Venezuela: ¿el fin de la unión cívico-militar?

Columna
Esglobal, 03.07.2017
Luis Esteban G. Manrique
  • La incursión, cada vez mayor, de la esfera militar en el desarrollo nacional del país, aleja al Ejército del pueblo.

En una entrevista que le concedió en 2002 a la socióloga chilena Martha Harnecker, Hugo Chávez le insistió en que sin la participación de los militares en el área social, sus planes políticos habrían fracasado.

La orden que les di en 1999 fue: Hace 10 años salimos a masacrar al pueblo [en los disturbios del ‘caracazo’ de 1989]. Ahora el enemigo es la muerte, el hambre… Así se cumplió nuestro objetivo: la alianza cívico-militar. El pueblo es al Ejército como el agua al pez. Eso es Mao”.

Tres días después de que el 17 de abril Nicolás Maduro anunciara que elevaría hasta el medio millón el número de miembros de la Milicia Bolivariana y les dotaría de fusiles para que se desplegaran en “todas las zonas de defensa integral del país”, Zeid Ra’ad Al Hussein, alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, advirtió al Gobierno de Caracas que debía buscar reducir la tensión en lugar de escalarla.

Según el gobernador de Miranda, Henrique Capriles, Maduro está intentando “obligar” a la cúpula de las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas (FANB), a que se sume al proceso constituyente, prometiéndole una representación directa en la Asamblea.

Maduro ha anunciado que de los 500 miembros de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), la mitad serán elegidos por organismos del régimen y agrupaciones sociales y gremiales reconocidas por el Estado, al modo de la Cámara de los Fascios y de las Corporaciones de la Italia mussoliniana o la Asamblea del Poder Popular de la Cuba castrista, donde cualquier elección comienza con el control de las postulaciones por una comisión de candidaturas.

Según el decreto de convocatoria, los demás constituyentes serán elegidos mediante un proceso “sectorial y territorializado” y sin la participación de los partidos políticos. Nadie cree que sea casual que Maduro haya repetido varias veces “yo no soy Benito Mussolini” sin que nadie se lo preguntara.

 

Militarismo venezolano

Pero no todos los chavistas van a seguir a Maduro en esa fuga hacia adelante. Según Phil Gunson, analista del International Crisis Group en Caracas, “los generales están dispuestos a acompañar a Maduro hasta el cementerio, pero no a ser enterrados con él”. El general retirado Miguel Rodríguez Torres, quien fuera ministro del Interior de Maduro, ha advertido que “cerrar la puerta de las elecciones implica abrir la de la violencia”. Y ya van más de 70 muertos desde que el pasado 31 de marzo el Tribunal Supremo emitiera dos sentencias, después retiradas, en las que usurpaba los poderes de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora desde diciembre de 2015.

La fiscal general, Luisa Ortega Díaz, ha escrito una carta a Maduro en la que le insiste que la Constitución de 1999 es “inmejorable” al haber sido redactada por una Asamblea convocada por un referendo y ratificada por otro.

En América Latina, solo México, Cuba y Nicaragua abolieron el cuerpo castrense del antiguo régimen para reemplazarlo por un nuevo Ejército surgido de las milicias revolucionarias y que, por ello, solo debían lealtad a la nueva clase dirigente. Sin embargo, Domingo Irwin, experto en historia militar venezolana, señala que en el último siglo no ha transcurrido un lustro sin que grupos de oficiales se implicaran en actividades políticas conspirativas o golpistas.

Entre 1830 y 1999, el 67% de los gobiernos venezolanos tuvo líderes de perfil militar, caudillista o pretoriano: Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras y Marcos Pérez Jiménez, entre otros. López Contreras creía, por ejemplo, que el Ejército era heredero del que fundó la patria y, por ello, tenía el derecho de seguir dirigiéndola.

Según el gran ensayista venezolano Mariano Picón Salas, el siglo XX recién acabó en su país en 1935, cuando terminó el interminable régimen de Juan Vicente Gómez, al que equiparaba con “Harum al Raschid por sus apólogos de la más oriental invención y la cautelosa malicia con la que se deshacía de sus enemigos”. Como si se tratara de un exorcismo masivo, las multitudes que se lanzaron a las calles para celebrar su muerte hicieron arder sus efigies, sus casas y las de sus hijos y concubinas.

Su sucesor, general Isaías Medina Angarita, tenía fama de ser un fanático admirador de Mussolini. Las relaciones incestuosas entre el poder político, el económico y el militar alcanzaron su apogeo durante la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez (1952-58), durante la cual, según Picón Salas, sus usufructuarios descubrieron “el arte de los más veloces negocios, de las compañías fantasmas, de vender al gobierno a 1.000 lo que costó 20”. En 1958, cuando cayó el régimen, el 2% más rico controlaba el 50% de la renta nacional.

 

Lazos caribeños

Un mes después de su entrada triunfal en La Habana, Fidel Castro viajó a Caracas, que en 1959 inauguraba su flamante democracia de manos de Rómulo Betancourt, discípulo de Víctor Raúl Haya de la Torre, el patriarca peruano de la izquierda anticomunista latinoamericana. Según testigos presenciales, después de que Castro le pidiera petróleo, Betancourt le respondió que Venezuela no regalaba sus recursos naturales y que no haría una excepción con Cuba.

Castro nunca se lo perdonó. En 1961 envió a Venezuela a su élite militar para que creara un ‘foco’ guerrillero. Entre esos ‘voluntarios’ estaba Arnaldo Ochoa, el futuro héroe de África al que mandó ejecutar en 1989. Pero lo abrupto del terreno, el rechazo de la población y la enérgica respuesta de las fuerzas de seguridad dirigidas por el ministro del Interior de Betancourt, Carlos Andrés Pérez, condenaron al fracaso la aventura.

Pero durante las cuatro décadas de la democracia ‘punto-fijista’(1958-1998) –llamada así por el pacto de ‘punto fijo’ firmado por la centroizquierdista Acción Democrática y el democristiano Copei para turnarse en el poder, Castro nunca se olvidó de Venezuela. Su espera no fue en vano. De las cenizas del “caracazo” surgió como un ángel exterminador un oficial insurgente de confusa ideología “bolivariana”: Hugo Chávez, que intentó un golpe de Estado en 1992.

En un discurso en 1994 en el aula magna de la Universidad de La Habana, Chávez anunció un programa político “de un horizonte de 20 a 40 años”. Castro le escuchó complacido: su nuevo discípulo no tardaría en poner a su disposición las reservas petroleras venezolanas, las mayores del mundo.

Desde 1999, la isla ha cubierto casi el 60% de sus necesidades energéticas con los más de 110.000 barriles diarios de crudo enviados por Caracas y pagados con los servicios de más de 44.000 cooperantes, médicos, educadores y militares y agentes de inteligencia, que entre otras cosas controlan los servicios de identificación, notaría y registros y el aparato de espionaje, seguridad y contrainteligencia venezolano, aportándole las técnicas del Estado policial que el castrismo ha perfeccionado durante más de medio siglo. Según Douglas Bravo, uno de los exguerrilleros, era “como si nuestro sueño imposible de los 70 se hubiese hecho realidad”.

 

Soldados venezolanos en el desfile militar. (Federico Parra/AFP/Getty Images) 

Modelos para armar

Ya en el poder, Chávez se esmeró en obsequiar a los militares con todo tipo de prebendas: ascensos vertiginosos a generales en jefe (no existían desde 1941), condecoraciones, remuneraciones, protección social, viviendas y, sobre todo, armas rusas: tanques T-72 y T-90, cazas Sukhoi, fusiles Kalashnikov y misiles tierra-aire S-125 por valor de unos 13.000 millones de dólares entre 2000-2015, según el Sipri.

Hoy el país tiene más generales –más de un millar– que EE UU, cuando solo necesita 200. Sus altos mandos son así fácilmente sustituibles. En 2007 Chávez creó la Milicia Bolivariana (MB) como un cuerpo paramilitar con jerarquía propia, un modelo similar a las Basij iraníes. En un desfile militar en 2010, 30.000 de sus miembros marcharon uniformados y armados con lanzamisiles portátiles tierra-aire rusos. En 2009 una reforma de la ley orgánica de las FANB incorporó a la MB como “quinta arma”, con el mismo status jurídico de las otras fuerzas.

Se trata de un cóctel explosivo en un país en el que según Amnistía Internacional circulan ilegalmente unas 12 millones de armas de fuego ligeras, lo que explica la tasa de homicidios: 75 por cada 100.000 habitantes (2/100.000 en la UE), una de las más altas del mundo.

Para ganarse el apoyo militar Maduro ha ido más allá que Chávez, tomando como modelo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) cubanas. El Ministerio de las FAR (Minfar) gestiona el Grupo Gaviota, que según Bloomberg, controla entre el 50% y el 80% de actividad empresarial de la isla y es propietaria de al menos 57 compañías y sus filiales. Cuba y Venezuela han formado más de 30 empresas mixtas que van desde reparación de puertos y ferrocarriles hasta hoteles, agricultura, producción de níquel, acero y petróleo. En 2011 Venezuela representó casi la mitad de los 20.000 millones del comercio exterior de la isla.

Hoy los militares venezolanos controlan la distribución de alimentos básicos y la petrolera estatal PDVSA, cuya vicepresidenta ejecutiva es la almirante Maribel Parra, que ya dirigía Caminpeg, el brazo autónomo del Ministerio de Defensa a cargo desde 2016 del comercio petrolero y minero. Desde 2013 las FANB cuentan además con un banco (Banfanb), una empresa agrícola (Agrofanb) y otras de transporte (Emiltra), telecomunicaciones (Emcofanb) y hasta un canal de televisión (TvFanb).

Los militares críticos, como el general Isaías Baduel, que rescató a Chávez tras el golpe de 2002, son neutralizados o encarcelados. Los demás tienen vía libre para enriquecerse a través del acceso a divisas subvaluadas y diversos negocios opacos: sobrefacturación en proyectos de infraestructuras, contrabando de armas y drogas y lavado de dinero a través de negocios intensivos en el uso de efectivo.

El pasado enero, los tribunales castrenses ordenaron encarcelar a un grupo de oficiales que, según portavoces chavistas, intentaban un rescate de Leopoldo López, el político encarcelado en la prisión de Ramo Verde. La opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) estima que hay 85 militares condenados por causas políticas.

 

¿Un pacto de acero?

Maduro necesita la ANC para terminar de usurpar los poderes de la Asamblea Nacional, desde diciembre de 2005 en manos opositoras, lo que le impide firmar contratos y acuerdos internacionales que requieren ratificación parlamentaria. Sin ese aval, muchos potenciales inversores en el sector energético y minero temen que eventuales nuevos gobiernos desconozcan su legalidad.

La MUD cree que el proceso constituyente busca en realidad paralizar todos los procesos electorales pendientes argumentado que el carácter plenipotenciario de la ANC le permite establecer su propio calendario electoral. Según el analista Luis Vicente León, “el Gobierno quiere fabricar una mayoría que no tiene” porque la alternativa es peor: perderlo todo si convoca elecciones.

Según Capriles, Maduro y su principal asesor jurídico, Hermann Escarrá, están intentando convencer al ministro de Defensa, general Vladimir Padrino, de que las FANB se convierta en la columna vertebral del régimen. Padrino ha declarado que la ANC es una “propuesta revolucionaria, constitucional y profundamente democrática”, pero no parece convencido de la conveniencia de que las FANB tengan una presencia institucional en ella.

Consciente de esas dificultades, Maduro ha empezado a dar mayor poder a los consejos comunales, a los ‘colectivos’ y a la MB para tener un contrapeso civil armado si la cúpula de las FANB intenta romper su actual matrimonio de conveniencia con el régimen. Muchos dudan que lo vaya hacer. El departamento de Estado ha acusado al ministro del Interior, general Néstor Reverol, de estar involucrado en el narcotráfico, por lo que la caída de Maduro podría implicar su extradición a EE UU.

Y Reverol no es el único miembro del ‘cártel de los soles’, llamado así por los símbolos militares que señalan el rango de los generales venezolanos. Según la DEA, la agencia antinarcóticos estadounidense, Venezuela es el punto de salida a Europa y EE UU del 50% de la cocaína que produce Colombia. Según el obispo Oswaldo Azuaje, Venezuela está siendo gobernada por una “narcodictadura cívico-militar”.

En el último término, Hernán Castillo, experto en asuntos militares, sostiene que mientras existan en la Constitución artículos como el 328, que permite a los militares “participar en el desarrollo nacional”, nunca se podrá erradicar del todo la injerencia castrense en asuntos de gobierno:

Venezuela debe dejar de ser el paraíso soñado de los militares, una sociedad obediente y no deliberante. Un Ejército de 30 millones de soldados”.

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