Embajador Juan Salazar Sparks¹
Con la sorpresiva desintegración de la Unión Soviética en 1991, la caída del comunismo tanto en sus propios estados sucesores como en los países satélites de Europa Oriental, y el consiguiente fin de la Guerra Fría, surgieron grandes expectativas en torno a la modernización en Rusia, a la democratización de su sistema político, al desarrollo de una economía liberal, y a un proceso de convergencia con Occidente (EE.UU. y UE). Tales cambios auguraban, asimismo, una nueva era de mayor estabilidad en las relaciones internacionales. Lamentablemente, todo aquello no ocurrió y los acontecimientos en Rusia tomaron un curso muy distinto e imprevisto.
Si bien no volvió el comunismo, el ingreso de Vladimir Putin al Kremlin como presidente interino de la Federación Rusa tras un dimitido Boris Yeltsin el 31 de diciembre de 2000 y, muy particularmente, a partir de la segunda guerra chechena declarada en agosto del 2001, el régimen pos-soviético evolucionó gradual pero decididamente en el ámbito interno hacia el autoritarismo personalista y el capitalismo oligárquico, así como hacia una conducta internacional agresiva de corte neo-imperialista y anti-occidental. El afianzamiento del tándem Vladimir Putin-Dmitri Medvedev, que se fue alternando en el poder durante década y media, y la emergencia de un estado muy conservador manejado mayoritariamente por siloviki (“hombres de seguridad”), significaron el reemplazo de la ideología comunista por el nacionalismo ruso y el partido único (PCUS) por una oligarquía. Las principales consecuencias fueron las siguientes:
- La falta de instituciones políticas impidieron la modernización y la democratización del país (Ej.: la Duma estatal no es contrapeso sino que depende del Ejecutivo);
- La economía de mercado no floreció y, en su lugar, sólo se impuso un capitalismo oligárquico altamente corrupto (grandes monopolios, fuerte intervención estatal, legalidad débil);
- La libertad de prensa ha sido fuertemente reducida, al extremo del asesinato de periodistas, en tanto que el régimen abusa de la alegoría como base de la propaganda; y
- La represión de los opositores y la vulneración general de los derechos humanos han quedado demostrados por un fortalecimiento de la policía secreta.
La representación externa de este nuevo autoritarismo ruso es, básicamente, chauvinista. Primero, porque se encamina a un restablecimiento del dominio ruso sobre el ex espacio soviético y, segundo, por cuanto procura convertirse en una alternativa de civilización frente a Occidente, luciendo políticas más orientales, con énfasis en el eslavismo, autoritaria y anti-liberal). Es por ello que algunos analistas occidentales han terminado por catalogar la agresiva política exterior rusa como revisionista; es decir, una que es contraria al orden mundial imperante.
El bullying que está ejerciendo internacionalmente Rusia resulta evidente cuando uno constata una serie de acontecimientos conflictivos en que se ha involucrado Moscú: su apoyo al líder serbio Milosevic en Kosovo, evidenciando un imperialismo paneslavista y buscando una mayor influencia sobre los Balcanes; la intimidación de sus vecinos (Estonia, Georgia, Moldava, Ucrania); la guerra contra Georgia y su reconocimiento de dos enclaves separatistas (Abkhazia y Ossetia del Sur); el uso del gas y del petróleo como arma política sobre los países bálticos, Polonia y Ucrania; las permanentes campañas de propaganda con diatribas contra la OTAN y los EE.UU.; su retiro unilateral del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE); la amenaza del uso de armas nucleares; las ventas de armas a estados o grupos que son un peligro para la seguridad internacional (Corea del Norte, Irán, Siria); la anexión indirecta de Crimea; y las actuales presiones sobre las provincias orientales de Ucrania.
Todas estas acciones apuntan a que Rusia sea reconocida como un nuevo centro de poder mundial. Putin y la elite rusa aplican la doctrina del derzhavnichestvo, una suerte de ideología rusa centrada en el estado, que en política exterior implica el destino del país como gran potencia y el cambio de las reglas del juego internacionales. Su ministro de relaciones exteriores Serguéi Lavrov, en tanto, ha conceptualizado esto diciendo que los países vecinos del ex espacio soviético son parte de una esfera de “intereses privilegiados” de Rusia, donde Moscú tendría el derecho de constituir no sólo un “cordón sanitario” en su alrededor (con estados fallidos o débiles) sino defender su régimen político interno no democrático. Estamos, pues, en presencia de una reactualización de la “Doctrina Bréznev”.
¿A qué se debe este retroceso en Rusia? ¿Cuáles son los factores que han llevado a Putin y su grupo oligárquico a quedarse pegados en el pasado, recurriendo a prácticas más pertinentes al siglo XIX. Las respuestas apuntan a que Rusia es un país demasiado grande y sin tradición democrática, uno donde -cualquiera sea el signo ideológico- requiere de una fuerte centralización para ser gobernado, donde los cambios son siempre impuestos desde arriba y, por lo tanto, uno en que los procesos de modernización son tan difíciles. Otras explicaciones aluden a que sectores tradicionalistas del país (ex comunistas, nacionalistas rusos, burócratas) se sienten humillados por la caída del imperio soviético, culpando y resintiendo a Occidente por el capitis diminutio sufrido por Rusia, y por otro lado, ven en las reformas liberales implementadas por países vecinos como una intromisión occidental (OTAN, UE) y una amenaza a la seguridad rusa.
A juicio de algunos observadores, no está ayudando a contener la conducta agresiva rusa la reacción medrosa e insegura (aunque arropada de diplomacia realista y pragmática) de los líderes occidentales, quienes creen que la mejor forma de tratar las reivindicaciones del Kremlin es una acomodación con Putin y sus adláteres (¿política de apaciguamiento?). Las medidas de fuerza ejercidas por Moscú (Georgia, Crimea y Ucrania) no se han visto enfrentadas y, por ahora, Occidente se ha limitado a algunas sanciones económicas contra determinadas figuras de la oligarquía rusa cercana a Putin.
La posición de los países vecinos a Rusia, en cambio, es muy diferente. Por historia y experiencia nacional, algunos temen por su independencia (Bálticos, Georgia, Moldava, Ucrania) y otros simplemente resienten el hegemonismo ruso (Polonia, Rumania). Sus mayores desafíos no tienen que ver tanto con Putin, el personaje, como con Rusia, el país, o bien, con un nuevo autoritarismo personalista y antidemocrático sino con un neo-imperialismo ruso. Todos ellos quieren incorporarse a la UE y quedar bajo el paraguas de la OTAN, lo que es precisamente lo que Rusia está tratando de impedir con su bullying. El desenlace de la actual crisis en Ucrania (el gas y el separatismo de la minoría rusa) será la prueba final de hasta dónde quiere llegar el nuevo expansionismo del Kremlin.
Será importante esclarecer si el ego herido de Vladimiro el Grande es algo personal, o bien, refleja los sentimientos y aspiraciones de la sociedad moderna rusa. El nacionalismo en ese país es y ha sido siempre fuerte (sobre todo frente a amenazas externas). La falta de democracia y de libre canalización de las expresiones populares son dos factores que atizan ese fenómeno. Pero, por otro lado, en la medida de que la sociedad civil rusa se vaya fortaleciendo podrá darse en Rusia un estado más democrático y más seguro de sí mismo, así como menos autoritarismo.
Bibliografía:
GLASSER, Susan B.: Minister No: Sergei Lavrov and the Blunt Logic of Russian Power. 'Foreign Policy', (April 2013).
HERPEN, Marcel H van.: Putin's War: The Rise of Russia's New Imperialism. Rowman & Littlefield, Lanham Ma. 2014.
HERPEN, Marcel H van.: Putinism: The Slow Rise of a Radical Right Regime in Russia. Palgrave Macmillan, NY 2013.
SHEVTSOVA, Lilia: Lonely Power: Why Russia Has Failed to Become the West and the West is Weary of Russia. Carnegie Endowment for International Peace, Washington DC 2010.
ZIMMERMANN, William: Ruling Russia: Authoritarianism from the Revolution to Putin. Princeton University Press, NJ 2014.-