Columna El Periódico Mediterráneo, 05.08.2025 Jorge Dezcallar de Mazarredo, Embajador de España
Todavía hay gente que cree que Dios creó el mundo en seis días... y que el séptimo descansó para tomar fuerzas antes de darle a Israel la Tierra Prometida. También los hay que miran para otro lado ante realidades incómodas como esas pateras abarrotadas de pobres inmigrantes que llegan a nuestras playas, mientras se quejan porque la avalancha de turistas les deja sin mesa en su chiringuito preferido. Pero hay dramas que no podemos ignorar, porque si no los denunciamos nos convertimos en cómplices de quiénes los llevan a cabo con nuestro silencio. No me refiero a la guerra de Ucrania donde mejor o peor, más bien peor, hay dos ejércitos enfrentados, sino a la masacre que sufre el pueblo de Gaza desde hace meses, 21 meses paras ser exactos.
No podemos pretender responder con ignorancia porque la matanza se lleva a cabo ante nuestros ojos y nos la muestra en la televisión a diario pese a que ya sean 220 los periodistas allí asesinados, porque las armas que se usan son norteamericanas y europeas y, finalmente, porque su autor es Israel, el estado democrático con más premios Nobel per cápita del mundo al que cabe exigir un comportamiento más civilizado. Y los israelís no se molestan en ocultar su decisión de «detener por completo» la ayuda humanitaria para «abrir las puertas del infierno... de la forma más rápida y letal posible», como dijo Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas del país. Más claro, agua. Por eso Israel impide entrar.
«No denunciar el exterminio de población civil indefensa nos convierte en cómplices del crimen». Gaza a la prensa internacional y también a miles de camiones cargados de ayuda humanitaria. Moshe Saada, diputado del Likud, fue aún más lejos al reconocer: «Sí, mataré de hambre a los residentes de Gaza. Sí, esa es nuestra obligación». Y no me extraña después de que el ministro de Defensa, Yoav Gallant, llamara «animales humanos» a los palestinos. La intención parece ser hacerles la vida insoportable para que se vayan «voluntariamente» y permitan la anexión de la Franja. Eso es limpieza étnica, otro crimen de guerra y contra la humanidad. El Parlamento israelí acaba de aprobar una declaración reclamando también la soberanía sobre Cisjordania y el valle del Jordán. Ahí el nacionalismo expansionista de Israel está incubando otro conflicto (¿otra Intifada?) con crecientes enfrentamientos entre campesinos palestinos y colonos israelís apoyados por su Gobierno y su Ejército.
Desde Julio César los beligerantes han usado el hambre como arma de guerra: la utilizaron los británicos contra Alemania en la Primera Guerra Mundial (Bloqueo del Hambre), los norteamericanos contra Japón (Operación Hambre) y también más tarde en Vietnam, pero solo se incluyó como crimen de guerra cuando el Estatuto de Roma estableció en 1998 el Tribunal Penal Internacional (TPI). Lo que pasa es que la intención de matar de hambre es difícil de probar, y a pesar de tragedias como las del Congo, Yemen o Sudán, nunca se había perseguido hasta ahora cuando, ante la clara voluntad que se percibe detrás de las contundentes afirmaciones israelís antes citadas, el TPI ha emitido órdenes de arresto contra el primer ministro Netanyahu, el ministro de Defensa y otros funcionarios israelís. Esta decisión puede sentar jurisprudencia al perseguir por vez primera en la historia la política criminal de hambruna y hacerlo contra líderes de un país occidental como es Israel, lo que ha irritado al mismo Donald Trump, que ha sancionado al Tribunal y a sus jueces.
No denunciar el exterminio de población civil indefensa nos convierte en cómplices del crimen y me avergüenza la débil reacción europea, por el remordimiento alemán, ante esa atrocidad que un día los jueces pueden llamar genocidio. Que el crimen lo cometa el pueblo que sufrió el Holocausto y que es la única democracia de Oriente Próximo lo hace aún más horroroso. Esta semana Israel ha permitido la entrada en Gaza, con cuentagotas, de una ayuda mínima que no resuelve, ni mucho menos, el gran problema humanitario que está sucediendo.
Al menos franceses y británicos anuncian el reconocimiento del Estado palestino, como ya hizo España, y presionan para una tregua que permita el desarme de Hamás, la liberación de los rehenes y negociaciones para una paz duradera sin anexiones y con la perspectiva, por difícil que hoy parezca, de dos estados entre el río y el mar. También lo anuncia Canadá, para mayor irritación del presidente Trump, que le amenaza con aranceles si lo hace. Pero todo será un brindis al sol si Estados Unidos no presiona a Israel, porque es el único que lo puede hacer y el que con su política permite cuanto ocurre.