Boric y la despolarización

Columna
El Líbero, 27.12.2021
José Rodríguez Elizondo, director del Programa de RRII (Facultad de Derecho-U. de Chile)

 

Protágoras

Resumen vertiginoso de lo sucedido: el estallido de 2019, entre social, vandálico e insurreccional, puso al presidente Piñera y a la democracia chilena al borde de la cornisa. Para salvar sus muebles, los partidos y los profesionales del sistema optaron por una nueva Constitución. Sorprendentemente, los apoyó Gabriel Boric Font, arriesgando su liderazgo juvenil sobre sectores anti-sistémicos. Luego, en la Convención Constituyente, una mayoría novedosa aumentó la polarización con señales estruendosas: dado que los partidos estaban liquidados, había que refundar Chile con base en la plurinacionalidad y las identidades internas. Pocos meses después, las elecciones generales reequilibraron el sistema, con un Congreso de talante tradicional y una competencia presidencial insólita. Esta enfrentó a Boric, clasificado como extremista de izquierda, con José Antonio Kast, catalogado como extremista conservador. Evocando lo sucedido en el Perú, los expertos pronosticaron un resultado estrecho -por tanto, sísmico- entre dos candidatos minoritarios. La realidad los desmintió y en eso estamos.

 

Audacia agnóstica

En la segunda vuelta del domingo pasado, Boric ganó con un 55,87 % de la votación, contra un 44,13% de Kast. Una ventaja amplia, que eliminó la posibilidad de un “negacionismo de resultado”.

En el entretiempo, el ganador había reconocido la diferencia entre los principios y los dogmas, enfatizando su propósito de ser un presidente para todos los chilenos y virando hacia la moderación. Según analistas solventes, la base social de tal cambio estuvo en las mujeres y los jóvenes no militantes. La base política, por su lado, estaría en el rechazo a las picardías y excesos ideológicos de los constituyentes mayoritarios.

(También es posible, especulando entre paréntesis, que algún mirista anciano le haya contado ese duro intercambio entre Salvador Allende y Miguel Enríquez, cuando éste lo acusó de ser un socialdemócrata y “a mucha honra” replicó el presidente).

Lo dicho puede explicar el corto plazo de las certezas previas de Boric y el realismo de su “centrificación” en desarrollo. De hecho, hoy está actuando como esos entrenadores que saben “leer el partido” en la previa y mientras se está jugando, para hacer los cambios necesarios, aunque disgusten a futbolistas de alto ego e incluso a los altos dirigentes del club.

 

Extremista original

Con la secuencia completa, puede decirse que Boric fue un paradójico extremista pragmático. Esa extraña cualidad le permitió inscribirse como candidato con las justas, dejar en la cuneta al comunista Daniel Jadue -favorito de los extremistas científicos- y asegurarse el apoyo de las izquierdas duras y subversivas en el primer tiempo electoral.

Luego, con los votos de esas izquierdas en el bolsillo, enfrentó el segundo tiempo con una estrategia inversa, para remontar un marcador adverso. Fue el tramo en que supo seducir a nuevos electores, poniéndose una camiseta socialdemócrata.

En definitiva, una gran victoria de la audacia agnóstica, pues Kast privilegió sus principios conservadores y dejó claro que la Presidencia no le valía una misa. Con todo, lo suyo no fue una derrota por K.O. pues su alta votación es la más alta de las derechas en su historia y eso le asegura un protagonismo sostenible.

Resumiendo: una ducha de institucionalidad, para frustración de quienes apostaban a un puntillazo contra el sistema democrático vigente.

 

Tregua de nervios

Será difícil compatibilizar a un Boric-presidente-de-todos-los-chilenos, con el líder estudiantil desgreñado, tatuado y confrontacional que conocimos hasta hace poco. Ese que se tomó una Facultad de Derecho para instalar un decano a su pinta, reducía todas las variables del capitalismo al neoliberalismo, avalaba la violencia del estallido, justificaba a los “presos de la revuelta”, quería refundar a los carabineros y democratizar a los militares, postulaba una plurinacionalidad sin resguardos y demoró en definir a Nicolás Maduro como dictador. Nada muy centrista que digamos.

Sin embargo, no estamos ante una rareza extrema. Desde que los dirigentes de la Concertación renunciaran a defender sus éxitos, muchos son los saltos estrambóticos que han protagonizado políticos chilenos. Cambiaron el Congreso por los matinales de la tele, llevaron la farándula al Congreso, normalizaron la ingobernabilidad, quisieron aprovechar el estallido y hasta la pandemia para liquidar al gobierno legítimo. En esa ruta, aportillaron a conciencia el Estado de Derecho. No es olvidable la frase de una presidenta del Senado que justificó su voto, en una coyuntura, diciendo que prefería “cometer un sacrilegio con la Constitución”.

Es ese estado de situación, abocarse al enigma identitario de Boric sería un pasatiempo académico. Dada su indiscutida legitimidad electoral y su look de adulto normalizado, más vale aceptar que ya no es el que fue, sino el gobernante que será.

Por lo demás, eso ya explica la tregua de nervios que nos permitió celebrar los ritos democráticos y republicanos: reconocimiento hidalgo del derrotado, saludo al vencedor del presidente incumbente y compuesta visita a Palacio del presidente electo.

Lo urgente, ahora, es que el ciclo que se inicia despolarice el ambiente. Y eso dista de ser poco, pues ya hay síntomas de un nuevo negacionismo: el de quienes dicen que el éxito de Boric se debió a la movilización de las masas y no a su viraje hacia la moderación.

 

El tiempo apremia

Por el momento, estamos en el tiempo de los saludos y olfateos. Ese interregno en el cual periodistas y otros maquiavelos instalan nombres de los miembros del círculo de hierro del gobernante, de quienes se le unirán altruistamente para compartir el poder y de quiénes serán los enemigos a demoler.

Lo importante es que esta etapa sea breve. En una enumeración no taxativa, nadie debe olvidar que Boric enfrentará una economía sobrecalentada, con inflación en desarrollo. Una delincuencia apabullante y grupos terroristas en la Araucanía. Presuntos “presos políticos” del estallido, que son un tema crítico para la confianza ciudadana. Una plurinacionalidad constitucional sin resguardos, que podría socavar la fuerza del Estado como actor nacional unitario y, por añadidura, deteriorar las relaciones vecinales.

En relación especial con “los temas de Estado”, el nuevo presidente tendrá que conocer mejor el ethos de los militares y mejorar la eficiencia de la policía, actores crispantes para los activistas antisistémicos. En paralelo, sus asesores en política exterior ya debieran estar sobre el tema Runasur, liderado por Evo Morales y la denuncia, a su respecto, de los más prestigiados diplomáticos del Perú.

 

Pies sobre la tierra

Para que su centrificación se consolide como estratégica y pueda ejercer un liderazgo sólido, Boric tendrá que enfrentar los problemas de su entorno político. En este rubro, debiera conocer la historia no contada de los combates ideológicos internos, durante el gobierno de Allende.

Por el momento, cuatro serían sus problemas visibles:

Uno, que, con excepción del Partido Comunista, las organizaciones que lo apoyaron no se caracterizan por una disciplina leninista.

Dos, que la dirigencia comunista no está aplaudiendo su flexibilidad y ya lo ha conminado a ceñirse al programa inicial.

Tres, que los políticos externos a su coalición no asumen que cualquier refundación debe comenzar por casa.

Cuatro, que la mayoría refundacional e ideologizada de la Constituyente aún no da señales suficientes de flexibilidad.

Ante tanta complejidad, sería bueno que esa “democracia sustantiva”, que postuló en su primer mensaje, comience a entenderse como democracia a secas. Mucho de la tragedia de Allende se debió a que no supo rechazar esa falsa dicotomía entre la “democracia real” y la “democracia simplemente formal”, que instalaron los teóricos ideologizados dentro y fuera de la Unidad Popular, dentro y fuera de Chile.

Para este efecto, Boric tendría que poner distancia con los forofos de ocasión, asimilando la experiencia que le compartió Carlos Caszely. Nuestro célebre exgoleador le dijo, por escrito, que él no cotizaba los aplausos de los hinchas al entrar a la cancha. Lo que le importaba era el aplauso al terminar el partido, “pues quería decir que lo habíamos hecho bien”.

Eso exige mantener los botines sobre la tierra y amarrar a quienes suelen tenerlos firmemente plantados en el aire.

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