Columna El Líbero, 25.10.2025 Fernando Schmidt Ariztía, embajador y exsubsecretario de RREE
Los bolivianos eligieron el domingo 19 de octubre a Rodrigo Paz Pereira como su próximo presidente. Dos semanas antes de la primera vuelta del 17 de agosto las preferencias de los electores por el actual presidente Electo eran, según la encuesta IPSOS Ciesmori, de un 4,3%. Es decir, casi nada. Otras firmas demoscópicas lo relegaban a un cuarto o quinto lugar. Sin embargo, en aquella ocasión Paz se hizo con un 32% de los votos y quedó en primera posición. Antes de la segunda vuelta la mayor parte de los sondeos lo daban por perdedor, pero terminó imponiéndose con un 54% de las preferencias.
Lo anterior demuestra la dificultad para predecir tendencias en un electorado como el boliviano, donde la respuesta al encuestador depende, muchas veces, de la mirada del profesional que formula la pregunta, pero oculta el verdadero sentimiento del encuestado; donde el voto es errático y se inclina por personas antes que por ideas; es rural en un no despreciable 30% donde sigue conductas comunitarias y no individuales, y es fuertemente regionalista.
Sin embargo, el triunfo de Rodrigo Paz es más complejo que una simple desorientación de las encuestas. Su victoria, legítima y real, tal vez no habría sido posible sin la virtual “guerra civil” entablada al interior del Movimiento al Socialismo (MAS) desde fines de 2020; sin el apetito megalómano de poder de Evo Morales; sin la falta de renovación interna de esta corriente; sin las porfiadas candidaturas que representaron a diversos segmentos de ese sector dividido; sin el verdadero desastre económico dejado por el MAS en estos años.
La ventana democrática que ha vivido Bolivia en estos últimos meses y el amplio triunfo de la centroderecha fueron viables, en gran medida, por el descalabro del oficialismo. Sin embargo, este sector político, fragmentado y derrotado, en su conjunto obtuvo poco más de un 13% de los votos. No es mucho, pero a este hay que agregar a quienes respondieron al llamado de Evo a votar nulo, lo que arroja un 19% adicional. En otras palabras, un tercio de los bolivianos siguen más o menos adscritos a esa corriente a pesar del desastre económico que han dejado, o del totalitarismo impuesto por el MAS en estos 20 años. Es un tercio de los ciudadanos que quedó, más aún, sin representación política en la actual configuración del Parlamento por su propia torpeza. Un tercio que, resentido, va a ocupar la calle desde el primer momento, oponiéndose al gobierno de Rodrigo Paz desde la agitación y la movilización.
Dicho lo anterior, el triunfo de Paz es una oportunidad para restablecer una relación con Bolivia que no podemos desaprovechar. Casi todos los candidatos a la Presidencia se pronunciaron durante la campaña por tener relaciones pragmáticas con nosotros; coordinar la explotación de recursos naturales, y percibieron a Chile como parte de la solución para sus problemas económicos. Corresponde a Rodrigo Paz, próximo presidente del Estado Plurinacional, dar el primer paso en este sentido, sin estridencias, como país que provocó el rompimiento unilateral.
Tanto ellos como nosotros estamos conscientes que debemos cerrar un capítulo de nuestra historia. Vivimos la anomalía de una ruptura de relaciones diplomáticas entre vecinos, casi permanente. De mis 70 años de vida, en sólo diez pude ver una vinculación normal con ese país. Durante sesenta años -por decisión unilateral boliviana- hemos carecido de nexos oficiales que limitan el diálogo. Esto no ha sido un impedimento para que desarrollemos, a ratos, un intercambio activo en áreas concretas cuando ha sido necesario, pero así no podemos proyectar una relación estratégica. No tener lazos diplomáticos es una irregularidad que no da lugar a la confianza entre las partes; genera dificultades para lograr entendimientos políticos ambiciosos, y es un recurso siempre latente para rehuir compromisos mayores. El actual estatus no es bueno ni para Chile ni para Bolivia y, ahora que se abre la oportunidad para revertirlo, hay que tomarla. Nos falta un símbolo potente para inaugurar una etapa nueva, y este no puede ser otro que el pleno restablecimiento de relaciones.
Los chilenos tenemos que tener claro que restaurar nuestros lazos diplomáticos no significa que Bolivia renuncie explícitamente a la aspiración marítima, consagrada en el artículo 267 de su Constitución, menos cuando la grabó en piedra Evo y las distintas facciones del MAS que estarán bramando en las calles. El tema marítimo siempre va a estar en la psiquis del ciudadano boliviano. Sería como pedirle a Argentina que renuncie a las Malvinas; o que los coreanos desmientan el mito de su descendencia del Dangún (supuesta unión entre un oso y una mujer hace miles de años).
Para que la reanudación de esta relación sea factible y duradera, no podemos dar la sensación de un triunfalismo inconducente; ni insinuar que se hace a costa de renuncias como la aspiración marítima o el fin de la política que nos dejaba sin una molécula de gas y, mucho menos, que es producto de una coyuntura ideológica o temporal. Ninguno de los dos debe proyectar la imagen que claudica frente al otro y que, a pesar del fallo de La Haya, ambos mantenemos percepciones históricas diferentes que hay que respetar y separar del restablecimiento diplomático.
Este paso debe ser y parecer un instrumento para el desarrollo de los dos países: para el mejor acceso de Bolivia a nuestros puertos; la ampliación de mercados para nuestros productos; la inversión conjunta en sectores estratégicos como el litio o el mismísimo gas; el abordaje de desafíos comunes como el control de la inmigración, reconducciones, robo de autos, criminalidad, ingreso temporal de trabajadores, desarrollo de zonas fronterizas, corredores bioceánicos entre otros temas.
El eventual restablecimiento de una relación debe estar basado en un consenso amplio en Chile y en Bolivia; una conformidad que parta desde la sociedad civil hacia el mundo político y, por supuesto, que sirva para la estabilidad del gobierno de Rodrigo Paz. Va a ser difícil (no imposible) obtener para ello el acuerdo del MAS y de diferentes grupos que estarán voceando su nacionalismo desde la calle con el apoyo de diversos medios de comunicación, intelectuales, sectores próximos al mundo castrense y, no sería raro, de algunos grupos chilenos de izquierda, extremamente radicales. A pesar de todo, la empresa es necesaria y el momento no puede ser mejor. Dentro del MAS podríamos encontrar, incluso, grupos receptivos como el de Carlos Eduardo del Castillo, uno de los candidatos derrotados a la Presidencia por ese sector que, durante la campaña, expresó su predisposición a tener buenas relaciones con todos los vecinos de su país, incluyendo Chile.
Si ambos hacemos las cosas bien, tenemos que reemplazar la lectura marxista de lucha de clases del MAS, entre el indigenismo socialista y el establishment, por una oportunidad abierta para la mejora de las condiciones de vida del propio mundo indígena y andino y, ciertamente, para el norte grande chileno. También tenemos que desarrollar intensamente la relación transversal a nivel de las regiones, como siempre hemos sostenido.
Rodrigo Paz asume la presidencia boliviana dentro de 15 días y nosotros nos encontramos en pleno ciclo electoral, que actúa como un paréntesis. Las preocupaciones iniciales del primero serán sacar a su país de la unidad de cuidados intensivos donde se encuentra, generar una base de apoyo política amplia que contrarreste la agresividad que se espera desde la vereda de los agitadores. A continuación, si nada se tuerce en la primera fase, el tema del restablecimiento de relaciones debiera ser debatido seriamente, y a nosotros nos corresponde, con un nuevo gobierno, estar preparados.

