La geopolítica del Indo-Pacífico

Editorial
El Mercurio, 19.09.2022

''Hace pocos días, el pasado 15 de septiembre, se cumplió un año desde que Estados Unidos, Reino Unido y Australia anunciaran la creación de una nueva y ambiciosa alianza de defensa en la estratégica región del Indo-Pacífico: el Aukus''. El pacto no dejó a nadie indiferente. Su primer anuncio fue que EE.UU. y Reino Unido apoyarían a Australia en la construcción de submarinos de propulsión nuclear.

De inmediato, la noticia causó un incidente diplomático entre Australia y Francia, ya que (de manera implícita), la decisión dejaba sin efecto un acuerdo entre Canberra y París —firmado en 2016— que contemplaba la construcción de 12 submarinos para la armada australiana.

Las gestiones del gobierno del presidente Joe Biden ante su homólogo francés, Emmanuel Macron, lograron bajar la tensión entre ambos aliados. Sin embargo, la reacción de China fue diferente, ya que el gobierno de Beijing consideró que la alianza tripartita era expresión de “una mentalidad obsoleta de la Guerra Fría”, que representaba “una amenaza para la paz regional” y fomentaba una “carrera armamentista”.

Nadie lo dijo abiertamente hace un año (ni en los meses posteriores), pero la creación de Aukus representa un nuevo esfuerzo de Estados Unidos por contener la creciente expansión de China —sobre todo en términos de su poder naval— en una zona que es y será indiscutiblemente clave en lo político, económico y defensivo durante este siglo.

Ya en 2012, el entonces presidente Barack Obama había impulsado una doble iniciativa destinada a fortalecer la influencia estadounidense en la región y, de esa manera, salir al paso del crecimiento chino.

La primera, conocida como “el giro al Pacífico”, buscaba aumentar el poderío naval de EE.UU. en esta zona, redestinando unidades que antes se encontraban en el Atlántico. Y la segunda fue el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, mejor conocido como TPP, que sufrió un duro golpe cuando Donald Trump, en 2017, decidió retirar a EE.UU. del tratado.

Desde entonces, el “giro al Pacífico” se fue desarrollando lentamente, mientras que el TPP se reconvirtió en TPP11, gracias a las gestiones de Chile y Japón, que buscaron mantener a flote el proyecto, del que ahora inexplicablemente nuestro país permanece automarginado.

El Indo-Pacífico es el principal escenario en el que se está librando la confrontación entre Estados Unidos y China, en un esfuerzo por defender (y expandir) sus respectivas esferas de influencia. Y aunque son los dos actores más grandes, no son los únicos. Países como Francia y Reino Unido, entre otros, también buscan consolidar su presencia allí.

El Indo-Pacífico abarca tres continentes (Asia, gran parte de Oceanía y la costa este de África), así como dos océanos (el Pacífico y el Índico). Pero, además, es una región que reúne a 38 países e importantes economías, agrupa al 65% de la población mundial, se extiende sobre el 44% de la superficie del planeta, representa el 62% del PIB mundial y por sus aguas transita el 70% de la energía que consumimos. Eso, aparte de sus importantes reservas de gas y petróleo, aún no explotadas.

 

La pugna entre Washington y Beijing

Cuando en abril de este año se hizo público el acuerdo de seguridad firmado entre China y las Islas Salomón, no tomó mucho tiempo para que Australia, Nueva Zelandia y EE.UU. expresaran su preocupación. Sobre todo, cuando se filtró un borrador —verificado por el gobierno australiano— en el que se establecía que los buques de guerra chinos podrían fondear en estas islas y que Beijing también podría desplegar fuerzas de seguridad con el objetivo de mantener “el orden social”.

Para Australia, que está solo a 2.000 km de las Salomón, el acuerdo implica —potencialmente— tener a China más cerca de sus fronteras. Algo que también inquieta a aliados como EE.UU., Nueva Zelandia y Reino Unido.

El gobierno encabezado por el presidente Xi Jinping lleva años trabajando para aumentar su presencia e influencia en términos regionales y mundiales, consolidando su perfil de potencia global. Ejemplos son el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, el proyecto del Cinturón y la Ruta, y el desarrollo de BeiDou, el sistema chino de navegación satelital (rival de GPS), así como de su propia tecnología 5G.

Sin embargo, lo que más ha preocupado a Washington ha sido el crecimiento del poder naval chino. Específicamente, de su flota de portaaviones, conformada por el “Lianoning”, el “Shandong” y el “Fujian”, cuya botadura se realizó en junio pasado. Y que debería sumar tres portaaviones más para 2035.

Un poder naval que se complementa con la construcción de islas artificiales a partir de las cuales China reclama soberanía y con las disputas territoriales en el Mar del Sur de China, como es el caso de las islas Paracel o las Spratly.

Pero lo que más ha tensionado la diplomacia entre EE.UU. y China en el último tiempo fue la visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, a Taiwán. Un viaje que Beijing consideró como una abierta provocación, tomando en cuenta que el gobierno chino sostiene que solo existe una China y que la isla es una provincia “en rebeldía”. Algo que Washington reconoce, pero que no ha impedido que le venda armas ni que haya manifestado su voluntad de defender a Taiwán en caso de un ataque chino.

Y por si todo ello fuera poco, el reciente acuerdo de apoyo mutuo en “intereses clave” anunciado entre Xi y Vladimir Putin agrega un elemento adicional de tensión.

Todos estos antecedentes transforman al Indo-Pacífico en una zona vital y estratégica para el mundo tanto en lo económico y tecnológico como en lo defensivo. Y a la que Chile debe prestar especial atención, para fortalecer sus actuales vínculos, crear nuevas alianzas y así evitar ser solo un espectador desde Sudamérica.

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