Los juegos de la guerra de Rusia llegan al continente americano

Columna
El Líbero, 23.08.2022
Miguel Ángel Martínez, cientista político (U. Central-Venezuela) y doctor en Conflicto (U. Complutense)

Este año, los Army Games que patrocina Moscú —y en los que participan casi 40 países— presentan una novedad importante que ha pasado relativamente inadvertida: por primera vez, desde su inauguración hace 8 años, se celebran también en el continente americano

Entre las impactantes y acertadas intuiciones que Alexis de Tocqueville fue capaz de desarrollar en la primera mitad del siglo XIX, en pleno declive del Ancien Régime, cabe destacar la de que Estados Unidos y Rusia se constituirían como dos grandes potencias emergentes, capaces de eclipsar a los estados del Occidente europeo hasta el punto de repartirse entre ambos el control del planeta. El tiempo le dio la razón al aristócrata francés, particularmente durante la segunda mitad del siglo XX, hasta que sobrevino finalmente el desmoronamiento de la Unión Soviética (URSS).

Si bien es cierto que dicho colapso hizo que Rusia —como cabeza de aquel imperio formidable— perdiera varios puestos en la escala de poder global, también es verdad que la mentalidad y vocación imperial de una nación no es algo que desaparezca de la noche a la mañana. Por el contrario, el hecho de que el actual régimen político en Rusia siga manejado por herméticos círculos de ex funcionarios de la antigua URSS más bien perpetúa dicha vocación imperial, esencialmente ajena a los principios de la democracia. Después de todo, y a pesar de las considerables pérdidas territoriales, Rusia sigue siendo el país más extenso del mundo, así como también una temible potencia nuclear, por no hablar de las complejidades derivadas de la compleja identidad rusa.

Ello explica en parte la popularidad notablemente alta de Vladimir Putin, mantenida incluso ahora, cuando el país se encuentra en medio de un gravísimo conflicto internacional en el que, sin dejar de prestar atención a matices y consideraciones de diversa índole, Rusia no puede evadir su condición de país agresor. La idea de que a este enorme país le corresponde un papel preeminente en el concierto de las naciones sigue vigente para buena parte de su población, tal como suele suceder en el seno de toda nación consciente y orgullosa de su pasado imperial. Como consecuencia de ello, una cantidad muy importante de rusos se muestra receptiva y tolerante ante iniciativas gubernamentales entre cuyos propósitos se encuentre el de mantener a Rusia como una potencia influyente, temida y respetada internacionalmente.

 

Ejercicios militares

Entre tales iniciativas se encuentra la de los Juegos Militares Internacionales —АРМИ en el original ruso—, cuya primera edición se celebró en 2015. Se trata de una competencia de ejercicios bélicos organizada por el Ministerio de la Defensa de Rusia, planteada con el propósito de estrechar la cooperación militar entre países cuyos gobiernos mantienen buenas relaciones, mientras comparten el deseo de evadir la influencia militar de Occidente. Si en la primera edición (2015) participaron 17 países —Rusia, Bielorrusia, Serbia, Armenia, Kazajstán, India, Venezuela, China, Kuwait, Angola, Mongolia, Azerbaiyán, Egipto, Kirguistán, Nicaragua, Pakistán y Tayikistán— en 13 juegos distintos con ejercicios militares de diversa índole, en esta ocasión (2022) lo han hecho unos 37. Una revisión de los países participantes evidencia que la gran mayoría perteneció en su momento al bloque soviético, o bien mantuvo relaciones de cierta cordialidad con el mismo.

 

Hay una excepción importante: Venezuela.

Durante la Guerra Fría, Venezuela fue un país crucial dentro de la estrategia hemisférica del bloque occidental. No sólo suministraba un importante flujo de petróleo a Estados Unidos y otros estados americanos y europeos, sino que además fue un puntal dentro de la política que las democracias occidentales plantearon para la contención democrática del comunismo en la región (en el Cono Sur y Centroamérica, esa contención no se realizó a través de medios democráticos). En el debate interno que mantenía la izquierda iberoamericana, y frente a la tesis cubana y revolucionaria que, respaldada por Moscú, impulsaba la instalación de focos guerrilleros en toda América Latina, en Venezuela prevaleció la tesis de consolidar una democracia social dentro del marco institucional de una democracia representativa no reñida con Washington, Londres y demás poderes occidentales.

Dentro de este enfoque, la llamada Doctrina Betancourt llevó a Caracas a romper relaciones con cualquier gobierno que tuviera su origen en hechos de fuerza, en lo que podríamos considerar como un antecedente de los principios consagrados en 2001 en la Carta Democrática Interamericana. Y durante los turbulentos años 80, Venezuela fue un puntal del Grupo Contadora, iniciativa mediadora que tuvo una influencia decisiva para que se alcanzaran acuerdos de paz en Centroamérica.

 

Venezuela se cuadra con Rusia

No obstante, con la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999 se inició un giro de 180 grados en la orientación de la política exterior venezolana. Desde entonces, y al igual que lo hiciera Cuba en los años 60, Venezuela ha ido desligándose de sus vínculos políticos, militares y económicos con las naciones del hemisferio occidental, para ir en cambio encuadrándose poco a poco dentro de las proyecciones geopolíticas de Rusia, China y la familia islámica del chiísmo.

En el caso concreto de la relación con Rusia, esta se ha concentrado de modo particular en la cooperación militar y sobre todo en la compra de armamento ruso por parte de Venezuela. Más allá de la opacidad con la que se maneja esta relación por parte del gobierno venezolano, es público y notorio que el primer acuerdo parlamentario de cooperación militar entre Venezuela y Rusia tuvo lugar en una fecha tan temprana como 2001. Y si Chávez asumió la presidencia de Venezuela en el año 1999, Putin hizo lo propio en Rusia en 2000, lo cual permite comprobar que la implementación de este vínculo binacional estuvo desde un principio en la mente de ambos mandatarios.

En 2004 comienzan a concretarse las compras de armamento ruso por parte de Caracas, por montos que superaban los $US4.000 millones. En 2005, la fabricante rusa de armas Rosoboronexport firmó un contrato por 1.500 millones de dólares para suministrar 24 cazas Su-30MK2V, los cuales fueron entregados a Venezuela en 2008. Asimismo, en 2006 llegan 100.000 rifles Kaláshnikov AK-103, e incluso se firma un acuerdo para construirlos en Venezuela, si bien hasta ahora este último objetivo no se ha concretado. Ese año también se acuerda la venta de sistemas de misiles tierra-aire Tor-M1 por $290 millones, los cuales comenzaron a llegar en 2008. Para 2006, Rusia se ha convertido ya en el primer proveedor de armas a Venezuela, y en 2007 los Estados Unidos dejan de venderle armamento al país caribeño. Posteriormente, Caracas también adquirió carros blindados BTR-80A, tanques T-72B1V, y más recientemente, según algunas fuentes, drones Orlan 10 y radares móviles P-18.

A todo ello cabe sumar la cada vez más frecuente presencia reportada de oficiales y mercenarios rusos en Venezuela, la participación de venezolanos en los Juegos Militares Internacionales desde su primera edición en 2015, y la significativa novedad de 2022, que motiva la redacción de este artículo: por primera vez, dichos juegos comienzan a desarrollarse en territorio venezolano, siendo además la primera vez que tienen lugar en algún punto del continente americano.

¿Constituye lo anterior un motivo para la preocupación en Occidente? Depende del horizonte temporal desde el cual se evalúen los hechos. Entre las democracias occidentales, dicho horizonte suele ser asumido como una cuestión de pocos años, mientras que rusos, chinos y musulmanes lo entienden en términos de décadas, generaciones o siglos. En el año 2000, Rusia no tenía prácticamente ninguna influencia sobre Venezuela, pero hoy en día este país caribeño se encuentra fundamentalmente integrado, desde todo punto de vista, dentro de la geopolítica rusa y china. ¿Dónde estará dentro de 5 ó 10 años, y cuáles serán las repercusiones para nuestra región, en un contexto tan volátil como el que plantea la actual guerra en Ucrania? Algún día lo sabremos.

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