Columna La Opinión a Coruña, 07.10.2025 Jorge Dezcallar de Mazarredo, Embajador de España
Las relaciones hispano-israelís se han deteriorado mucho como consecuencia de las justificadas críticas de nuestro Gobierno a la brutal política de Netanyahu en Gaza. Eso nos llevó al reconocimiento del Estado palestino (con retirada de la embajadora de Israel), a las medidas adoptadas por el Gobierno en septiembre y a llamar «genocidio» a lo que Israel hace en Gaza con el apoyo de EEUU y la escasa reacción de una UE paralizada por el principio de unanimidad y el complejo de culpa de Alemania.
España se adelantó con Noruega en reconocer el Estado palestino, enviando al mundo un mensaje reforzado por tratarse de los dos países europeos más significados en la búsqueda de la paz entre israelís y palestinos, nosotros con la Conferencia de Madrid de 1991 y ellos con el Proceso de Oslo de 1993. Fue una decisión correcta que luego han seguido Francia, Portugal, Reino Unido, Canadá... Hasta 155 países.
Luego hemos continuado con un paquete de medidas que impiden el comercio de armamento, incluido el paso por nuestro país de buques y aeronaves de Estado con armas y combustible para Israel, que es una medida que puede ocasionarnos fricciones con EEUU. Está bien hacerlo, pero deberíamos presumir menos porque nos hemos metido en un complicado ménage à trois. Luego Pedro Sánchez ha impulsado (sin éxito) a Europa a tomar medidas contundentes, ha calificado de «genocidio» la desastrosa situación de Gaza, ha animado a los manifestantes que impidieron el normal desarrollo de la Vuelta, ha obligado a TVE a renunciar al Festival de Eurovisión si participa Israel, y se ha manifestado favorable a que se excluya a este país de todas las competiciones deportivas. Salvo la violencia con los ciclistas, el resto me parece bien, aunque sospecho que le han movido consideraciones de política doméstica más que otra cosa.
El uso del término genocidio, también utilizado por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, puede analizarse desde varios puntos de vista:
En el plano moral, un país civilizado y democrático como Israel no puede matar de hambre a todo un pueblo por los crímenes de unos pocos, por execrables que sean. No puede dejar sin agua, medicinas, alimentos, combustible y electricidad a todo un pueblo. No puede destruir escuelas y hospitales y matar a los periodistas que lo cuentan. No puede desplazar forzosamente a poblaciones enteras en Gaza (y también en Cisjordania), porque eso es limpieza étnica. Desde ese punto de vista moral, yo también creo que lo que ocurre en Gaza es un genocidio.
Pero el término genocidio no es moral sino jurídico, y ahí el que decide es el Tribunal Internacional de Justicia, que ve «indicios» y ha aceptado la demanda presentada por Sudáfrica. Para que haya genocidio ha de probarse la voluntad de destruir a un grupo humano y eso no es fácil, aunque en este caso hay declaraciones de dirigentes israelís que llaman a los palestinos «animales humanos» y hablan de «desatar el infierno» sobre ellos mientras los animan a una «emigración voluntaria». Un número creciente de profesores de Derecho Internacional piensan que en Gaza se dan las condiciones para usar ese término.
Y queda el plano político, donde cada uno puede opinar lo que le parezca y que el PSOE ha utilizado para descolocar a un PP confuso e incapaz de poner orden en sus filas. El rifirrafe continúa ante el plan presentado por Trump y Netanyahu, que ahora apoyan la mitad socialista del gobierno y la oposición, que comprensiblemente desean el fin de tanto sufrimiento, mientras que lo rechaza Sumar, que ve el fin de la aspiración palestina a un Estado propio y pide la ruptura total con Israel.
La pelotera intergubernamental sube de tono en torno a la flotilla humanitaria detenida por Israel. Todo esto puede impactar en nuestras relaciones con Washington mientras desconcierta a nuestros aliados. Una cosa es oponernos justificadamente a las atrocidades de Israel en Gaza y otra diferente ser abanderados de las críticas. El objetivo es correcto, pero la ejecución es mejorable.
Y, como llueve sobre mojado, tras haber enojado a Trump durante la negociación del presupuesto de la OTAN (para acabar firmando como los demás), creo que nuestra diplomacia debería bajar el tono y prestar atención a la bofetada que nos puede llegar desde Washington si seguimos haciendo demasiado ruido. Más vale prevenir que curar, porque como diría Giulio Andreotti «manca finezza».