Espejismo de la izquierda chilena por los BRICS

Editorial
OpinionGlobal, 10.07.2025

La cumbre de los BRICS este año en Río de Janeiro se llevó a cabo en momentos en que la mayoría de los foros multilaterales aparecen cojear frente a las intensas rivalidades geopolíticas existentes, así como por el retiro de la administración Trump de instituciones internacionales claves y del régimen global de comercio liberal.

Sin embargo, BRICS es una casa dividida con autocracias, democracias y populismos. En concreto, la alianza de Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y otros países, condenó con energía los ataques israelí-norteamericanos contra Irán y, por otra parte, apoyó la agresión no provocada de Rusia contra Ucrania. Con todo, algunos analistas sostienen que la mera existencia de un club transrégional que no incluya a un estado del “norte global” constituiría un experimento temerario que no hay que despreciar.

El problema es que los BRICS no representan a los estados más pequeños o débiles, ni tampoco a las vibrantes economías emergentes, ni siquiera al llamado “sur global”. Representan, más bien, a una mezcla heterogénea de países que procuran, ya sea cambiar o, simplemente, trastocar el sistema internacional a favor de sus intereses anti-statu quo.

Por otro lado, no se trata de un acuerdo comercial sino de un foro político y, como tal, no constituye ni siquiera una instancia autónoma y no alineada ante las rivalidades de superpotencias hegemónicas. Al contrario, los BRICS responden a los dictados de las autocracias empeñadas en destruir a las democracias del mundo (China, Corea del Norte, Rusia e Irán).

Los BRICS son, ante todo, un movimiento antiestadounidense y antioccidental. Y, como tal, se comprende que nuevas dictaduras o regímenes populistas como Bielorrusia, Bolivia, Cuba o Uganda quieran ser parte del bloque. En cambio, es incomprensible la membrecía de democracias como Brasil e India. Al respecto, el politólogo Carlos Sánchez Berzaín titula un artículo suyo en Infobae como "Brasil con Lula pasa de líder latinoamericano a vasallo de las dictaduras". Al menos, el liderazgo de Lula resulta equivocado cuando confunde la búsqueda de una arquitectura internacional más justa (Brasil como miembro del consejo de seguridad de la ONU) con hacer “la vista gorda” y condonar violaciones graves al derecho internacional por parte de estados perturbadores del sistema internacional, como China y Rusia. Y, en lo que respecta a la India, que es adversaria de China y amiga de Rusia, el nacionalista de Modi con su doctrina de “autonomía estratégica” pretende lograr la posición de gran potencia mundial, pactando con “Dios y con el diablo”.

Un ejemplo concreto de estas contradicciones es el punto 36 de la declaración final de la XVII Reunión de jefes de estado de los BRICS en Brasil, a continuación del párrafo sobre terrorismo, donde condena "en los términos más enérgicos los ataques contra puentes e infraestructuras ferroviarias que apuntaron deliberadamente contra civiles en las regiones rusas de Briansk, Kursk y Vorónezh, los días 31 de mayo y 1 y 5 de junio”. A muchos les llamará la atención, entonces, que no se condene a la teocracia de Irán como el mayor terrorista de estado del mundo y sí a Ucrania por defenderse ante la agresión rusa. En fin, los BRICS avalan la dictadura castrista, el terrorismo islamista y los crímenes de guerra de Putin, porque su objetivo final es doblegar a los EEUU y a Occidente.

Ahora bien, en todo este malabarismo geopolítico, la izquierda chilena sueña con formar parte de una Internacional del Progresismo, para lo cual el presidente Boric incluso ha citado a una cumbre de líderes “progresistas” próximamente en Santiago (con figuras tan desacreditadas como Gustavo Petro y Pedro Sánchez). Pero una cosa es jugar con el voluntarismo y el sesgo ideológico de ciertos personajes (los intereses del gobierno de turno) y otra muy distinta es pretender hacer política exterior en las grandes ligas, donde se ponen sobre la mesa los intereses nacionales.

El ingreso de Chile a los BRICS sería un error fundamental, porque no obtendría mayores beneficios económicos, ni peso o prestigio internacional, a la vez que daría una muy mala señal a sus aliados tradicionales y países afines. Un estado menor como Chile no se puede dar el lujo de improvisar en su diplomacia y, menos aún, dejarse arrastrar por la contingencia de los “cantos de sirenas ideológicas”. Nuestra imagen internacional está ligada a la defensa de valores universales como la democracia y los derechos humanos, a la pertenencia a Occidente, y al cumplimiento irrestricto del derecho internacional.

Como punto final, un mensaje al presidente: Por favor, ante todo prudencia y templanza en la conducción de la política exterior chilena frente a los grandes desafíos geopolíticos que se avecinan. No se pueden hacer declaraciones y, menos tomar decisiones, por razones de simple capricho, por cuestiones emocionales o por darse un gustito personal. No recibir al embajador de Israel en sus cartas credenciales o no tomar el llamado telefónico del secretario de estado norteamericano, ignorar la dictadura cubana en cada una de sus apelaciones a la defensa de la democracia y, en general, promover con toda soltura a los BRICS, le pueden costar muy caro al país.

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