El «neolulismo» y su periferia turbulenta

Columna
El Líbero, 06.02.2023
Iván Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)
Lula exuda temor. Sabe que las cosas en casa no están lo suficientemente calmadas y que ganó por muy escaso margen. Y sabe que pisa sobre huevos en el plano regional.

Pocas figuras, como Lula da Silva, generan tanta expectativa en las izquierdas latinoamericanas. Su regreso al poder es aclamado como quien espera la llegada de un mesías. Un reciente sondeo señala que su retorno es asociado a palabras como esperanza, conducción, liderazgo. La resurrección del ya octogenario adalid del progresismo latinoamericano ha generado un ambiente curioso y llamativo.

¿Qué características nuevas puede aportar este hombre curtido en mil batallas y que en el otoño de la vida retorna al escenario? Y, contrariu sensu, ¿qué hay en el sub-suelo de las izquierdas latinoamericanas que Lula provoca tanta ansiedad?, ¿será sólo una fragmentación indomable en busca de certezas?, ¿habrá rescatado Lula de algún baúl de chucherías nuevas recetas emancipatorias?

Para aventurar respuestas a estas preguntas parece necesario remontarse a Freud, quien, cuando trató de investigar los vericuetos del alma humana, llevaba sus pacientes a un sofá. Allí buscaba cómo arrancarle con sutileza interrogativa los motivos más íntimos de sus deseos y sus miedos. Trataba de descubrir sus Tánatos y Eros.

Una corta mirada al atrás y debajo de la historia de las izquierdas latinoamericanas entrega luces de un irrefrenable deseo a ser igualmente interrogadas y ayudadas en un camino tan cuesta arriba. Ya no son los náufragos del colapso soviético, que tanta tristeza y desorientación provocó, pero han caído en un océano de populismo, que, aunque reditúa electoralmente, deja gusto a poco.

Ni Néstor, ni Nicolás ni Hugo, ni Rafael ni Evo, ni nadie ha logrado dar con la piedra filosofal. Todos han sido absorbidos por conductas demagógicas e interminables recriminaciones intestinales. Unos más, otros menos, todos han terminado engendrando regímenes pobristas.

A Lula se le ve, en tal cuadro, como un aprendiz de Freud. Por su trayectoria con tantos altibajos y sinsabores, o por su experiencia, o por último por el tamaño del país que le toca dirigir, es visto como “padre de las multitudes”.

Sin embargo, a diferencia del siquiatra (y de Abraham, por supuesto), Lula exuda temor. Sabe que las cosas en casa no están lo suficientemente calmadas y que ganó por muy escaso margen. Intuye que el bolsonarismo, pese a sus deformidades incipientes, ha dejado de ser un grupo descarriado y sumiso a una persona. Tiene la corazonada de estar frente a un volcán activo.

Más aún. Como profundo conocedor de su grey, sabe que pisa sobre huevos en el plano regional. Sabe que quienes lo admiran y esperan sus consejos no son precisamente una disciplinada columna revolucionaria como los guerrilleros de antaño. Capta que las izquierdas latinoamericanas han devenido en montoneras muy poco dóciles, formando más bien un magma de espíritus rupturistas y levantiscos.

 

Un panorama impredecible

Lula parece consciente que se han abierto profundas grietas al interior de cada país. Más profundas y anchas que cuando él mismo era presidente. El neolulismo deberá entonces operar en una región anómica y que, aunque sigue siendo un parque temático -como siempre lo ha sido- presenta un panorama ígneo e impredecible.

Sus iniciativas regionales han sido, por lo tanto, acotadas. Inesperadamente, los primeros resultados muy exiguos.

La primera iniciativa de Lula fue lanzar una propuesta de moneda única regional. Apostando al rol protagónico que todos le adjudicaron en la cita de CELAC en Buenos Aires, llevó listo hasta el nombre de la nueva divisa: Sur. Por eso le deben haber sorprendido las reacciones. Demasiado diversas y escépticas.

Dejando aparte a los entusiastas de siempre (que en este caso ignoran o no quieren escuchar sobre experimentos previos), la mayoría de los asistentes a la cumbre prefirieron mirar al techo y hablar de otros temas. Lo más sorpresivo provino del veterano Pepe Mujica, quien, pese a no tener idea de economía, es un avezado artista y lo invitó a su chacra en las afueras de Montevideo para sugerirle en tono campechano la inconveniencia de andar proponiendo cosas tan disparatadas.

Los especialistas en el tema reaccionaron, en cambio, de forma implacable. Oliver Blanchard, execonomista jefe del FMI fue parco: “es una locura”. El premio Nobel de Economía Paul Krugman optó por la rudeza:

“una moneda compartida puede tener sentido entre economías grandes que son a su vez socios comerciales relevantes y lo suficientemente similares como para afrontar grandes shocks asimétricos. En este caso, agregó, tienen estructuras exportadoras muy distintas y la economía brasileña es demasiado más grande que las otras. No sé a quién se le ocurrió esta idea, pero seguramente no fue a alguien que supiera algo de economía monetaria internacional”.

Imposible más lapidario.

La segunda gran iniciativa de Lula fue el impulso a la unidad política regional, siendo CELAC y UNASUR sus prioridades declaradas. Para tantear el terreno, buscó protagonismo en la última cumbre de Buenos Aires y le fue concedido por sus amigos; esos que lo ven como “padre de multitudes”.

Sin embargo, la sorpresa provino del pequeño vecino, Uruguay. Su presidente fue la verdadera gran estrella al no amilanarse para advertir que, según lo escuchado, la cita parecía más un club de amigos ideológicos. La incomodidad en el entorno de Lula fue indisimulable. Cabe entonces suponer que, si la política exterior neolulista toma un curso más pragmático, las posibilidades de revivir UNASUR son mínimas. Al menos en el corto plazo.

 

Periferias turbulentas

Para reflexionar sobre las perspectivas regionales que se le abren a partir de ahora al nuevo/viejo presidente, parecen interesantes las nociones “periferias turbulentas” y “periferias penetradas” desarrolladas por Roberto Russell y Fabian Calle, aun cuando ellos las utilizan en relación a los intereses estadounidenses. En tal línea de razonamiento, Lula enfrentará también dos tipos de periferias, siendo una -la turbulenta- especialmente interesante para América Latina en general, y para las izquierdas de la región en particular. La periferia penetrada, al radicar esencialmente en el espectro lusoparlante es marginal en los desafíos de esta región. De ahí la importancia de revisar algunos nudos de su periferia turbulenta.

El primero proviene de México. Resulta muy significativo que Andrés Manuel López Obrador haya rehusado asistir a la cumbre de la CELAC y se hubiese distanciado de manera explícita e inmediata de la propuesta de una moneda común. Es muy posible que la reacción mexicana subyace su molestia ante el acuerdo tomado por Brasil y Argentina respecto al BID. Luego hay cuestiones bilaterales turbulentas de tipo más bien estructural.

Los dos países, y sus respectivas izquierdas nunca se han avenido. Ambos se perciben lejos, geopolítica y culturalmente. Impresiona aquí la fuerza identitaria. Los dos países exhiben dificultades análogas, como la fuerte presencia del crimen organizado, la existencia de vastos territorios outlaw (zonas porosas y espacios ingobernados), corrupción endémica y un sinfín de otros asuntos. Sin embargo, no manifiestan interés en articularse.

Otro desafío relevante para el neolulismo es el deseo de AMLO de incursionar, aunque sea puntualmente, en América del Sur. Lo demostró en el caso de Evo y luego de la familia de Pedro Castillo en Perú. ¿Permanecerá impávido Lula, si la convulsa América del Sur le ofrece una nueva oportunidad a Mexico?, ¿cómo reaccionará Lula si, por ejemplo, un grupo adhoc de países decide intervenir en Haití con fuerzas mexicanas? La anterior misión, la MINUSTAH, estuvo encabezada por Brasil y el resultado, mirado a partir del actual descalabro, fue débil. El anterior gobierno de Lula no consiguió afianzar la paz ni la gobernabilidad en el paupérrimo Haití. Baste recordar que el Caribe es una zona de proyección geopolítica natural de México, y que éste no ha querido asumir allí papeles activos.

Otro nudo lo representa Bolivia, un país donde por razones históricas la diplomacia neolulista no podrá ausentarse. La crisis separatista ahí va en aumento y la convulsionada Santa Cruz claramente se siente más cercana a Brasil que al altiplano de La Paz.

Por último, en términos más bien conceptuales, el neolulismo no podrá eludir mucho tiempo la necesidad de exteriorizar su visión sobre el devenir cotidiano de su periferia turbulenta como tampoco del destino de esas izquierdas levantiscas, ansiosas de liderazgo regional. La doble vara para medir la violencia, dependiendo de quien gobierne, y la preeminencia de la protesta por sobre las instituciones, son su gran desafío.

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