La Habana no llegaba ninguna novedad, pero en Colombia el presidente aparecía por todos lados hablando de una paz intangible. Él, que se caracteriza por escuchar mucho, “a veces demasiado”, según palabras de una colaboradora, terminaba por hacer caso omiso. Defendía que los colombianos le habían reelegido para eso –venció al candidato de Uribe en 2014. Esa frialdad que en ocasiones podía interpretarse como algo negativo, se volvió en su favor.

Tercero de cuatro hermanos hombres, bebió del poder político y mediático desde que nació. Su tío abuelo fue el expresidente Eduardo Santos y su padre, Enrique, dueño del diario El Tiempo, el más importante de Colombia. Formado en el extranjero –estudió Economía y Administración de Empresas en la Universidad de Kansas- creció en la clase alta bogotana, una de las más elitistas de América Latina, en cuyo entorno se han formado también sus tres hijos. “No entiendo cómo mis compañeros de élite se dejan desinformar sobre los beneficios de la paz”, comentaba a este diario.

La comunidad internacional le ha vuelto a dar un impulso. El hombre que condujo la guerra es condecorado por su lucha por la paz. Es el segundo colombiano en lograrlo. El primero, Gabriel García Márquez, aventuró en ‘Cien años de soledad’ lo que un día viviría Colombia: “Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta los límites de la realidad”.

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