‘Vocación de Paz: La política exterior de Chile’. La banalidad de un libro

Columna
El Demócrata, 14.10.2016
Pedro Suckel, embajador (r) y ex director general para Países Limítrofes

Con nombre pretencioso y cubierta que parece envoltorio de regalo de Navidad, el libro sorprende. Esperaba de él un manifiesto propagandístico más claro, con una interpretación y re escritura de la historia de nuestra Política Exterior acordes con la visión que se nos quiere imponer, pero encuentro más bien un conjunto de artículos inconexos al parecer escritos por diferentes autores, que reiteran los mismos conceptos, omiten verdades incómodas y destacan hechos parciales.

No se aprecia ninguna visión de conjunto de la Política Exterior a través del tiempo, como se pretende hacer creer y aparecen episodios solamente gratos para una propaganda de corto alcance.

Las fotografías son lo mejor, aunque también en ellas hay notables ausencias. Puede comprenderse que, en los capítulos relativos a nuestra relación con Bolivia y Argentina, se omita reproducir imágenes muy conocidas del Encuentro de Charaña y la visita a Chile de S.S. Juan Pablo II, pero no excluir las de algunos Ministros y diplomáticos chilenos de relevante actuación en momentos significativos de nuestra historia del pasado siglo, como Conrado Ríos, Ernesto Barros, Agustín Edwards y tantos más. La publicación de la histórica fotografía de los Presidentes Roca y Errázuriz a bordo del crucero O’ Higgins frente a Punta Arenas habría mostrado cómo a pesar de ocasionales desencuentros chilenos y argentinos hemos sido capaces de preservar la paz.

Hay un desmedido pero ideológicamente comprensible énfasis en el multilateralismo, que se inicia con alabanzas a la instalación en Chile de la Cepal, una de las instituciones más discutidas en América Latina, debido a la influencia ejercida en las políticas económicas de los países de la región que condujo a la imposición del proteccionismo.

Sin particular relación con lo anterior, se menciona a Alejandro Alvarez, único integrante de la Corte Internacional de Justicia con que Chile ha contado, hace ya varias décadas. Tal vez la alusión cumple un efecto contrario al buscado, al recordar que no hemos logrado hacer elegir a otro chileno en ese tribunal y que tampoco nuestros Gobiernos se han esforzado en conseguirlo.

Podría pensarse algo similar cuando se destaca el caso del Winnipeg y de los refugiados españoles llegados en el barco que, no obstante su aporte al desarrollo cultural del país constituyeron un caso aislado, que contrasta con instrucciones impartidas por esos mismos Gobiernos del Frente Popular a los cónsules en el exterior, que limitaban la concesión de visas a inmigrantes “israelitas” y de otras “razas”.

El caso citado parece entonces un episodio aislado, producto de un esfuerzo loable del PC chileno.

Sigue un capítulo destinado a la Conferencia del Mar, que omite los nombres de los Ministros que impulsaron nuestra relevante participación y al negociador chileno durante prácticamente toda esa prolongada negociación multilateral, el Embajador Fernando Zegers.

Mejor aparece el inicio de la política hacia la Antártica, en que al menos se muestra fotografía del Presidente González Videla.

Pero inmediatamente después se alude a un “Paréntesis” que se prefiere no explicar, y que para bien o mal resulta sin embargo inevitable si realmente se ha querido relatar la evolución de la Política Exterior de Chile.

Obviamente, el “paréntesis” no es otro que el más prolongado Gobierno que el país haya tenido, bajo la Presidencia del General Pinochet. Con sus “luces y sombras” y el natural repudio que los autores del texto manifiestan hacia los abusos en materia de derechos humanos, esos años incluyen decisiones de singular y permanente importancia para el curso que ha seguido posteriormente la Política Exterior chilena. En aras de esa desafección por el gobernante y sus equipos puede omitirse hacer notar cómo, a diferencia de otros regímenes militares de la época en Sudamérica, se mantuvo una política prudente que no endeudó pesadamente a la economía con una compra de armamentos excesiva ni se pretendió llegar al conflicto bélico con los vecinos ni invadir otros territorios, optándose siempre por buscar soluciones pacíficas que preservaran la paz y la soberanía nacional.

No obstante, la veracidad pretendida se hace difícil o imposible de mantener si se ignoran otras determinaciones políticas de la época, tales como el inicio de la apertura al Pacífico; el cambio del modelo proteccionista por la apertura de la economía al comercio mundial y la inversión extranjera; el estímulo a las exportaciones, etc. Todas ellas medidas que en forma creciente fueron fortaleciendo la economía y elevando el nivel de vida de los chilenos.

Se contempla así un conjunto de capítulos sin un hilo central, y una reiteración de conceptos tales como el multilateralismo como panacea, la defensa de los derechos humanos presentada como elemento rector de nuestra política y sin explicar que, por comprensibles motivaciones de realpolitik, hemos sido bastante selectivos en el ejercicio de esa política: condenamos a Honduras o a Corea del Norte, pero no lo haremos a China y se es tímido respecto de Cuba y Venezuela.

Sigue un capítulo dedicado a Cumbres, que es obviedad. Todos los países de la región las hemos tenido y en exceso, vistos sus resultados limitados o precarios. Se destaca la II Cumbre de las Américas efectuada en Chile, sin contar que el proyecto de un acuerdo de libre comercio del hemisferio fracasó poco más tarde por obra de Gobiernos pretendidamente amigos, como los del Brasil del PT, Argentina de Kirchner y Venezuela de Chávez.

Como Estado conservador, que ha adquirido buena parte de sus territorios mediante tratados que concluyeron conflictos armados exitosos, es natural que Chile no quiera aceptar alteraciones revolucionarias al orden establecido y se apegue a la vigencia del Derecho Internacional y los acuerdos de límites. Malo sería, sin embargo, que ese cálculo racional derive en aceptar un multilateralismo impuesto por mayorías precarias o esporádicas en los organismos internacionales. Excedernos en esa creencia (¿o ilusión?) puede hacernos llegar a acatar resoluciones que vayan contra nuestro interés nacional, emitidas por entidades sin real poder capaz de frenar las acciones de los Estados descontentos con el orden regional y mundial imperantes.

En cuanto a las Misiones de Paz que se mencionan a continuación, bien está hacer notar que hemos participado en varias, aunque en forma no tan decisiva ni abundante como se pretende. Como ocurre y ha ocurrido en varias de las desplegadas por Naciones Unidas, la intervención en los asuntos internos de pequeñas naciones, las únicas que por su debilidad no pueden resistir imposiciones externas, lleva en no pocos casos a Estados fallidos, como es el caso de Timor y Haití. República Centro Africana puede ser un nuevo caso y Colombia está por verse dado el rechazo al acuerdo con las FARC, y la mantención de la violencia por obra de éste y otros grupos ni se sepa tampoco del destino que tendrán los nada menguados recursos acumulados por ese grupo marxista leninista gracias al narcotráfico.

Respecto a Unasur se hace referencia a acciones poco eficaces para la vigencia de instituciones democráticas, como la ayuda brindada a Evo Morales en su conflicto con los departamentos del Oriente, que ayudó a su perpetuación en el poder, así como la contribución a un diálogo del Gobierno de Maduro y sus opositores, que evidentemente no fue sincero ni ha tenido resultados positivos para la democracia. Entendida, claro está, como se la entiende en naciones distintas a las del ALBA, con elecciones periódicas libres e informadas; libertad de prensa; alternancia en el poder y límites a la permanencia indefinida en el poder de caudillos iluminados.

Hay a continuación comentarios irrelevantes acerca de nuestra relación con Estados Unidos y otros países, perdiéndose la oportunidad de hacer una buena historia. Merecida es sin duda la presentación de una fotografía del Ministro Gabriel Valdés, la que hace recordar la ausencia de otros. Como Adolfo Ibáñez, el primero que en 1871 desempeña el cargo separadamente de otros y Oscar Fenner, que durante la segunda Presidencia del General Ibáñez da por primera vez estabilidad a la profesión diplomática. Resaltar cómo el Ministro Valdés, a una ya avanzada edad, continuó sus encomiables servicios a la Política Exterior de Chile desde el Senado y la Presidencia del Consejo Chileno de Relaciones Internacionales habría sido, asimismo, un indispensable complemento al relato sobre su contribución a la historia patria.

La que se denomina en el libro “Relación vecinal” es tratada de manera ligera. Quizá en el afán de poner de manifiesto los supuestos méritos de la venida a menos Unasur, se da a entender que suyos serían los méritos de nuestros progresos en la integración física con los países vecinos y otros sudamericanos, olvidando (¿) que los innegables avances registrados en las últimas décadas han sido, más bien, fruto del esfuerzo de nuestros Gobiernos y del buen entendimiento con otros de la región.

El capítulo referente a la relación con Argentina contiene evidentes y arbitrarias omisiones, destinadas, cabe temer, a no reconocer méritos a la labor esforzada e inteligente desarrollada por gran parte de nuestros gobernantes y de sus agentes diplomáticos que, enfrentando circunstancias adversas y de debilidad material en el conflicto austral y la Mediación Papal, lograron una paz digna que preservó los intereses nacionales. Pareciera que ese gran diplomático que fuera Enrique Bernstein se salva porque fue DC y Subsecretario de Relaciones Exteriores del Presidente Frei. Pero se excluye lamentablemente y tal vez con intención a otras figuras determinantes, como los Ministros de Relaciones Exteriores Hernán Cubillos y Jaime Del Valle; los eficaces negociadores diplomáticos Ernesto Videla, Santiago Benadava, Francisco Orrego y otros; el Embajador Sergio O. Jarpa, y muchos más. El Embajador José Miguel Barros, exitoso Agente de Chile en el juicio arbitral cuya sentencia fuera desconocida por Argentina y que antes desde las mismas funciones nos diera el triunfo en el arbitraje sobre Palena, se suma al grupo de los ilustres omitidos.

Ni siquiera se cita la Guerra de Malvinas, momento en el cual la posibilidad de un estallido del conflicto armado estuvo muy cercana y ante el cual la buena decisión del General Pinochet, estimulada por varios de los ya citados, evitó el ingreso chileno a una contienda que nos habría continuado ahora pesando.

Ya que el libro abunda en buenas fotografías, ésta habría sido indudablemente la oportunidad para reproducir algunas sobre las personalidades descollantes en esa delicada época. Pero esta vez la técnica quizá falló y apenas hay una borrosa de la firma del acuerdo final, que no es menos que el Tratado de Paz y Amistad de 1984.

Se puede llegar a pensar que todo lo anterior ha sido deliberado, para así realzar el llamado Tratado de Maipú, celebrado por las Presidentas Kirchner y Bachelet quizá para minimizar la existencia del Tratado de 1984 y que solo complementa éste, en el designio posible de que la historia ignore que el último fue suscrito por Gobiernos no queridos.

Respecto de Bolivia, puede apreciarse también un contenido imperfecto, en que no se admite cómo llegamos a la situación actual, producto de compromisos poco sostenibles (Plan de los 13 Puntos, promesas de líderes de izquierda, aunque no solo de ellos…). En honor a la historia real debió contemplar el Acuerdo de Charaña, pero eso habría significado publicar fotografía de los Presidentes Banzer y Pinochet, personajes malditos para la re escritura de la historia. Las hasta entonces buenas fotografías aquí desmerecen: aún sin registrar esa clásica pero incómoda, hay otras.

Con omisiones y buenas fotografías, en que no obstante se nota la ausencia de alguna sobre hechos relevantes como la firma del Acta de Ejecución del Tratado de 1929, ocurrida recién al término del Gobierno del Presidente Frei Ruiz Tagle, un tratado por el cual se puso fin a una prolongada controversia. El capítulo en cuestión pierde igualmente la oportunidad de manifestar claramente al mundo que Chile y Perú están desde entonces comprometidos a perpetuidad por el contenido del Tratado de 1929, cuyas cláusulas determinan una creciente vinculación de amistad traducida ahora, pero no solamente, en la cooperación marcada por la común pertenencia a la Alianza del Pacífico. El recordar los términos del Artículo 1 del Protocolo Complementario habría constituido una manifestación clara del respeto de Chile a sus acuerdos internacionales.

En suma, el lector del imponente volumen debe quedar decepcionado. Un oneroso gasto que al parecer, no merecerá mayor atención y que de nada sirve si la intención fue rebatir argumentos bolivianos. A lo más, es un intento vergonzante por su timidez en exhibir logros.

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