Tiempos decisivos en Venezuela

Columna
La Tercera, 25.01.2019
Samuel Fernández I., abogado (PUC), embajador (r) y profesor (U. Central)

Los hechos se han precipitado en Venezuela, justo a los 20 años del Chavismo. Juan Guaidó ha juramentado como Presidente Encargado de la República Bolivariana de Venezuela, amparado en su cargo de Presidente de la Asamblea Nacional elegida democráticamente, y por sobre todo, en la ciudadanía contraria al Gobierno de Nicolás Maduro, que ha sido convocada a manifestarse masivamente en las calles. Igualmente, ha crecido el reconocimiento a su mandato por variados países, comenzando por Estados Unidos y el inequívoco apoyo del Presidente Trump; así como de los integrantes del llamado Grupo de Lima, con Chile entre ellos; el Secretario General de la OEA; y seguramente, varios otros más, que han encontrado el momento esperado y la manera de expresar, con posiciones concretas, el repudio largamente expresado al Régimen de Maduro, considerado ilegítimo, al asumir nuevamente en elecciones fraudulentas y contrarias a la propia institucionalidad venezolana. La tan fragmentada oposición, ahora tiene una figura que apoyar, y que reemplaza a otras tradicionales, como López o Capriles, que no han figurado en esta oportunidad.

Sin embargo, estos pronunciamientos no son unánimes, ya que varios otros países, y muy probablemente potencias como Rusia o China, podrían mantener vigentes el apoyo a Maduro, ya que hay múltiples intereses, y desde hace largo tiempo, se benefician de contratos con dicho régimen y, por cierto, con su petróleo. Ni que decir de Cuba, Nicaragua o Bolivia, solidarios convencidos, pues lo que suceda en Venezuela podría ser un ejemplo muy incómodo. Vale decir, la comunidad internacional estará seguramente dividida entre contrarios y respaldos ideológicos o interesados, para que todo o nada, cambie en Venezuela. Lo mismo será válido para las decisiones de política exterior que adopte el proclamado Presidente Encargado, como nombramiento de representantes, o viajes al exterior, y a Organismo Internacionales, si pudiere efectuarlos.

Tampoco está claro, cómo las normas internacionales podrían prevalecer, dentro de sus variadas teorías y prácticas diplomáticas aplicables, al reconocimiento de Gobiernos.  Resultan largamente superadas en esta oportunidad. Lamentablemente, no estamos dentro de un caso sólo jurídico internacional, como tampoco exclusivamente institucional venezolano y de su propia Constitución, la chavista de 1999. El posible derecho aplicable ha servido de base a argumentos a favor o en contra, demasiadas veces, y con muy distintas interpretaciones y acusaciones mutuas de ser violado. Si observamos con realismo, la juridicidad constitucional de Venezuela, ya no permite encontrar una vía clara ante la crisis, de tanto que ha sido tergiversada y manipulada por todos los sectores. Menos en el funcionamiento de la legalidad interior, con una Asamblea Nacional declarada en rebeldía por la Corte Suprema controlada por el Poder Ejecutivo, y privada de sus atribuciones institucionales. Estamos, por lo tanto, frente a un caso típicamente político de gran magnitud, donde sólo caben posicionamientos igualmente políticos o ideologizados. Ellos marcarán las decisiones de los países, por sobre toda otra consideración, o por encima de las argumentaciones legales, que probablemente serán citadas, aunque en definitiva, no serán determinantes.

Ya Maduro ha roto relaciones con Estados Unidos y lo acusa de buscar su derrocamiento, mediante un golpe de Estado. En su clásica retórica, también ha denunciado a Colombia, y ciertamente vendrán otras acusaciones similares y rupturas de relaciones. Es de esperar que no encuentre con algún vecino, algún diferendo exterior que busque la unidad perdida.

Resulta absolutamente imposible anticipar cómo evolucionarán los hechos al interior de país. El peligro está en que esta polarización ha dividido al pueblo en bandos irreconciliables. Lo grave es que tal división podría derivar en una confrontación violenta. De suceder, y no es una probabilidad meramente hipotética, sería en condiciones de total desequilibrio. Las armas y la fuerza están en poder de los militares afines al Régimen, y de la Guardia Nacional, transformada en fuerza pretoriana encargada de proteger a Nicolás Maduro y las autoridades por él designadas, con todos los privilegios que garanticen su fidelidad.

Por lo tanto, con una situación donde cada posicionamiento de ambas partes será seguida por una reacción de la otra, dentro de un clima de enfrentamiento bastante generalizado, resulta impredecible, y lo que es más preocupante, sin que se pueda visualizar algún entendimiento negociado, o una salida que logre preservar la integridad física de Maduro o de Guaidó. Por el contrario, la lógica sólo permite prever, y ojalá no fuera así, que el que posee la fuerza de las armas, buscará imponerse al otro, encarcelándolo y reduciendo sus posibilidades, y no hay otro que el Gobierno que la posea. De no hacerlo, quiere decir que ya no tiene el control necesario y debería dejar el poder. En opiniones pasadas he subrayado que el régimen de Maduro, por sobre los discursos incendiarios y la consabida palabrería revolucionaria que siembre emplea, ya no dispone de un plan para una gobernabilidad fracasada,  o la recuperación de una crisis general con miras al futuro. Todo indica que sólo busca mantenerse en el poder por supervivencia, y de cualquier manera. Para todos, en lo exterior y en lo interno, hay un tiempo que ha llegado, y es decisivo.

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