Autonomía estratégica y no alineamiento activo (II)

Columna
El Mercurio, 16.09.2024
Mariano Fernández Amunátegui, político DC y exministro de RREE

He leído detenidamente el artículo de Carlos Ominami, publicado (martes 10) en el diario bajo el mismo epígrafe de mi comentario.

El artículo de Carlos Ominami se inicia criticando la expresión “autonomía estratégica” mencionada por el presidente de la República recientemente, indicando que se trata de una posición “poco pertinente y ambigua” que “surge en Europa en el área de seguridad y Defensa”, citando para ello a Carlos Fortín.

Por mi parte, pienso que la autonomía estratégica en la actualidad es muy pertinente y en ningún caso ambigua. Más allá de la práctica histórica de nuestra autonomía estratégica, con casos como las negociaciones del Tratado de Asociación con la UE o el voto negativo en el Consejo de Seguridad a propósito del caso de Irak, me referiré a aquellos elementos conceptuales que son propios de una autonomía estratégica.

Chile es un Estado independiente, soberano y democrático, y su condición de tal se origina en su lucha independentista que le permite liberarse de la monarquía imperial, para constituirse en un régimen libertario basado en la democracia. Por ello, el tema de la democracia es esencial y somos un país perfectamente alineado, sin matices, en materia de libertades, democracia, derechos humanos y Estado de Derecho.

El papel que juega la autonomía estratégica en sus relaciones internacionales es aquel que le permite ejercer su independencia, soberanía y práctica democrática, sin colisionar con los intereses de terceros, puesto que ella nos permite presentar nuestros valores e impulsar nuestros intereses estimulando las buenas relaciones y la cooperación internacional. Y en el único momento en que nuestra autonomía se ve obligada a presentarse con reciedumbre, recordando nuestra soberanía e independencia, es aquel en que se afectan estos valores o intereses de manera inaceptable.

La autonomía estratégica es un muy buen vehículo para la integración regional y la actividad multilateral, como también permite desarrollar de manera óptima las relaciones bilaterales con potencias u otros países de menor envergadura. Y en este mundo tan globalizado, interdependiente por los acuerdos económicos y comerciales, así como por las redes de convenios multilaterales, es importante sentar con claridad nuestro compromiso con los mejores avances en común con todos aquellos con los que sea posible, dejando transparentemente nítido que practicaremos la autonomía estratégica, como ha señalado el presidente de la República.

Al revés, el no alineamiento activo, creación inteligente de internacionalistas chilenos, es una “doctrina”, así está señalado en sus documentos, limitativa por las ambigüedades que encierra y, particularmente, por lo difuso de su planteamiento, que inevitablemente recuerda la derivación del Movimiento de los Países No Alineados, como una gran plataforma de lucha de movimientos autoritarios contra el mundo democrático capitalista occidental, digitado desde Moscú, como también resulta hoy bajo distinto signo, pero con una autocracia al comando.

Los ejemplos de que en materia democrática estamos con unos, pero en comercio con otros y también en contra del que aplica sanciones, termina siendo una retórica poco clara, particularmente cuando en sus textos se señala “que los derechos humanos son objeto en Oriente de interpretaciones diversas a las prevalecientes en Occidente”, expresiones que son falaces y entrañan un aire comprensivo de las dictaduras en nuestro continente, las europeas, las teocracias islámicas y las dictaduras asiáticas y africanas.

La tarea fundamental de la autonomía estratégica, más que la del no alineamiento activo, es avanzar en la integración latinoamericana, colaborar a que la región salga del marasmo y, probablemente, impulsar la integración con nuevos métodos y decisiones.

Me inclino con énfasis por estimular un bilateralismo integracionista que permita que dos o más países tomen decisiones, construyan obras, creen instituciones que puedan ser acogidas paulatinamente por aquellos que no pudieron o no desearon participar en un inicio. Los corredores bioceánicos son paradigmáticos ejemplos de lo que significa un continente declarativo, sin acuerdo y sin avances y lo que puede ser una región que construye y apunta al futuro.

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