Columna El Periódico – Castellano, 01.12.2025 Jorge Dezcallar de Mazarredo, embajador de España
- La noticia de los ‘safaris humanos’ que se organizaron durante la guerra de los Balcanes produce una terrible impresión y profundo desasosiego. Como decía Hobbes, «el hombre es un lobo para el hombre»
Oscar Wilde decía que cuando Dios creó al hombre sobrestimó su habilidad y yo añado que como lo hizo el sexto día debía andar ya un poco cansado. Digo esto porque parece que no le hemos salido muy bien. La noticia de que durante la guerra de los Balcanes se organizaron safaris humanos, o sea cacerías de personas, como lo leen, me ha producido una impresión terrible y un profundo desasosiego, agravados por el hecho de que tuvieran lugar en el corazón de una Europa que es cuna de la filosofía griega, del derecho romano y del humanismo cristiano que, queremos suponer, hubieran debido inmunizarnos frente a estas muestras de maldad y de salvajismo. Y reconozco el sesgo racista de una opinión que parece insinuar que cosas así serían siempre condenables, pero quizás más comprensibles en otras latitudes alejadas de la «civilizada Europa», aunque visto lo visto no estoy muy seguro de que ese sea el adjetivo adecuado para nuestro continente. Es muy deprimente y no logro quitármelo de la cabeza.
Al parecer un grupo de serbios emprendedores, con el apoyo de los servicios secretos de su país y de las mismas Fuerzas Armadas para facilitar viajes por zona de guerra y acceso a lugares especialmente favorables en la misma línea del frente, organizaban estos safaris a precios que podían alcanzar hasta 200.000 y 300.000 euros por un fin de semana de cacería humana. Las tarifas que se cobraban podían ser aún más elevadas si el objetivo eran niños o mujeres embarazadas. Como lo leen. Igual que en África, donde todo cazador sabe que matar a un elefante es más caro que una gacela, o que un león es más caro que un facochero.
Los interesados eran llevados en vehículos militares (incluidos helicópteros) a lugares como Sarajevo, Mostar o la misma Srebrenica, el lugar donde los serbios asesinaron a sangre fría a 8.000 bosnios ante la inoperancia de un contingente holandés de la Misión de las Naciones Unidas. Precisamente Srebrenica es, junto con Ruanda y Camboya, uno de los tres casos de genocidio reconocidos por Naciones Unidas porque en la lista de espera siguen los de los royinga, los armenios y los gazatís.
Una vez llegados a su destino los llevaban a lugares desde donde, bien instalados y a cubierto, dominaban rutas urbanas probablemente entre escombros que los famélicos residentes tenían que utilizar en su vida diaria. Y les disparaban, uno imagina que entre copas, puros, risotadas y también bromas por los gatillazos. Y luego regresaban a su país, a su familia y a su trabajo como ciudadanos corrientes, como si nada, como si la salvajada criminal que acababan de cometer fuera lo más normal del mundo. Es terrible. Hannah Arendt en estado puro.
Se desconoce el nombre de los participantes, aunque la Fiscalía de Milán ha abierto una investigación que solo está en sus comienzos y que parece contar ya con algunos datos que apuntan a un perfil de gente aficionada a las armas de fuego, suficientemente rica como para pagar el elevado coste de esos asesinatos a la carta de otros seres humanos, y desde luego sádica y amoral. Entre los posibles implicados se habla de una mayoría de italianos, aunque también habría franceses, británicos y alemanes. Hasta el momento no han aparecido nombres españoles.
Noticias como esta le hacen perder a uno la fe en la Humanidad y estar de acuerdo con Pascal cuando decía: «Cuanto más hablo con los hombres, más admiro a mi perro». Parece que no hubiéramos aprendido nada en los últimos 2.000 años de historia, que todavía hay entre nosotros gentes insensibles y dispuestas a disfrutar con el dolor ajeno como hacían los romanos en el anfiteatro, con la diferencia a su favor de no considerar provistos de derechos a los esclavos, delincuentes o prisioneros de guerra que allí se sacrificaban para entretenimiento de las masas.
Rousseau hablaba del «buen salvaje» pervertido luego por la civilización, mientras que Hobbes, más cínico y realista, concluía: «El hombre es un lobo para el hombre» y que es precisamente la civilización la que, con su educación, sus normas y sus códigos penales logra a duras penas embridar las tendencias crueles a que conduce la lucha por la supervivencia. Es muy deprimente. Deseo con toda mi alma que la investigación en curso avance y que todo el peso de la ley caiga sobre esos canallas.
El precio de esas cacerías podía alcanzar entre 200.000 y 300.000 euros por fin de semana y podían ser aún más elevadas si el objetivo eran niños o mujeres embarazadas
La última encuesta del CEO confirma cambios de calado en el panorama político catalán: Aliança Catalana (AC) se consolida como un actor central y se sitúa prácticamente en empate técnico con ERC y Junts per Catalunya. Un escenario difícil de imaginar hace apenas dos años, que ya no puede considerarse coyuntural y cuya explicación responde a múltiples dinámicas de fondo.
El primer factor es sociológico. AC ha sabido conectar con inquietudes ciudadanas que el resto de los partidos ha tratado con cautela. La inmigración y la seguridad, segundo y tercer problema según el CEO, son, junto al independentismo, el núcleo de su discurso.
La formación de Sílvia Orriols aborda estos temas con una contundencia que contrasta con la ambigüedad de las fuerzas tradicionales y que a cada vez más catalanes que perciben una distancia creciente entre su experiencia cotidiana y las respuestas institucionales. Esa capacidad de interpelación directa ha otorgado a AC una notable visibilidad al convertirse, junto con Vox, en la formación que dice lo que otras evitan formular.
El segundo factor es organizativo y afecta directamente a Junts, un partido inmerso en una creciente confusión estratégica visible en varios frentes: desde la ruptura con Pedro Sánchez hasta los recientes cambios en su grupo parlamentario, el malestar del mundo local y unas diferencias internas cada vez más palpables.
La reciente reorganización de su sector más izquierdista, destinada a frenar un posible giro conservador, evidencia las dificultades del partido para definir un proyecto propio más allá de la figura de Carles Puigdemont. Todo ello alimenta la fuga de votantes que buscan una claridad que Junts no ofrece, y en ese vacío AC encuentra un terreno fértil.
El tercer factor es político y tiene su epicentro en el Parlament, donde la actuación del president Salvador Illa ha tenido un efecto paradójico: lejos de relegar a Sílvia Orriols, la ha amplificado. La combinación de la estrategia de cordón sanitario con los intercambios directos del president con ella le ha proporcionado una visibilidad muy superior a su peso real, hasta convertirla en líder de la oposición de facto, en un escenario donde ERC no acaba de encontrar su sitio y dónde Junts tampoco consigue articular una alternativa consistente.
La suma de estos tres factores –conexión con nuevas preocupaciones sociales, desorientación de Junts y proyección parlamentaria de Orriols gracias a Illa– muestra que AC no es un simple voto de protesta pasajero, sino el síntoma de una transformación profunda del sistema de partidos catalán.
Con el independentismo dividido en tres fuerzas casi empatadas, un PSC a la baja, unos comunes debilitados y un Vox en ascenso, Catalunya avanza hacia un escenario cada vez más fragmentado y a un Parlament con una capacidad de consenso menguante, lo que dificultará la formación de mayorías y aumentará el riesgo de ingobernabilidad. Un desenlace que, por acción u omisión, es responsabilidad de los partidos del sistema.

