Columna OpinionGlobal, 01.03.2018 Isabel Undurraga Matta, historiadora (PUC)
Siria lleva ya siete años inmersa en un sangriento campo de batalla. Allí están enfrentadas las grandes potencias atrayendo cada una a su lado a aliados circunstanciales y no importándoles para nada el horror al que está sometida su población en el diario vivir. Hay momentos en que se confunde quién es quién en la dramática zarabanda y bastante a menudo salea relucir la ignorancia y hasta la frivolidad de que hacen gala algunos de los litigantes.
No se explica de otro modo la amenaza que le ha hecho recientemente a Turquía el General norteamericano Paul E. Funk, Comandante de la Coalición Internacional Antiyihadista en su reciente viaje a Siria, adonde fue a darse una vuelta para ver in situ cómo marcha la cosa por esas latitudes: "Vamos a responder de manera agresiva si nos atacan". (sic) La respuesta de Turquía, a través de su Presidente R. Erdogan, fue inmediata, breve y al hueso: "Aquellos que nos amenazan, nunca han experimentado la bofetada otomana".
Las palabras del general norteamericano poseedor de una distinguida hoja de servicios, han dejado a la vista dos cuestiones muy serias: la primera, que se siente absolutamente respaldado por su máximo Comandante en Jefe, el cual da rienda suelta a su ignorancia supina y a su narcisismo patológico a golpe de 140 caracteres diarios, atacando, mofándose, despreciando y lanzando anatemas a quien él estima enemigo de Estados Unidos, vale decir, prácticamente todo el orbe. Ya esto es peligrosísimo. Pero la segunda cuestión reviste también la mayor gravedad: es muy posible que el general Funk sea un gran experto en estrategia así como en el modo más eficiente para sacarle el máximo partido a la poderosísima y sofisticada maquinaria bélica de su país. Pero de Historia, está claro que Funk no sabe nada. Y el mínimo que se le debe exigir a quien se enfrenta militarmente con otro, es que conozca de éste al menos algunas cosas básicas: su origen, su historia, su cultura y sobre todo, su mentalidad. Así lo han demostrado a través de los siglos grandes militares: Alejandro, Julio César, Escipión, el Gran Capitán, Farnesio, Napoleón, Wellington, Montgomery, Rommel, por nombrar solo algunos. Quien crea que para entrar en la batalla solo necesita el respaldo de la artillería, de la aviación, de los portaviones y de los marines, está indicando que ignora lo intrincado que es siempre una guerra . Es casi seguro que con esa actitud puede llevarse desagradables e insospechadas sorpresas.
Es evidente que Estados Unidos no ha aprendido absolutamente nada de sus más recientes y sonados fracasos militares: Vietnam, Libia, Irak, Afganistán. Países a los que entró a saco sin molestarse en conocer algo siquiera de sus fuertes y seculares particularidades. Así le fue y así le está yendo actualmente en el caso de Afganistán. Y ahora corre serio peligro de recibir la "bofetada otomana".
Veamos ahora qué quiso decir el Presidente Erdogan de Turquía con su respuesta. Ni más ni menos que señalarle al General de marras y a quien le venga el sayo, que con los turcos otomanos no valen las amenazas y las fanfarronadas; que tienen una historia notable como nación de la que están orgullosísimos y que llegado el momento en que las cosas comienzan a tomar un mal cariz, pueden hacer gala de una determinación y arrojo legendarios que vienen de muchos siglos atrás, detalle que bien haría Occidente en tenerlo presente. Y si alguien tiene alguna duda respecto de esto último ,es cuestión de consultarles a los armenios y a los kurdos que están ahí mismo, en el avispero de Siria.
El Presidente Erdogan le deja a su interlocutor la tarea de averiguar, dado que pareciera que lo desconoce, el origen de los turcos selyúcidas u otomanos, de dónde vinieron, de su milenaria historia y de su relación de muchos siglos con Occidente, relación que para éste último ha tenido muchas veces costos altísimos. Casi como un ayuda memoria, vamos a recordar aquí algunos hechos del devenir histórico de este pueblo. Y de paso, tal vez quede claro que el actual Presidente de Turquía no es hombre de frases hechas y de buena crianza.
Los turcos aparecen en la Historia como un enorme y compacto conjunto de nómades que trashumaban con sus caballares por las estepas de Asia Central en busca de buenos pastos. Se agrupaban en varias ramas, siendo una de ellas, los selyúcidas, con cuyo nombre van a ser conocidos, también, hasta hoy. Eran notables como jinetes y expertos en el manejo de arcos y flechas para defenderse de quienes osaran disputarle las monturas y su alimento. Los hunos, nómades contemporáneos suyos, los enfrentaron más de una vez y conocieron de primera mano esas características.
A fines del siglo IV D.C., hunos, vándalos, visigodos, ostrogodos y otras etnias, llegaron desde Asia Central hasta el corazón mismo de Occidente. Otro tanto hicieron los turcos, pero estableciéndose en la meseta de Anatolia (hoy Turquía central), que hasta hacía poco había pertenecido al Imperio Bizantino y que con el surgimiento del Islam en el siglo VII le fue arrebatado por los árabes. Ahora pasó a manos de Omeyas y Abasíes, sucesivamente: nombres distintos (de dos descendientes directos de Mahoma) para un mismo Gobierno: el Califato. El Abasí pasó de ser la gran potencia del Oriente Medio, a decaer lentamente y para poder enfrentarlas revueltas internas llamó en su ayuda a los turcos selyúcidas instalados en su territorio y de quienes ya conocía sus aptitudes guerreras. Éstos, además de cumplir con el cometido, se apoderaron del Califato mismo instaurando un gobierno de facto en la meseta de Anatolia (aproximadamente en el 1200 D.C.), mostrando desde el primer momento un poder de organización extraordinario y adoptando el islamismo como fe. Osmán I (Utman I Gazi) fue uno de los primeros gobernantes o Sultanes del nuevo Estado y de ahí viene el nombre con que también se les conoce: otomanos. A partir de ese momento, los turcos se convirtieron en una fuerza imparable que se apropió poco a poco del vastísimo Imperio Bizantino. Llegó un instante en que éste quedó reducido a su más mínima expresión, con solo la ciudad de Constantinopla en su poder. Y sobre ella cayeron los turcos en 1453, convirtiéndola con el nombre de Estambul, en la capital de su Imperio.
Pero las conquistas territoriales no significan nada si no están respaldadas por una sólida fuerza bélica. Y los turcos la tuvieron desde el primer instante. Su ejército se convirtió en una máquina militar temible, jerárquica y que desconocía el titubeo ante el enemigo. Su preparación era absolutamente profesional. Y algo insólito para esa época y tal vez para todas las épocas, incluida la actual, sus integrantes recibían instrucción en varios idiomas, en literatura y en disciplinas menores. La única condición exigida para ser parte de él, era estar adscrito a la fe musulmana. Fueron dueños de la artillería más poderosa del mundo hasta mediados del siglo XVIII, cuando recién y gracias a Prusia, fue superada por la de los europeos. No tenían parangón en el uso de arcos, espadas cortas, mosquetes y arcabuces. Contaban con una caballería ligera notable apoyada por los miembros de elite, los cipayos, la cual generaba terror en el enemigo. Y no olvidar a las poderosas unidades de infantería, los jenízaros, adiestradas como Guardia Pretoriana del Sultán y del Palacio Real, y que desde su creación en 1330 manejaron siempre un poder casi absoluto, llegando a intentar deponer a mediados del siglo XIX al Sultán Mahmud II, quien que se vio en la obligación de abolirla previo a la ejecución de todos sus miembros: según sus propias palabras, sino lo hacía, "en Estambul no quedaría nada en pie, salvo los gatos discurriendo entre sus ruinas" (sic). La Marina otomana era también formidable y Occidente se enfrentó con ella en el Mediterráneo durante varios siglos y en numerosas ocasiones (Lepanto tal vez la más famosa) al extremo que llegó a llamarlo "el lago otomano".
Sin duda el Sultán más desatacado entre los muchos que tuvo el Imperio Turco, fue Solimán el Magnífico. El apodo le fue dado por sus contemporáneos europeos: el Emperador Carlos V, Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia, Venecia la Serenísima, el Papa y otros más, a todos los cuales no les dio tregua mientras estuvo al mando de su Imperio. Ello nos evita entrar en detalles sobre su persona y su obra. Solo destacaremos que fue un hombre de una inteligencia sobresaliente, con una vasta cultura, un gran diplomático y que le dejó a su nación un completo cuerpo de leyes y ordenanzas (los turcos lo conocen como el LEGISLADOR). Aprovechó con gran sagacidad las permanentes disputas en que estaban envueltos los gobernantes europeos y las manejó a su conveniencia. Tenía en la más alta estima su posición y la majestad de su cargo: la lista de las dignidades y señoríos que ostentaba era interminable siendo tal vez la más impresionante la de "soy la sombra de Dios sobre la Tierra". Al poderoso Emperador Carlos V lo llamaba "el rey de Viena". Y a Europa toda, la sola mención de su nombre le generaba respeto y un profundo miedo: dos veces llegó hasta las mismísimas puertas de la muy católica Viena y si no es porque el Papa con sus ejércitos acudió en auxilio del Emperador sitiado, el Imperio Habsburgo y con él todo Occidente habría caído en manos turcas.
En 1683, Europa vivió uno de los momentos más aterradores de su historia: otra vez llegaron los otomanos hasta las puertas de Viena decididos a tomarla, con un ejército de 60.000 efectivos entre jenízaros y cipayos, apoyado por 80.000 soldados balcánicos y un gigantesco contingente de tártaros, al mando del Gran Visir Köprölü, quien instaló el campamento a solo 450 metros de las murallas de la ciudad, aparte de que enfrente de su lujosa tienda hizo plantar un enorme y cuidado jardín. Durante los dos meses que duró el asedio, comenzaron a tañer las campanas de todas las iglesias de Europa Central y los fieles fueron convocados a implorar la intersección divina para ahuyentar el peligro inminente. En los muros de la catedral vienesa de San Esteban ya no cabía un graffiti más con la pintada "Mahoma, perro, vuelve a tu casa". Una vez más, Occidente se salvó en el último minuto de la bofetada otomana por un problema circunstancial que aquejó al sitiador.
El Imperio turco comenzó a declinar a mediados del siglo XIX por la decadencia de sus últimos gobernantes, hasta llegar a su fin con el término de la Primera Guerra mundial. Pero todavía en 1915 seguía dándole guerra a Occidente: en la batalla de Galípolli derrotó a las fuerzas aliadas con un Winston Churchill a la cabeza, quien se empecinó en invadir la península otomana a fin de ayudar a Rusia y poner abrupto término al Imperio turco. La estruendosa derrota de los europeos le costó a Churchill su cargo de Primer Lord del Almirantazgo. Por el lado de las fuerzas otomanas hay que subrayarla orden dada por su Comandante Mustafá Kemal (el futuro Ataturk): "No ordeno que al final, ataquéis: Os ordeno que muráis".
Para finalizar, es bueno tener en cuenta que Turquía, como nación, le debe su nombre a los turcos y no a la inversa.