Columna Ex Ante, 11.03.2023 Paz Zárate, abogada Internacionalista y académica
Si el accidentado primer tiempo de la Cancillería de Boric estuvo entregado al grupo llamado Nueva Política Exterior, el segundo tiempo es el retorno de la vieja política exterior. Finalmente, en el choque entre ideología y realidad, ha vencido la realidad. Ayer el presidente tiró a la basura su famosa polera “No al TPP 11”. Y las encuestas indican que la ciudadanía lo agradece.
Con el cambio de gabinete se cierra el año más penoso del Ministerio de Relaciones Exteriores desde el retorno de la democracia. La cartera, herida por la división interna en bandos aparentemente irreconciliables, ha visto manchada su reputación por decenas de desinteligencias -grandes y pequeñas- suscitadas al inaudito ritmo promedio de una polémica cada diez días.
La profundidad de la crisis institucional requería un fuerte golpe de timón, y eso fue lo que el presidente de la República decidió, impulsado por el deseo de mejorar la gestión y privilegiar resultados por sobre la ideología, en una síntesis de experiencia y nueva energía, según sus propias palabras.
Si bien este rediseño excluyó a Ximena Fuentes, la funcionaria de más larga trayectoria en relaciones exteriores del gobierno y cuyo trabajo en la Subsecretaría estuvo exento de críticas, en vista del amplio reconocimiento a su expertise nuestro país debería seguir contando de alguna otra manera con su colaboración, particularmente en materia de solución de controversias.
Del cambio en Cancillería, lo primero que destaca son los nombres que Presidencia consideró para encabezarla antes de decidirse finalmente por Alberto Van Klaveren (trascendió el de Marta Maurás, pero también los de Marcia Covarrubias y Juan Gabriel Valdés). Ellos revelan una intención unívoca de resolver la crisis ministerial agregando la mayor dosis posible de seriedad y experiencia. Estos nombres han ocupado roles destacados en la historia de la diplomacia nacional y multilateral y son fundadores del Foro Permanente de Política Exterior.
Esta entidad, creada en marzo de 2019, impulsa la más amplia convergencia en torno a principios básicos de una Política Exterior de Estado por vía de la reflexión, análisis, proposición y seguimiento de las relaciones internacionales del país. La instancia reivindica sin ambages todo el trabajo hecho en el área internacional por los gobiernos de la ex Concertación; sus miembros declaran compartir “una visión sobre los fundamentos de una política exterior que ha tenido gran consenso interno, y que en las tres últimas décadas ha posicionado a Chile como un actor prestigiado y relevante en la escena internacional, tanto a nivel regional como global.”
Si el accidentado primer tiempo de la Cancillería de Boric estuvo entregado al grupo llamado Nueva Política Exterior, el segundo tiempo es el retorno de la vieja política exterior: aquella que hizo posible la reinserción de Chile post dictadura, y que en su dimensión económica negoció y creó para nuestro país la red de tratados de libre comercio e inversión más extensa del mundo. Finalmente, en el choque entre ideología y realidad, ha vencido la realidad. Ayer el presidente tiró a la basura su famosa polera “No al TPP 11”. Y las encuestas indican que la ciudadanía lo agradece.
El primer desafío del nuevo Canciller será restablecer la sobriedad y el orden, recuperando el espíritu de equipo. Esta labor requerirá una comunicación muy cuidada, de excelencia, para reparar confianzas internas y externas y transmitir que en la nueva etapa primará el conocimiento y la meritocracia por sobre el clientelismo y el compadrazgo. Un cambio sistémico necesitará medidas concretas de restructuración, que deberían abarcar todos los cargos directivos.
En este sentido, para hacer de la probidad el sello de la administración e implementar de la mejor manera posible varios aspectos pendientes de la Ley de Modernización de la Cancillería, sobre todo en materia de concursos, evaluaciones y rendiciones de cuenta, el fichaje de Gloria de la Fuente, ex directora del Consejo para la Transparencia, como nueva Subsecretaria de Relaciones Exteriores, es un aporte indudable, esperanzador respecto a la incorporación de mejores prácticas.
Por otro lado, en materia comercial y de inversiones, la llegada desde el equipo económico de Claudia Sanhueza debería facilitar la articulación del trabajo con el Ministerio de Hacienda: no hay que soslayar que la política comercial siempre ha sido parte de la política económica del país. La armonía entre Hacienda y Cancillería debería ser restaurada, quedando fuera de la Subsecretaría del Relaciones Económicas Internacionales todo discurso que contradiga los esfuerzos de Hacienda para atraer inversiones o las medidas de la SUBREI de las cuales el ministro Marcel debió enterarse por la prensa, como aquella famosa consulta para “legitimar” los TLCs.
Además, una buena relación con Economía debería facilitar la implementación del TPP11, de manera de que los beneficios de este tratado lleguen en particular a las regiones, a los pueblos originarios, y a las pequeñas y medianas empresas (sobre todo de mujeres), como sucede hoy en otros Estados miembros (Canadá, Nueva Zelandia).
Con el Canciller Van Klaveren regresa la política de Estado en materia exterior, consecuente con la historia de la diplomacia nacional y constructora de consensos, dialogante y respetuosa como él mismo. Con todo, el buen gobierno y equilibrio del Estado requiere no sólo de auctoritas (reconocimiento moral en base a la superioridad del saber) sino de potestas (el poder efectivo que conlleva el cargo político). El trabajo de su predecesora fue afectado por el hecho de tener que hacerse cargo de decisiones inconsultas tomadas en el segundo piso de La Moneda, por un asesor presidencial sin expertise en política exterior y cuyo background es haber sido vocero del colectivo Chile sin TLC. Este flanco aún está abierto.
Revertir la crisis de la Cancillería y devolverle su prestigio y dignidad no será fácil. Haber designado a un nuevo equipo fogueado en materia exterior y en otras áreas afines es un buen punto de partida, pero no es suficiente. El conocimiento y la experiencia que dan los años deberá imponerse visiblemente sobre la improvisación, en la construcción de un nuevo relato que para ser coherente necesariamente excederá la política exterior, abarcando el gobierno como un todo.
Y en esa tarea, continua, de mejorar la conducción del Estado, el rol central es del líder y auriga: el presidente Gabriel Boric. Para él, la tradición de la antigua Roma (ya que hablamos de auctoritas y potestas), al mismo tiempo que sostiene el laurel sobre su cabeza, susurra un consejo milenario de humildad: “Respice post te. Hominem te esse memento”. “Mira hacia atrás; y recuerda que eres sólo un hombre”.