Siria o la manera de destruir un Estado

Columna
El Líbero, 26.03.2016
Juan Salazar Sparks, cientista político, embajador (r) y director ejecutivo de CEPERI

En marzo del 2011 se iniciaron las primeras protestas contra el gobierno del Bashar al-Asad en la localidad sureña de Deraa (Siria), que fueron reprimidas sangrientamente y originaron un levantamiento popular. Al cabo de cinco años, la guerra civil ha evolucionado hacia un conflicto internacional entre terceros o "por encargo" (proxy war). Hoy, Siria e Irak son el destino preferente de la yihad en su lucha por establecer un califato en pleno siglo XXI.

La situación en Siria se encuentra totalmente fuera de control, tal como lo demuestra la magnitud de la tragedia: 5 millones de refugiados, 7 millones de desplazados, unos 400 mil muertos, con ciudades (Homs, Kobane, Alepo…) y parte importantes de su legado arqueológico destruidos, y cerca de la mitad de todos los niños sobrevivientes sin poder acudir a la escuela.

A pesar de la cruenta guerra civil y la pérdida de grandes porciones de territorio, Bashar al Asad sigue porfiadamente aferrado al poder en un país que sencillamente se volatiliza. La ONU y las principales potencias reunidas en Ginebra tratan de mantener un frágil alto del fuego, pero las exigencias de las partes contendientes siguen siendo irreconciliables. ¿Por qué?

El laberinto sirio

El actual atolladero sirio es tremendamente complejo, sobre todo a partir del país que emergiera de las ruinas del Imperio Otomano. Hasta entonces, la mezcolanza de culturas y etnicidades había coexistido pacíficamente bajo los otomanos y la sociedad se había mantenido relativamente cohesionada durante 400 años, porque los sultanes seguían una política de apaciguamiento para contener las nacionalidades y sus nacionalismos emergentes. Pero, a la llegada de las potencias europeas, herederas de estas tierras después de la Primera Guerra Mundial (Francia y Gran Bretaña), poco o nada se interesaron en estos pueblos y desconocieron el pluralismo particular de Siria.

Las potencias coloniales negociaron claras líneas de partición para sus respectivas esferas de influencia en la región, tal como lo fuera el acuerdo secreto Sykes-Picot (1916), que lleva el nombre de los diplomáticos británico y francés que lo negociaron: Mark Sykes y Francois-Georges Picot. En el caso del mandato francés, comprendía el sudeste de Turquía, norte de Irak, Siria y El Líbano. Siria emergió, por lo tanto, como un estado único, totalmente diferente a la colección de wilayat o provincias (cada una con un amplia gama de etnicidades) que existían durante los otomanos. La autonomía de los diversos grupos se vio restringida por el centralismo colonialista y su política de "dividir para reinar": los franceses favorecieron las minorías, particularmente a los cristianos maronitas, para defenderse de la mayoría sunita.

Después de la independencia (1944) y hasta antes de la guerra civil, si bien las ciudades siguieron divididas en barrios (millet), culturalmente distintos y autónomos, con diversas comunidades étnicas y religiosas (armenios, asirios, drusos, kurdos, chiíes y suníes, así como judíos y cristianos), se sucedieron décadas de gobiernos locales autocráticos (verdaderas copias de la administración colonial) que marginalizaron las aludidas minorías y las controlaron con invasivos servicios de inteligencia.

Si antes de la guerra el pluralismo cultural había sido siempre una fuente de orgullo nacional para los sirios, después de ella la diversidad se ha convertido en la principal fuente de violencia del país.

La dictadura de Asad

El presidente sirio Bashar al Asad, un oftalmólogo sirio formado en el Hospital de Ojos de Londres Poniente y heredero del hombre fuerte de Siria, el brutal y astuto Hafez al Asad de la minoría alauí (chiíes), llegó al poder como un individuo tímido, callado y de hablar bajo, poco político y sin gran carisma, apoyado en una extraña amalgama de militares, dirigentes baazistas, empresarios y burócratas. Pero, casado con la bella e inteligente banquera londinense sunita Asma al Akhras, explotó una imagen "Kennediana" que prometía grandes reformas para la modernización del país. Se llegó a hablar de una Primavera de Damasco para la innovación, transparencia y democracia en Siria.

Al cabo de una década, el nuevo Asad solo podía mostrar un régimen de partido único (Baaz), abuso sistemático de los derechos humanos, fuerte represión de opositores a través del servicio secreto Mukhabarat (en manos alauitas), control estatal de los medios de comunicación, censura de internet y persecución de la minoría kurda.

Mientras la Primavera Árabe conseguía en 2011 derribar los líderes de Túnez, Egipto, Yemen y Libia, el dictador sirio reprimía sin misericordia, desatando la ira popular y que los sirios tomaran las armas. En medio del caos resultante, combatientes del Daesh o Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) complicaron aún más las cosas al aprovechar el conflicto para lanzar un califato. Ahora, sobran las pruebas de crímenes de guerra por parte de la Fuerza Aérea de al Asad y el Daesh.

Conflicto a 'la libanesa': Internacionalización de la guerra civil

La guerra en Siria, con sus distintas facetas políticas (derrocamiento del gobierno), religiosas (califato), étnicas (kurdos) y humanitarias (refugiados), tiene como contendientes a fuerzas tanto internas (gobierno y rebeldes) como externas (Arabia Saudita, EEUU, Irán, Rusia, Turquía). A saber:

-El régimen de al Assad dispone del ejército regular sirio (Fuerzas Armadas de Siria), una fuerza al comienzo debilitada por las deserciones y la infiltración de elementos opositores, excepto la Fuerza Aérea que se mantiene monolítica al lado del dictador y que -con sus bombardeos indiscriminados- ha causado innumerables víctimas civiles. El gobierno también cuenta con una milicia local (Fuerza de Defensa Nacional) y con grupos extranjeros aliados: el Basij iraní, la milicia chií libanesa Hizbulá, y elementos palestinos asentados en Siria (la rama siria del Ejército de Liberación de Palestina y el Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General, que no reconocen la autoridad de la OLP). Por supuesto, también tiene la ayuda incondicional de Rusia, que tras suministrar apoyo logístico, de armamentos, inteligencia y formación, se involucró directamente con bombardeos de su aviación sobre posiciones del Ejército Islámico y, según fuentes occidentales, también sobre áreas civiles en manos de rebeldes contrarios al régimen.

-La oposición al gobierno se agrupa en torno a la Coalición Nacional Siria, un movimiento heterogéneo que actúa como gobierno transitorio y es reconocido por la Unión Europea, EE.UU., Turquía y casi todos los países árabes. Sus fuerzas se agrupan en torno al Ejército Libre Sirio, formado básicamente por militares desertores del ejército. Afirman ser laicos y no sectarios, pero sus alianzas con grupos salafistas (Frente Islámico y la Brigada de los Mártires de Siria), que reciben financiación de Arabia Saudí y otras monarquías del Golfo, con presencia en sus filas de voluntarios extranjeros (Cáucaso y Libia), resultan inquietantes. Su objetivo declarado es establecer en Siria un sistema democrático, laico y no sectario, en el que participasen todas las etnias y grupos religiosos.

-Los actores yihadistas son los suní Al Qaeda y Estado Islámico (EI), enemigos entre sí y de todos los demás. Al Qaeda en Siria es el Frente Al-Nusra. No ha conseguido una cuota significativa de poder ni de territorio, por lo que suele establecer alianzas esporádicas con grupos locales en las zonas donde tiene presencia. En cambio, la irrupción del EI desde sus territorios conquistados en Irak supuso un punto de inflexión en el conflicto. Su organización, disciplina estricta, brutalidad, miles de efectivos fanatizados y gran arsenal de armas les permitió una rápida expansión territorial y la instauración del denominado califato. En realidad, son un elemento ajeno a Siria, formado en su mayoría por extranjeros, la mayoría europeos y magrebíes. Su objetivo es crear un califato panislámico, bajo una interpretación ultra rigurosa de la ley islámica, donde los no musulmanes suní solo tienen dos opciones, convertirse o morir. Se financian mediante extorsión, secuestro, robo, rapiña y venta ilegal de petróleo, sobre todo a una Turquía que juega un papel siniestro en todo el conflicto (apoya a yihadistas e islamistas, combate a kurdos y se opone a al Asad).

-Los islamistas contrarios a Al Qaeda y el EI comprenden al Frente Islámico, el Frente Revolucionario de Siria y algunos otros grupos menores. Suelen aliarse con el Ejército Libre Sirio, puesto que tienen enemigos comunes, pero su objetivo sería implantar un régimen islámico. Recibirían ayuda y financiación de Arabia Saudí y sus aliados del Golfo.

-Los kurdos, los únicos capaces de hacer frente con éxito al EI. Controlan el noreste del país, un territorio contiguo al Kurdistán iraquí y fronterizo con Turquía. Sus fuerzas militares son las Unidades de Protección Popular y las Unidades Femeninas de Protección Popular. Los cristianos asirios (siríacos) y muchos armenios se han aliado con los kurdos. Reciben ayuda y financiación de la milicia peshmerga (kurdos iraquíes), de los kurdos turcos y de los kurdos iraníes, así como ayuda militar (ataques aéreos sobre las posiciones del EI) de Estados Unidos, Canadá, Francia y la coalición árabe liderada por Arabia Saudita. Son tolerantes y no sectarios, aspiran a establecer una democrática laica homologable a las occidentales y, seguramente, un estado kurdo independiente formado por el Kurdistán iraquí y el sirio, lo que sería absolutamente inaceptable para Turquía.

-En fin, el drama sirio consiste en la atomización de un conflicto, donde cada parte tiene su propia agenda: la nacionalista Turquía lucha contra los kurdos; el Irán chií y sus asociados combaten a los rebeldes apoyados por la Arabia Saudita suní; los EEUU están enfocados en destruir el ISIS; y la Rusia de Putin busca ganar terreno político y prestigio enfrentando a Occidente. ¿Quién se ocupa de Siria?

Estado fallido, ¿partición de Siria?

La guerra en Siria no está conduciendo a ninguna parte. Cerca del 2.5% de la población ha desaparecido ya y otro 50% está siendo desplazada interna y externamente. Es la mayor catástrofe mundial desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Existen algunos esfuerzos para una solución negociada, en particular  los del infatigable diplomático ítalo-dálmata-sueco de la ONU Staffan de Mistura. Pero, por supuesto, el problema de fondo es que los jugadores principales están en completo desacuerdo: los EEUU y Rusia discrepan respecto del futuro de al Asad; Arabia Saudí e Irán están enfrascados en un conflicto religioso y geopolítico en la región, que tiene a Siria como zona cero; Rusia y Turquía sostienen un amargo enfrentamiento en diferentes cuestiones estratégicas y tácticas; y suma y sigue.

Si bien los bombardeos rusos han insuflado nuevos aires al posicionamiento de al Asad, éste no controla en la actualidad más de un tercio del territorio original sirio. Por eso, aunque nadie dice querer quebrar el país, Siria es una ficción. Es muy difícil -por no decir imposible- retrotraer las cosas y volver a tener un estado unificado y en funcionamiento, por lo que se abre ahora la posibilidad de una partición.

Existen muchos riesgos, inconvenientes y complicaciones. Las fronteras sirias fueron dibujadas en tiempos del colonialismo, no responden a una civilización preexistente y están fracturadas por divisiones religiosas y étnicas. Al menos en teoría, la partición podría incluir: a) Una región alauita desde la actual capital Damasco en dirección a la costa mediterránea, donde se instalaría el régimen de Asad o de sus sucesores; b) Una zona central gobernada por un régimen suní moderado; y c) Un enclave kurdo en el noreste. Como si los problemas no fueran pocos, en la vecina Irak también han habido llamados a la partición, los que podrían dar más coherencia a un plan sobre Siria por su riqueza petrolera y gobierno federal. No hay mucho que perder si se consideran los desplazamientos masivos y los campos de asilo o refugiados establecidos de hecho en los países vecinos (El Líbano, Jordania, Turquía).

La tragedia de los refugiados

El estado de guerra civil y el creciente número de fallecidos, el caos en el terreno, y la falta de avance en una solución negociada, son tres grandes impedimentos para tratar a fondo la actual crisis migratoria que aqueja al Medio Oriente y a Europa.

Los refugiados son personas razonables en circunstancias desesperadas. La vida para muchos que buscan asilo es intolerable. Habrían preferido no abandonar sus hogares y tener que empezar una nueva vida entre extraños, pero la alternativa era la muerte por bombardeos o sablazos de fanáticos. Han tomado la única decisión racional que les quedaba.

El flujo de refugiados podría haber sido manejable si los miembros de la UE hubiesen trabajado en conjunto, pero han dejado a Alemania y a Suecia para que se las arreglen solos y éstos están ahora exhaustos. El acuerdo entre la Unión Europa y Turquía para devolver inmigrantes y retener en este último país las nuevas olas de refugiados es, por decir lo menos, ilusorio.

Y la solidaridad chilena dónde está?

En 2014, la Presidenta Bachelet señaló en Naciones Unidas que nuestro país estaba disponible para recibir refugiados sirios que escapaban de las zonas de conflicto, iniciativa que ya había quedado plasmada en el programa de gobierno (capítulo migraciones). En concreto, el gobierno chileno se comprometió a traer al país un grupo de -al menos- 100 familias sirias, como gesto humanitario y en apoyo al esfuerzo internacional.

En virtud de lo anterior, instamos al gobierno a que cumpla con su palabra y concrete un programa de reasentamiento con familias sirias. Ello le haría mucho bien a esas familias como también a nuestro país. Como antecedentes más inmediato está el programa de reasentamiento de un grupo de familias palestinas, que comenzó el 2008 y terminó hace un año cuando recibieron sus cartas de nacionalidad.

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