Trump remece a las Naciones Unidas

Columna
El Líbero, 22.09.2017
Jorge Canelas, cientista político, embajador (r) y director de CEPERI

El discurso pronunciado por el Presidente Donald Trump en la Asamblea General de Naciones Unidas esta semana no sólo marcó un hito en la historia de la organización mundial. Lo más importante de su contenido repercutió en todos los rincones del globo.

Son pocos los discursos memorables en la ONU y con razón: cada año hablan en el Plenario de la Asamblea General cerca de 200 altos representantes de todo el mundo. Quedan en la memoria, por ejemplo, la primera aparición de Fidel Castro ante Naciones Unidas, en septiembre de 1960, no debido al contenido de su discurso, sino por su duración: cuatro horas y 29 minutos. Pocos días después, fue Nikita Kruschev quien acaparó la atención mundial, al quitarse un zapato para golpear la mesa exigiendo derecho a réplica para responder a acusaciones de que la Unión Soviética ahogaba la libertad de sus estados satélites. En la última década no había habido un hecho memorable en ese foro. La mención de Hugo Chávez a la “presencia diabólica” y al “olor a azufre”, refiriéndose a George W. Bush, ocurrió en 2006.

Transcurrida más de una década desde el exabrupto chavista, ya era hora de que alguna figura internacional se hiciera notar y Donald Trump ciertamente lo logró. Extractos de su discurso fueron motivo de comentarios y análisis en noticieros de todo el mundo. Pocos han notado, sin embargo, que lo que quedará para la posteridad de lo que dijo el Presidente norteamericano está más que nada en la forma y no en el fondo de lo que planteó en su discurso. En efecto, lo más citado de su alocución ha sido la amenaza de destrucción total de Corea del Norte si el régimen de Pyongyang no cesa sus amenazas nucleares. Pero la novedad no está en la amenaza misma, pues varios Presidentes de los Estados Unidos han advertido a Corea del Norte de lo que puede significar para ese país una provocación que ponga en peligro la paz en la península. El revuelo lo han causado las palabras utilizadas por Trump para reiterar una advertencia de larga data.

El impacto que ha tenido el discurso de Trump pone de relieve la importancia del lenguaje en las relaciones internacionales. Cuando el líder de la primera potencia mundial decide dejar de lado el lenguaje diplomático, para referirse a las consecuencias que acarrearía un acto de agresión por parte de Corea del Norte y, en vez de utilizar los términos convencionales de la diplomacia recurre a conceptos sin filtros, produce un asombro tan generalizado como sin verdadera justificación, teniendo en cuenta que es una actitud reiterada de los EE.UU. en el tiempo. Conclusión: las palabras y su significado son tan importantes como los hechos y, en ocasiones, incluso más importantes.

Si lo que dijo el Presidente Trump causó revuelo, lo que evitó decir es más importante aún. En contraste con sus declaraciones brutalmente directas sobre Norcorea, Venezuela, Irán y Cuba, Trump deslizó serias críticas a China y Rusia, pero cuidándose de nunca nombrar a esos dos países en forma directa al criticar su accionar internacional, como cuando mencionó las amenazas a la soberanía en Ucrania y en el Mar del Sur de China. Pero sí los nombró de manera expresa al dedicarles elogios por adherir a las sanciones contra Pyongyang.

La cautela de Trump al evitar críticas directas a China y Rusia forma parte del juego de poder que comparten los Estados Unidos con el resto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Una alusión crítica directa a cualquiera de ellos complicaría las cosas para que en el Consejo de Seguridad se puedan adoptar, por ejemplo, sanciones adicionales a Corea del Norte, lo cual sólo sería viable en caso de que ni Beijing ni Moscú ejercieran su derecho a veto. Esto indicaría que Trump utilizó, calculadamente, un lenguaje sin eufemismos para transmitir determinados mensajes, con objetivos muy específicos. Al mismo tiempo, fue muy cuidadoso al referirse a China y Rusia.

Quienes se escandalizan por los dichos de Trump sobre Corea del Norte no toman en consideración un asunto básico y fundamental: el hecho de que la Asamblea General de la ONU no es más que un espléndido escenario desde el cual se pronuncian discursos de mayor o menor trascendencia, impacto o duración, pero que, al fin y al cabo, no pasan de ser discursos. El objetivo central es comunicar, algo que Trump consiguió hacer como protagonista a su mejor estilo, para luego dejar el escenario a los “actores secundarios y de reparto”, como se les denomina en la jerga teatral. Las decisiones estratégicas sobre la península coreana no se toman en el número 405 de la Calle 42 de Manhattan Este.

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