¿Un rayo de esperanza?

Columna
Wall Street International Magazine, 24.07.2018 
Samuel Fernández Illanes, abogado (PUC), embajador (r) y profesor (U. Central)
Kim y Trump ahora unidos

Muchos comentarios han surgido desde la entrevista de Trump con Kim. No es mi intensión descubrir lo que otros no hicieron. Simplemente, permítaseme expresar algunos puntos de vista sobre un asunto serio, aunque no sobrepasaré lo que fija una imagen en el tiempo, la de dos consabidos enemigos que tenían pocas alternativas en su mano: o se encontraban aceptándose uno al otro, o se destruían mutuamente. Han optado por reunirse, con todo lo que implica, y en realidad no podemos exigir más, por ahora.

Si ha sido una reunión histórica o un nuevo y hábil engaño norcoreano a Estados Unidos, el tercero si consideramos los anteriores, todavía no lo sabemos y tal vez demoremos bastante en tener alguna certeza.

Demasiada propaganda mediática para unos minutos de saludos, frases de rigor, y expresiones acostumbradas de que todo fue un éxito. No podría ser de otra manera, porque antes de empezar siquiera, si hubieren surgido o no anticipado inconvenientes serios, habría sido una catástrofe el que no se entendieran. Estarían de regreso a casa, fracasados y desprestigiados. Igualmente existía el riesgo de que fuere por tuits o por declaraciones, todo quedara en nada, una vez reunidos. No era lo esperable y se habrían creado esperanzas sobre una base incierta. Dos mandatarios de ese nivel no actúan sin haber, previamente, acordado sus equipos negociadores todos y cada uno de los puntos a ser discutidos. En caso contrario, sería nada más que un mal espectáculo y hasta risible. No ha sucedido así, por lo tanto la parte observada por el mundo y comunicada a la prensa, se ha cumplido como estaba acordada con antelación. Y no se puede negar que ha sido impactante, sobre todo si se tienen en cuenta los aprontes y las afirmaciones y cancelaciones que mantuvieron todo en suspenso hasta casi el final.

Muy propio de nuestros días, donde toda relación entre líderes mundiales tiene un significado particular, inclusive sus actitudes, por sobre los vínculos entre los Estados. Hoy la relación personalizada ha suplantado, y con creces, la diplomacia oficial. No es que haya desaparecido, sino que no se visibiliza como antes, y los gestos, expresiones, dichos y escenarios de quienes participan en las reuniones, han reemplazado lo que tradicionalmente era entregado a una pauta precisa, con todo el ceremonial y el protocolo oficial de rigor, donde los tratos personales obedecían más a una representación estudiada, o diplomática en su sentido habitual, que entregado a la natural simpatía o antipatía de los partícipes. Hoy es diferente.

Tanto así que ahora evidencian sus íntimos pensamientos en los breves caracteres de una red electrónica, antes o después de los encuentros, y las Cancillerías sólo deben interpretar y explicar más ampliamente lo ocurrido. O bien en muchos casos, corregir los impulsos de sus redactores que no han podido o querido ocultar su verdadera posición evidenciada en sus mensajes en red. Son los riesgos de un liderazgo más mediático que real, donde las grandes figuras mundiales obedecen más a sus atributos comunicacionales que a la verdadera capacidad de resolver, con visión de largo plazo, los desafíos mundiales. No es mejor o peor lo descrito, sino que constituye una realidad insoslayable. La reunión de Kim con Trump no ha sido la excepción. Hubo más gestos visibles que hechos demostrables.

Sobresale por sobre todo el momento en que ha ocurrido. Dos enemigos tradicionales y por más de setenta años, con una guerra técnicamente inconclusa entre las dos Coreas, y con el apoyo irrestricto de Estados Unidos a la del Sur, teniendo como su peor enemigo a la del Norte. Una de las fronteras más militarizadas e infranqueables del mundo. Agravado en los últimos meses por declaraciones altisonantes dentro de una propaganda desmesurada, con amenazas seguidas de hechos reales, como fueron los lanzamientos de misiles norcoreanos al mar circundante o por sobre Japón, y los insultos recíprocos, acompañados de movimientos militares y maniobras que hacían predecir lo peor, sobre todo cuando Corea del Norte demostró que poseía el poder nuclear que tanto se temía y que podría ser incorporado en tales misiles intercontinentales, pese a las sanciones impuestas por la comunidad de naciones. Ahí está lo esencial de la reunión de Kim y Trump. Han dado el paso necesario para desarticular la escalada agresiva, y abrir posibilidades de entendimiento. Un primer avance al que no podemos exigir más de lo que ha representado. No se termina una hostilidad de décadas con unos pocos minutos de entrevista de sus responsables principales. La previa del Presidente de Corea del Sur, con Kim, que fue decisiva para relanzar el proceso y posibilitar la con Trump. Sería una exigencia desmesurada esperar inmediatos y más amplios resultados. Consideremos que sin ese primer paso, nada de lo que podría obtenerse a futuro, sería factible. No hay que minimizarlo. Eso sí en su adecuada expectativa. Es sólo un inicio.

Sin embargo, como todo lo que ocurre hoy en el campo internacional está vinculado entre sí de mayor o menor manera, o bien se le relaciona con o sin los méritos suficientes, las críticas internas no se hicieron esperar, y han recaído fundamentalmente contra Trump. Ha sido la constante a todo lo que proponga o haga, sea o no beneficioso, basta haber sido realizado o propuesto por este personaje. Él es el objetivo, no necesariamente su sector político, como los Republicanos, que tampoco se consideran plenamente identificados con él. Ha sido la campaña permanente desde que asumió, y se ha intensificado con el tiempo, al ser aplicada por diversos sectores norteamericanos que, no sólo fueron sorprendidos por su victoria inesperada, sino por lo que representa: fueron derrotados por quien nunca perteneció al sistema político. Peor todavía, si se tiene en cuenta que Trump proviene de dos de los más opuestos y despreciados orígenes para un político profesional, es decir, del mercado de los bienes raíces de Nueva York, y además, ser una figura farandulera de la televisión, extravagante, ostentoso, sin valor propio, ni experiencia en asuntos públicos. Un ganador de la presidencia norteamericana, cuestionable y que por tanto debe ser cuestionado. No obstante triunfador. En otras palabras, insoportable para muchos que se sienten muy superiores, a pesar de no haber sido electos.

Todo lo cual persiste y a momentos se intensifica. Trump parece ser plenamente consciente de ello, y continuamente los provoca, desprecia y aparta de su camino. Un programa simplón y básico, inspirado en la grandeza norteamericana, en no gastar dinero de sus contribuyentes en asuntos ajenos, sino sólo en los propios, y el actuar siempre como el país grande y poderoso que es, guste o no guste, para que los demás lo sepan. Sin complejos ni atenuantes, crudo y rudo. Una nueva versión del “americano feo” que no pretende caer bien, sino imponerse. En verdad, un cambio sustantivo en las actitudes y propósitos desarrollados por las administraciones precedentes, en particular la de Obama, caracterizada por su cordialidad, apertura, entendimiento y comprensión de los grandes temas mundiales. Evidenciado en su acercamiento a Cuba, o a Irán, y comprensión de las principales materias que al mundo preocupan, como el medio ambiente, el libre comercio, la convivencia pacífica y otros de actualidad. Algunos piensan que todo ello no alcanzó resultados reales, y que por el contrario, debilitaron la calidad de primera potencia de Estados Unidos. Incluso afirman que el temprano Premio Nobel de la Paz a Obama, más que prestigiarlo, lo debilitó.

Cierto o no, fueron argumentos que Trump supo explotar en su campaña, y ha seguido basándose en ellos para gobernar, reiterándolos continuamente. Es su base electoral la que cuida y utiliza para las elecciones del Congreso en noviembre, así como su proyección a una reelección al término de su mandato. El que ciertamente busca.

Sus adversarios lo saben y actúan en consecuencia, criticando y oponiéndose a todas sus iniciativas. No escapa a esta dinámica la publicitada reunión con Kim Jong-un, por sobre sus logros específicos. Entre los cuales hay que mencionar, si sólo nos remitimos al comunicado final, “un profundo y sincero intercambio de opiniones”, lenguaje diplomático que indica que no se privaron de exponer sus posiciones, incluso las contrapuestas. Continúa con «relaciones mutuas en concordancia con el deseo de sus pueblos», es decir, ninguno cambia su manera de gobernar, no se privilegia la unificación, y el reconocimiento de que el repudiado régimen de Kim no se altera, con sus implicancias para las libertades, respeto de los derechos humanos, prisioneros políticos o represión de opositores, o culto a su personalidad. Un tema básico, pues sin él, su régimen no sería capaz de subsistir. Tendemos Kim para rato y haciendo lo mismo.

Sigue con «los esfuerzos conjuntos para construir un régimen de paz duradera y estable para la Península Coreana». Un verdadero statu quo para las dos Coreas. La del Sur, no debería volver a sentirse amenazada por la del Norte, y viceversa. No más misiles del Norte, ni militarización desproporcionada, ni maniobras conjuntas con Estados Unidos la del Sur. En definitiva, menos gastos militares y menor presencia de tropas a ambos lados fronterizos.

Continúa con reafirmar «la Declaración de Panumjom, y el compromiso de Corea del Norte hacia la completa desnuclearización de la Península de Corea», el punto clave y sustancial del encuentro. Los avances atómicos de Corea del Norte, los que en verdad han posibilitado su reconocimiento, no continuarán, aunque nada se dice de la tan necesaria verificación de expertos o de la OIEA. Tampoco hay mención a la inspección de lo ya desmantelado ni de sus alcances para que no se rehabiliten a futuro. Punto esencial y que hicieron letra muerta los compromisos anteriores ofrecidos a Carter o a Clinton.

Prosigue con resaltar que la cumbre, «la primera en la historia», un guiño al mérito de Trump en comparación a sus antecesores, constituye «un evento de gran significación que supera décadas de confrontación» y renuevan «el compromiso de una nueva cumbre». Asunto ya avanzado en las programadas invitaciones recíprocas, Kim a Washington, y Trump a Pionyang.

Tal vez los puntos comunicados parezcan débiles y vagos, y más resaltantes por lo que no dicen por lo que afirman. Es cierto y no resultan deslumbrantes, ni inician por sí mismos, una nueva era para los interesados o para el mundo. ¿Podríamos pedir más? Seguramente no si consideramos la era que han dejado atrás, con todas las fragilidades consecuentes. Kim no tendrá que dar ninguna explicación de sus actos al regresar. Seguramente potenciará más ante su pueblo su innegable calidad y liderazgo, justo frente a su vecino del Sur, incluido su tradicional enemigo, y razón esencial de todo su avance militar y desorbitado armamentismo.

Además, frente a un Trump apreciado como alguien mucho más decidido que sus antecesores y capaz de apretar el botón nuclear. Simplemente un éxito para él. Cede en un programa atómico que ha postergado todo progreso, sacrificado por el objetivo estratégico de ser potencia nuclear, aunque acarreara múltiples privaciones para su población, pero que gracias a él ha logrado posicionase de igual a igual con el propio Presidente de los Estados Unidos, aunque ya casi sin recursos para mantenerlo, fuertemente sancionado por ello por Naciones Unidas. Sin él, habría sido simplemente barrido del mapa.

Para Trump, en cambio, le corresponderá la difícil tarea de convencer a su ciudadanía y a sus detractores políticos, que nada le aplauden y nada le perdonan, más a su propio partido, en que muchos desconfían en sus capacidades. Una tarea en la que parte en desventaja, por la consistente campaña que busca desacreditarlo. Lo serio es que no puede, todavía, mostrar logros evidentes, sólo un momento mediático importante, y posibilidades inciertas en el mediano o largo plazo.

En lo inmediato, prima y se esgrimen como contrastantes, los desencuentros con el G7, y en particular con Canadá, el vecino y socio tradicional al norte. Un distanciamiento con el amigo de siempre por sólo un apretón de manos con un enemigo tradicional y lejano. Costará explicarlo convincentemente, y encontrar lógica en un involucramiento inestable, descuidando uno estable y concreto. No será muy raro pedirle explicaciones utilizando su propio programa de América Primero.

Qué está primero, ¿Canadá o Corea del Norte? Mejor no plantearlo, sería una respuesta simple. Mejor plantear si un tema vecinal, arreglable con un par de llamados por teléfono o unos tuits más amigables, como es con Trudeau , frente a una eventual confrontación tradicional o atómica, en una península estratégica con un aliado al Sur y un adversario irreductible al Norte. Y no solo con ellos, sino con los vecinos de Corea del Norte, nada menos que China y Rusia. Tal vez ahí se encuentre la verdadera explicación del encuentro con Kim. Los motivos estarían más al norte todavía.

Sin duda una reunión que plantea muchos interrogantes de mediano y largo plazo. Resulta casi imposible evaluarla en esta dimensión. Sólo ha sido un momento mediático de mucha espectacularidad, y ciertamente necesario para esa región y para el mundo en general. Un hecho positivo, aunque sólo no fuere más que eso. No hay que despreciarla, por frágil que aparezca, pues sus eventuales bondades sólo las sabremos con el paso del tiempo.

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