Venezuela: caminando por el borde del volcán

Columna
El Líbero, 10.06.2018
Enrique Subercaseaux, ex diplomático y gestor cultural

El Canciller Roberto Ampuero se ha convertido en el héroe de la recién finalizada Asamblea General de la OEA. Su breve discurso dirigido al Canciller de Venezuela fue un éxito en redes sociales, acumulando cientos de miles de visitas. Es que la opinión pública regional ya está cansada del drama venezolano. Una ola interrumpida de interpretaciones de lado y lado, que buscan explicar lo inexplicable. Curioso, cuando la situación es obvia: el actual gobierno de Maduro ha devenido ilegítimo tan sólo por su desastrosa gestión. No hay peros que valgan. Es un país rico, está el petróleo. Pero el ritmo de despilfarro ha sido gigantesco. Unido a una capacidad de gestión ínfima, que está suficientemente documentada en medios de prensa y otros.

Es este un primer aspecto en el cual hay que detenerse. Los gobiernos democráticamente electos están para gestionar un proceso político (en el más amplio sentido de la palabra). Y los votantes esperan que esto se haga más o menos bien. Cuando emergen los problemas económicos, cualquier gobierno entra en situación pantanosa. Si a esto se suma una administración inepta, aún peor.

Luego, están todas las triquiñuelas desplegadas por Maduro y sus secuaces para ir conquistando el aparato estatal. No sólo para manipular elecciones, sino también para manipular la judicatura completa. Es decir, restringió paulatinamente los espacios de libertad de la ciudadanía hasta convertirla en rehén de los deseos del gobierno. Hasta para los alimentos básicos dependen de las dádivas de Miraflores, para no mencionar todos los excesos coercitivos hacia su población y las continuas violaciones a los derechos humanos, todas debidamente documentadas ante organismos internacionales.

Las palabras de Ampuero subrayaron un hartazgo no sólo de los venezolanos, sino de la comunidad internacional ante tanto despropósito. Su franqueza y transparencia son muy bienvenidas en un medio en el cual las formas diplomáticas no son siempre claras y directas. La diáspora Venezolana, bien lo sabemos en Chile, es enorme. Y, de no mediar cambio, aumentará aún mucho más. Ello indica que algo anda francamente mal en el país caribeño.

Así y todo, y aquí la paradoja, el mundo se divide en este tema entre quienes están a favor y quienes están en contra del régimen de Maduro. Una fractura ideológica. Exacerbada, desde hace décadas, por la acción cubana de exportar la revolución, acción que continuó primero Chávez y luego Maduro, a través de mecanismos como el Foro de Sao Paulo.

Paradoja segunda es que aún se insiste en esta modalidad, en circunstancias que no se puede presentar ningún caso exitoso en nuestra región del socialismo del siglo XXI (tampoco del siglo XX). El caso de personeros españoles apoyando a Maduro es paradigmático: el partido Podemos y sus líderes participaron en la elaboración del nocivo discurso ideológico del chavismo. Y Rodríguez Zapatero (ex Primer Ministro, de desastrosa gestión económica) ha sido el garante del diálogo gobierno-oposición, el cual no ha dado fruto alguno.

Independientemente de la dinámica de cambio que pueda exhibir Venezuela en los próximos meses producto de una concertación más compacta y ordenada de las presiones internacionales, conviene examinar con algún detenimiento las razones por las que conviene seguir preocupados, no ya solamente de Venezuela, sino de la región completa. Aún quedan en Latinoamérica al menos dos regímenes filo-Chavistas: Nicaragua y Bolivia. Y también Ecuador, que aún es incapaz de zafarse de los cantos de sirena de una ideología que, si bien suena atractivamente populista, es nula en cuanto a su gestión. Luego, está el hecho que la supervivencia de Cuba, con su actual régimen, no extingue el ímpetu de exportar su desastrosa revolución e ideología, que no ha hecho más que llevar mísera humana y económica a los países donde ha llegado.

Esta pretensión de cambiar sociedades completas, este mesianismo low-cost, ha causado problemas a donde ha llegado. Es que pretender extinguir dentro de la persona la llama de la libertad es tarea imposible. Y eso aún no lo logran aprender por la simple razón que son ideologías totalitarias que pretenden abarcarlo todo.

Por último, y en eso debemos estar atentos en Chile, la ideología avanza bajo otros mantos. La educación, el feminismo, la avalancha de dictámenes de organismos multilaterales que lentamente van permeando un ánimo de aceptación que, a la larga, va recortando libertades individuales, cediendo espacios a un colectivo que, al ser anónimo, no carga con responsabilidad alguna y devolucionando atribuciones a gobiernos que, a la larga, no se responsabilizan de sus acciones. Como el caso de Venezuela. Como el caso de Cuba. Como el caso de Nicaragua.

Sí. Puede ser que Venezuela se salve por un cambio de régimen. Pero, ¿estaremos a salvo nosotros de una ola de cambio, que se presenta mucho más amable y participativa? Sin libertad se extingue la iniciativa y se extingue la evolución. En un mundo globalizado, coartar libertades del individuo o del colectivo nos lleva, inevitablemente, a totalitarismos, de uno u otro signo.

La libertad es agregativa: parte de la persona, sigue en la familia y desemboca en la sociedad toda. Coartar, limitar o coaccionar nos lleva a la aparición de coágulos, los que, a la larga, pueden causar la muerte de cualquiera. Venezuela es un caso extremo. Pero es un caso que no se dio de un día para otro. Su proceso, su avance y su consolidación revolucionaria se dieron por una concatenación de acontecimientos. De allí que la vigilancia y la observación sean vitales. Debemos manejar intelectualmente principios claros. Así podremos comprehender situaciones y adelantarnos a los acontecimientos. Antes de que sea muy tarde. O no.

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