Columna El Dínamo, 01.10.2025 Juan José Santa Cruz, abogado, empresario y político chileno
El lunes, el presidente Donald Trump y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu presentaron en Washington un plan de 20 puntos para poner fin a la guerra en Gaza. La propuesta exige la liberación de todos los rehenes restantes en poder de Hamas —tanto vivos como muertos— en un plazo de 72 horas después de que Israel acepte públicamente el acuerdo. El plan contempla la creación de un gobierno de transición sin Hamás, la desmilitarización de la Franja y la posibilidad de negociar en el futuro un Estado palestino. Netanyahu aceptó la propuesta durante la conferencia de prensa conjunta, al igual que los países árabes. Ahora resta esperar la respuesta de Hamas.
No estaría mal – la memoria es selectiva – retroceder al origen de este capítulo del conflicto palestino-israelí, 723 días después del horror del 7 de octubre de 2023. Durante la festividad judía de Simjat Torá, grupos armados del movimiento islamista palestino lanzaron un asalto sorpresa —planificado durante años, se habla de al menos siete— desde Gaza contra el sur de Israel: la llamada Operación Inundación de Al-Aqsa.
Cientos de cohetes y miles de combatientes irrumpieron por tierra, mar y aire, derribando la valla fronteriza con explosivos y drones. Atacaron kibutz, bases militares y un festival de música donde murieron más de 360 jóvenes.
Cometieron masacres sistemáticas: mataron a 1.139 personas, entre ellas 695 civiles israelíes, 373 militares y 71 extranjeros. Secuestraron a 251 rehenes, la mayoría muertos (o asesinados). Violaron, torturaron, quemaron y mutilaron víctimas, incluyendo niños y ancianos. Human Rights Watch y Amnistía Internacional clasificaron estos actos como crímenes de guerra y contra la humanidad.
La crueldad de los perpetradores no tuvo límites. Familias completas fueron asesinadas de forma espantosa. Quizás el caso más emblemático es el de los hermanos Bibas: un bebé y un niño pequeño secuestrados junto a su madre. Los niños fueron devueltos en ataúdes y las autopsias revelaron que fueron estrangulados. Igualmente, despiadada fue la imagen de los gazatíes celebrando el intercambio de los cuerpos inertes entre risas, igual como festejaron la entrada de los rehenes a Gaza ese 7 de octubre de hace casi dos años.
La lista de atrocidades es larga. El registro de la voz de un terrorista que se ufanaba de haber asesinado con sus propias manos a diez judíos en Mefalsim. La imagen de la joven Naama Levy, de 19 años, con los pantalones ensangrentados y los tobillos cortados para que no pudiera escapar. El silencio pavoroso del feminismo que, tal vez me pregunto, eligió no vociferar porque se trataba de una judía.
Si todo lo anteriormente descrito y resumido no es una declaración de guerra, por Dios que se le parece.
¿Alguien puede creer que Israel no haría lo posible por recuperar a sus rehenes, aunque tuviera costos altísimos? Obviamente ese cálculo estuvo siempre en la ecuación de Hamas. El sacrificio de su propio pueblo también, como lo ha estado siempre desde su fundación. Una guerra de 700 días y fracción no hubiera ocurrido sin los actos sanguinarios de Hamas y sin la liberación inmediata de los rehenes.
También están los cómplices. ¿Acaso la ONU y el islamismo izquierdista europeo han ejercido presión sobre Hamas para liberar a los rehenes, deponer las armas y condenar a sus financistas, como Qatar? Nada. En el mundo al revés han preferido presionar a Israel, el agredido. En ese escenario, Israel ha estado combatiendo en cinco frentes contra el islamismo fanático y antidemocrático que amenaza su existencia: Hamas, Yemen, Siria, Hezbollah (Líbano) e Irán.
“Podemos negociar con nuestros vecinos. Tan pronto como ellos lo deseen, podemos llegar a un acuerdo de inmediato. Pero no podemos negociar con terroristas que simplemente quieren destruirnos”, decía la ex primera ministra israelí Golda Meir. Este lunes 29 de septiembre, 723 días después del ataque de Hamas, Trump y Netanyahu ha puesto sobre la mesa una carta de negociación.
No soy judío, pero mi solidaridad está con Israel y el pueblo judío, que representan los valores que me identifican: democracia, tolerancia, respeto por las minorías. Esos valores humanistas, de respeto por la vida, me hacen anhelar una pronta paz.

