Columna Infobae, 12.11.2021 Roberto García Moritán, embajador (r) y ex viceministro de RREE argentino
El actual Presidente concentra más atribuciones políticas y administrativas que las que tuvieron todos sus antecesores desde 1978. Sin embargo, no parece suficiente
China, el régimen autocrático más significativo del mundo, sigue acentuando las características inspiradas por Mao Zedong en 1945, donde todo el poder del Estado recaía directamente sobre el líder político principal. El actual presidente de China, Xi Jinping, concentra hoy más atribuciones políticas y administrativas que las que tuvieron todos sus antecesores desde 1978. Sin embargo, esa acumulación de poder no parece suficiente. El Sexto Pleno del Comité Central del XIX Partido Comunista chino ha preparado las bases para encumbrar aún más al actual jefe de Estado con la proclamación a perpetuidad de su mandato presidencial en un giro de concentración de poder que podría interpretarse como una segunda fase del esquema de Gobierno y culto personalista inaugurado por Mao.
El tema adquiere relevancia global al ser China una potencia económica y militar con capacidad de competir con la democracia representativa y moldear o influir a muchos países en desarrollo. Los pasos propiciados por el Partido Comunista chino, a instancias de Xi Jinping, se parecen más a una regresión del pasado que a una modernización o rejuvenecimiento del esquema socialista chino. Al sistema de partido único y a la falta de reconocimiento efectivo de derechos básicos, se agrega un presidente que se está convirtiendo en fuente doctrinal e ideológica incuestionable al mejor estilo soviético. Las crónicas de la Agencia estatal de noticias Xinhuan o los panegíricos del Diario del Pueblo, muestran un fomento de la personalidad del líder comparable a los excesos de propaganda de la dinastía norcoreana.
El régimen político de China ha estado mutando en la última década del cuerpo colegiado al ejercicio ilimitado de poder en una sola persona. Es como si la concentración de poder en un partido único no fuera suficiente o manifestara ciertas debilidades políticas. Pese a que la Constitución de China garantiza ciertos derechos civiles, la libertad de expresión y los derechos de asociación y asamblea son fuertemente restringidos. No se permite la disidencia política, aunque la Carta Magna reconoce la posibilidad de existencia de otros partidos políticos con una función meramente consultiva y siempre que no desarrollen actividades políticamente indeseables. En ese marco, sorprende la necesidad de Xi Jinping de profundizar la rigidez de un modelo claramente autoritario.
La duda es si la China de hoy soporta un nuevo proceso de involución política. Una población que ha aumentado el bienestar económico y social y alcanzados niveles ponderables de calidad de vida, empieza a preguntarse la necesidad de que el Estado siga monopolizando ámbitos de la esfera privada. También instancias jerárquicas del propio Partido Comunista. En 1960 Mao Zedong intentó algo similar y descubrió que la intensa promoción de su figura fue por un lado y el partido comunista burocratizado, por otro.
Justamente para evitar que se repita el antecedente que cuestionó la autoridad de Mao, el poder absoluto al que aspira Xi Jinping prevé controlar eventuales disidencias. El método elegido es la tecno gobernanza como herramienta de gestión pública y con capacidad de controlar circunstancias diversas. El uso combinado de inteligencia artificial, big data y algoritmos permite también orientar comportamientos ciudadanos. Es de esperar que este nuevo proceso de reafirmación autoritaria no despierte circunstancias como las que culminaron en los lamentables episodios de Tiananmen en 1989.