¿Una ‘cultura de la violencia’ en Chile?

Columna
OpinionGlobal, 08.07.2017
Juan Salazar Sparks, embajador (r) y director ejecutivo de CEPERI

La violencia en Chile está presente en todas partes y es consustancial con la idiosincrasia nacional. Dicha práctica es extensa y aguda, porque la 'cultura de la violencia' es una forma de vida, un recurso recurrente (y errado) en la sociedad chilena para abordar desafíos complejos. Sus más variadas manifestaciones son: la agresividad y el odio, la delincuencia y el vandalismo, las protestas, la represión, la tensión social, el conflicto político, el anarquismo y el terrorismo.

A la mayoría de los chilenos les preocupa hoy los problemas relativos a la seguridad ciudadana, pero muchos no reparan en cuán profunda puede ser la violencia que subyace en nuestra sociedad. Se cree que la delincuencia es más dura en otros países o zonas de conflicto, porque las estadísticas muestran que allá hay más asesinatos. Pero, también estamos sumidos en la insensibilidad con respecto al fenómeno, frente al cual el Estado chileno no ha sabido cómo reaccionar (¿si apaciguar o reprimir?). Veamos algunas muestras.

Agresividad verbal

Para cualquier observador extranjero agudo, el problema parte con el "lenguaje chileno", dominado por la jerga, e incluso por el argot de delincuentes o personas de muy poca educación, que siendo algo propio de clases incultas se extiende a los más jóvenes de cualquier estrato, a los mismos comunicadores sociales cuando lo emplean como recurso 'efectista', y al público en general, cuando quiere ser ingenioso o divertido. Ya no solo se trata de un Castellano mal empleado sino, en el fondo, de un lenguaje que conlleva una comunicación generalmente pobre.

Por lo demás, el uso extendido de garabatos e insultos en el lenguaje diario, tiende a generar una relación agresiva o poco respetuosa para con terceros y es el punto de partida de otros conflictos.

Violencia de género

Otro aspecto de la violencia entre chilenos se expresa como consecuencia del tradicional dominio patriarcal de nuestra sociedad (machismo). Así, por ejemplo, más de un tercio de las mujeres chilenas (entre 15 y 50 años), son objeto de algún tipo de maltrato sicológico, físico o sexual. Ello se suma a las prácticas habituales de discriminación laboral, mediática, institucional u obstétrica del país.

Chile concentra una de las tasas más altas de femicidios en la región, ubicándose en el quinto lugar después de Colombia, Perú, República Dominicana, y El Salvador. Estos delitos se acrecientan a medida que se baja en el nivel socio-económico, al extremo que ha sido necesaria una campaña expresa de educación con el lema "!Maricón es el que maltrata a una mujer!".

El paso del machismo a otras formas de discriminación social (clasismo) o racial (racismo) es algo ampliamente conocido en nuestro país, pero poco abordado o tratado. Esa discriminación podría aumentar en la medida que siga subiendo la inmigración al país y no se tomen los recaudos del caso. El reverso de este fenómeno son también las negativas caras del resentimiento y el odio.

Delincuencia común

La delincuencia, y -en especial- el robo en sus diferentes formas, es una práctica habitual en Chile, casi un deporte nacional. Se suele escuchar en el extranjero que los chilenos son unos "ladrones sinvergüenzas" y que el robo es parte de "su cultura”.

En el caso del Transantiago, un sistema de transporte público (concesionado) para mejorar la vida de los santiaguinos, se observa cómo cualquier pelafustán se sube al bus y no paga. Tal evasión hoy sobrepasa al 30% de los pasajeros. Otra variante se extiende desde los simples "carteristas" de ciudad hasta el pillaje observado durante algunos de los desastres naturales del país, cuando delincuentes se aprovechan del caos luego de un sismo o un tsunami para asaltar el comercio y la propiedad de terceros. Una muestra despreciable que aún perdura son los turistas extranjeros que todavía son abusados o, asaltados lisa y llanamente, por taxistas y demás chilenos inescrupulosos.

Pero los delitos no se limitan a las clases más bajas. También hay corrupción tanto en el Estado como con los delitos económicos cometidos por los chilenos más acomodados ("delitos de cuello y corbata"): colusiones de empresas, elusión de impuestos, estafas y corruptelas, ilícitos financieros, fraudes, lavado de dinero, etc..

Se podría argumentar que, al igual que en otras partes del mundo, la creciente urbanización, pobreza y desarraigo han estado incrementando los niveles de delincuencia en Chile, siendo que el problema se agudiza con el narcotráfico y los elevados consumos de alcohol y drogas. En efecto, el alcohol es la droga más consumida por los chilenos y las cantidades son considerablemente mayores en comparación con los países de la región. Chile se sitúa en el primer lugar del continente en cantidad de consumo de alcohol, con un total de 9,6 litros de alcohol puro per cápita en adultos. Asimismo, Chile es el tercer mayor consumidor de drogas en América después de EEUU y Canadá. En fin, un estudio (2010) determinó que el 57% de los delitos tienen alguna relación con el consumo de drogas y/o alcohol en población adulta, mientras que en los adolescentes llega al 32%.

La violencia también está presente entre los que no delinquen necesariamente, como en el caso de jóvenes que participan en golpizas a la salida de las discotecas o que se lanzan en frenéticas carreras de autos por las grandes avenidas de la ciudad, en ambos casos alentados por el alcohol.

Las bandas delictivas chilenas se han sofisticado al extremo de que hoy asolan a Europa todos los veranos (robo de 'lanzas' o carteristas). Es decir, ahora somos exportadores de delincuencia, tal como lo confirma el hecho de que la mitad de los chilenos deportados en el extranjero (2015) son 'lanzas' internacionales.

Como consecuencia de todo lo anterior, Chile ya está entre los primeros cinco países en el mundo de presos por cada 100 mil habitantes. Mientras en Holanda las cárceles están quedando vacías y se destinan a otros fines, en Chile los presos se hacinan y hay que construir más penales. A su vez, la opinión pública chilena se queja de que la delincuencia no está siendo atacada adecuadamente por la policía y los tribunales, visto lo cual más delincuentes deberían ser encarcelados.

Vandalismo

Tal como lo recordara recientemente el decano de la prensa nacional, el tren expreso Santiago-Nos, "que solo aporta ventajas a quienes viven en esa localidad o en San Bernardo y representa una incuestionable mejoría para la ciudad de Santiago", sufre de constantes apedreos y destrucciones, con repetidas interrupciones del servicio. Aquello es simple vandalismo.

Otra expresión de esa ira, que sorprende mucho a los visitantes extranjeros, son las protestas de los jóvenes de la educación media o de los estudiantes universitarios, los primeros que suelen tomarse y destruir sus recintos de estudio y, los segundos, cuyas marchas terminan siempre con grupos de "encapuchados" haciendo desmanes callejeros con daño a la propiedad pública y privada de la ciudad.

También se inscriben en el vandalismo las llamadas "barras bravas" en los estadios de fútbol, que no sólo queman buses de transportes y ocasionan daños a la infraestructura deportiva sino que han terminado por ahuyentar a las familias chilenas del deporte más popular del país.

Manifestaciones de protesta

Los chilenos parecieran ser poco ávidos al debate y al diálogo. Tienen poca paciencia y prefieren hacer sus demandas a través de los movimientos sociales (las movilizaciones estudiantiles son muy populares). El descontento social se expresa mejor en las manifestaciones de protesta y, en la mayoría de los casos, éstas no son pacíficas. Es muy típico que el sindicato minero en huelga se tome el yacimiento para interrumpir las faenas y perjudicar a la empresa; que los pescadores artesanales afectados por la 'marea roja' interrumpan la carretera para obligar a las autoridades a tomar medidas; que ciertos servicios públicos se declaren en huelga (a pesar de que lo prohíbe la constitución), donde Aduanas obstaculiza el comercio exterior y afecta -entre otros- a la carga boliviana (Chile le reconoce el más amplio libre tránsito), o bien, el Registro Civil e Identificación no atiende las necesidades básicas de chilenos y extranjeros residentes.

Al parecer, todos creemos tener derechos a manifestarnos, pero nadie mide ni se hace cargo de sus consecuencias contra terceros. Y, por ello, la violencia es justificada socialmente.

Violencia étnica

Uno de los conflictos ancestrales y más agudos del país es el de los mapuche en la Araucanía. El Estado unitario chileno buscó 'pacificar' al pueblo mapuche a través de su asimilación e integración, pero en desmedro de un reconocimiento a la pluralidad cultural. Después de años de atraso y pobreza, algunos grupos militantes (CAM) han planteado reivindicaciones en tres ejes: autonomía jurisdiccional, recuperación de tierras ancestrales (con beneficios económicos), y reconocimiento de una identidad cultural. Pero también han recurrido crecientemente a la violencia (tomas de predios por la fuerza y ataques incendiarios), en particular contra empresas forestales, parceleros e iglesias evangélicas. Sucesivos gobiernos han procurado aliviar la situación mediante la entrega de tierras (CONADI), sobre todo a las comunidades más conflictivas, lo que se ha convertido en un incentivo perverso de la violencia.

Hoy la violencia se reduce a una minoría mapuche no solo politizada sino radicalizada (con apoyo de ONGs internacionales y grupos armados), la que es tanto delictual (robo de madera) como terrorista (asaltos y atentados incendiarios), pero -al fin y al cabo- un recurso extremo que históricamente ha sido empleado para enfrentar el desarraigo mapuche.

Violencia política, represión y terrorismo

En nuestro imaginario, somos un pueblo «pacífico y civilizado». Sin embargo, nuestra historia está plagada de sucesos que podrían demostrar lo contrario: el bandolerismo rural y el raterismo urbano, varias guerras civiles y tres guerras externas, la llamada 'pacificación' de la Araucanía (los mapuches nunca aceptaron la dominación española ni la republicana), la represión de obreros, pobladores, y campesinos (“matanza del Seguro Obrero” y “matanza de Pampa Irigoin”), la formación del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) en 1965 y su posterior influencia en la profunda polarización ideológica de la Unidad Popular (asesinatos políticos inclusive), el golpe de estado de 1973 y la larga dictadura militar (represión sistemática), por citar solo algunos hitos.

Puede que, en términos comparativos, la historia chilena haya sido menos violenta que en otras latitudes. Pero, hay que reconocer que hemos sufrido desbordes importantes y que nos hemos insensibilizado en el tema.

Como ya vimos, hay violencia que es endémica a la estructura étnico-social de los chilenos ("cultura de la violencia"), una tendencia natural que muchas veces se agrava cuando las personas actúan en grupo o bajo los efectos de alcohol (¿cobardía?). En un segundo plano, están las ideologías que justifican la violencia política, que inhiben la acción del Estado, y que han desembocado en grupos anarquistas o terroristas. Finalmente, un tercer tipo de factores se asocian a una justificación de la violencia para el control social. Tales  actitudes varían de acuerdo a tres tipos de violencia contra las personas que han cometido delitos: (i) Los linchamientos por ciudadanos; (ii) El uso excesivo de la fuerza por parte de Carabineros (brutalidad policial); y (iii) El uso de penas legales severas. Las motivaciones para todo ello pueden ser la necesidad de aumentar la seguridad, mayor cohesión social, o bien, restituir el orden jerárquico y las relaciones de poder.

Conclusiones

La insensibilidad, impunidad o tolerancia frente a la violencia en Chile está alcanzando niveles insostenibles para cualquier sociedad desarrollada, contribuyendo al debilitamiento de sus instituciones y poniendo en riesgo la democracia y estabilidad del país.

Sin perjuicio de lo anterior, la mejor arma contra la delincuencia es la prevención a través de la educación (alivio de la pobreza y solución al desarraigo). Por otra parte, se requieren mejores cárceles y no más cárceles, de manera de educar y capacitar a los delincuentes comunes para evitar la reincidencia. La violencia política no es justificable desde ningún punto de vista y, por tanto, debe ser erradicada con firmeza.

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