Dos modelos de sociedad en pugna

Columna
El Líbero, 22.11.2025
Jorge Canelas Ugalde, embajador ® e investigador Instituto Libertad

El título de esta columna define casi con exactitud lo que ambos candidatos a la presidencia señalaron lo que está en juego en la elección de segunda vuelta presidencial en Chile: los electores elegirán entre dos modelos de sociedad, de muy diversas características.

Hasta este punto, “nada nuevo bajo el sol”. Pero sucede que lo que no se sabe es cuál es el “modelo” que la candidata Jara ofrecerá, para oponer al modelo de desarrollo de economía social de mercado que propone José Antonio Kast. En efecto, Jeannette Jara ha desplegado ingentes esfuerzos por ocultar su verdadera ideología, como activa y destacada militante comunista que ha sido durante 37 años, la mayor parte de los cuales ha ocupado cargos de dirigencia estudiantil, partidaria o de alto nivel de gobierno.

Con ese bagaje político, el esfuerzo por “desmarcarse” primero de su propia biografía y luego de su participación en primera línea como ministra del Trabajo del gobierno Boric le hace perder toda credibilidad. Será una tarea difícil para Jara definir un “modelo de país” distinto al que ha buscado para Chile durante toda su vida: en su caso el modelo ideal es aquel que ella describió como “una democracia diferente” (la dictadura cubana). Podrá haber cambiado la polera del “perro matapacos” por trajes de alta costura y haberse teñido y peinado con los más caros estilistas, pero no hay manera de cambiar su manera de pensar ni actuar como comunista convencida, al estilo de lo que es el Partido Comunista de Chile. El maquillaje tiene límites.

Desde el otro lado del espectro político, la candidatura de José Antonio Kast ofrece una certidumbre indesmentible sobre el modelo de país que propone, puesto que el candidato republicano, su partido y sus socios políticos no prometen más que mejorar y actualizar el modelo de desarrollo que hizo posible llevar a Chile a convertirse en ejemplo de cómo buscar desarrollo y sacar a millones de la pobreza, como lo hizo entre 1985 y 2005. A eso es lo que se llama “ideas de ultraderecha”.

Los dos modelos en pugna no son más que eso: aquel que se quiso imponer en la aventura constitucional a la cual condujo la izquierda dura con la complicidad pasiva del “Socialismo Democrático” y el tan vilipendiado modelo que permitió a Chile evitar caer al abismo de la propuesta rechazada el 4-S y mantenernos por una vía democrática para intentar levantarnos, cambiar el rumbo y recuperar lo que el octubrismo nos quiso arrebatar. Lo demás es música, como dijera un respetado estadista.

Desde hace más de una década, en columnas de este medio hemos anunciado, analizado, descrito y anticipado las diversas maneras de manifestarse de la pugna entre los modelos sujetos a la decisión electoral del 14 de diciembre próximo en Chile. Quien suscribe esta columna describió en una publicación, ya el año 2017, las características del modelo impulsado por el “Socialismo del Siglo XXI” cuya receta ha consistido en llegar al poder para luego impulsar el cambio constitucional mediante “asambleas constituyentes”, cambiar las reglas del juego e instalar el modelo bolivariano para eternizarse en él. Fue lo que el Frente Amplio y el Partido Comunista intentaron poner en Chile, por vía del “estallido” y el siguiente “proceso constitucional” que terminó con el rechazado proyecto de “Estado Plurinacional”.

En estricto sentido, la pugna entre ambos modelos ya es un asunto resuelto, en el caso de Chile. A diferencia de lo que ha ocurrido en otros países de la región, nosotros, como se dice en jerga popular “ya nos dimos la vuelta completa”, cuando un grupo de jóvenes revolucionarios quisieron reeditar lo que se conoció como “el fracaso de la Unidad Popular” cuando se cumplían los 50 años de la caída de Allende. No se sabe si por fanatismo o por ignorancia (o por una mezcla de ambos), los jóvenes revolucionarios nunca se preguntaron por qué a los políticos de izquierda más cercanos a Salvador Allende, incluyendo a los que sirvieron en sus equipos ministeriales, jamás se les ocurrió retomar o revivir la experiencia de la Unidad Popular. Una vez en el poder, optaron por el cambio revolucionario por vía de la constitución plurinacional. Ya conocemos el resultado de esa opción.

Ahora, en un proceso de cambio de estrategia por la vía expresa y la complicidad de los medios, se instala la “operación maquillaje” para llegar al poder aprovechándose de la fragilidad de la memoria ciudadana, el poder de la propaganda y del escaso análisis político disponible para orientar al electorado. La disyuntiva, una vez más, será elegir entre democracia y socialismo. El electorado tiene la palabra.

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