Tianjin

Columna
El Líbero, 06.09.2025
Fernando Schmidt Ariztía, embajador ® y exsubsecretario de RREE

La reunión de líderes de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), ocurrida en Tianjin (China) a comienzos de esta semana, fue el encuentro político más significativo del lustro por su proyección sobre el orden emergente y por el papel asiático en su construcción. Hoy día, China ejerce el liderazgo de la OCS como principal articulador, pero se ha sumado activamente la India.

La OCS se fundó el 2001 como alianza de seguridad euroasiática, como respuesta a la OTAN y como desafío a la visión occidental del mundo. Estimuló desde un comienzo medidas de confianza entre sus miembros; el consenso en la toma de decisiones; el reconocimiento a diversas tradiciones políticas y culturales; la cooperación económica, energética y en infraestructura. Todo se resumía en los principios de confianza, beneficio mutuo, igualdad, consulta, respeto por la diversidad y desarrollo compartido. La alianza la integraron en sus inicios China, Rusia, Uzbekistán, Tayikistán y Kazajistán. Los tres últimos fueron parte de la URSS. Hoy, la OCS la componen 20 estados como miembros plenos, socios para el diálogo y observadores, entre los que se encuentran India, Pakistán, Irán, Turquía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos en distintas categorías.

La Declaración adoptada en Tianjin pretende un orden mundial basado en la no intervención y abstención del uso de la fuerza, pero no incluye la promoción de la democracia representativa o el respeto a los derechos humanos. La palabra democracia no se menciona ni una sola vez en su texto, y los derechos humanos -que se reconocen como universales, indivisibles e interdependientes- no son, bajo concepto alguno, una excusa para intervenir. Estos derechos se estimulan mediante la cooperación entre estados para alcanzar el bienestar de los pueblos o el diálogo entre culturas.

Los miembros de la OCS se comprometen a combatir el separatismo, el terrorismo, erradicar ideologías extremas, el nacionalismo violento, la intolerancia religiosa, la xenofobia, y la discriminación desde el respeto a la independencia de cada cual. Queda al criterio individual la clasificación de estos delitos. De más está decir que casi todos los integrantes de la OCS son dictaduras, regímenes autoritarios o países donde la democracia y las libertades individuales se degradan. En otras palabras, la Declaración retrocede décadas en el esfuerzo colectivo por situar al ser humano y su libertad intrínseca como centro de la acción internacional del Estado.

En relación con el poder político mundial, Tianjin aspira a que ésta sea multipolar, justo, equitativo y representativo; que la gobernanza global sea participativa y asegure la representatividad de los países en desarrollo; que Naciones Unidas refleje la transformación de la estructura de poder y asuma un papel coordinador. Esto implicaría su reforma y el acatamiento al derecho internacional, normas que relativizan cuando condenan algunas violaciones (Gaza) y silencian otras (Ucrania). Estos cambios serían encabezados por los países de la Organización, y China en particular.

En el campo económico, abogan por el libre comercio y condenan las medidas coercitivas unilaterales, anuncian la creación de un banco de desarrollo que otorgará préstamos por unos US$ 1.400 millones en tres años; la creación de una infraestructura de pagos de la Organización; la emisión conjunta de bonos; el paulatino uso de las monedas locales para transacciones; una estrategia de cooperación energética y el mayor impulso a las infraestructuras de integración.

Lo acordado en Tianjin es semejante a algunos objetivos de los BRICS. Ambos grupos comparten a ciertos protagonistas (China, Rusia, India, Irán); persiguen la creación de un mundo multipolar; una mayor horizontalidad en la ONU; la reducción de la dependencia del dólar norteamericano; la reforma de las instituciones económicas multilaterales y la creación de entidades alternativas de financiamiento al desarrollo. Los dos buscan disminuir el peso de Occidente y le ofrecen a sus miembros una red de apoyo político, económico y de seguridad. Tanto la reunión cumbre de los BRICS en julio, como la de Tianjin ahora, apuntan a crear un orden mundial que prioriza la legitimidad de las mayorías y la relativización de los principios.

Quedó patente en estos encuentros la ineficacia de las sanciones a Rusia y Norcorea; la volatilidad de algunos aliados de Occidente y, sobre todo, la capacidad diplomática china que podría, perfectamente, estimular una convergencia de los BRICS y la OCS para darle más fuerza a sus mensajes principales y producir sinergias institucionales.

Por ahora, Occidente se encuentra anonadado, sin una reacción única al desafío. Además, no sólo enfrenta las divisiones internas que conocemos (Washington, Bruselas), sino la posibilidad de que algunos de sus miembros enfrenten crisis políticas por la inviabilidad de su estado de bienestar (Francia, Alemania) y el aumento de los costos de seguridad. Es más, que arrastren a sus socios a la turbulencia. Hay países que minimizan lo ocurrido en Tianjin, otros expresan su descontento y preocupación por la cohesión mostrada por la OCS, y hay quienes critican la ausencia occidental en la construcción de un nuevo orden (Eslovaquia).

Sorprendió la entusiasta participación de India en la Cumbre justo después de haber sido castigada por Washington con elevados aranceles. Esto sugiere que este poderoso país se encuentra revaluando su papel dentro de la OCS para su seguridad, sus relaciones económicas y sus alineamientos diplomáticos. Seguramente mantendrá sus vinculaciones con las democracias del Quad (EEUU, Japón, Australia e India) en tanto actúan en espacios geográficos y ámbitos distintos.

El entusiasmo indio llamó la atención, aunque no la concurrencia de Modi a la Cumbre. En 2017 habían sido admitidos en la OCS y desde octubre de 2024 se venía produciendo un acercamiento con China. Tianjin sirvió para escenificarlo. Según un analista, esto no quiere decir que Delhi abandonará la política de las “cuatro C” respecto a Beijing (cooperación, competencia, contención y conflicto) mientras China sostenga a Pakistán. Sólo que hoy las dos primeras “C” tienen más relevancia que las dos segundas. Tampoco debería sorprender su relación con Rusia, aliado de antaño. Esta se basa en las importaciones de petróleo (US$ 140 mil millones desde 2022), pero Moscú no es un mercado, ni fuente de capitales, ni el socio que fue en temas militares. Sin embargo, la reunión a tres bandas de Xi, Putin y Modi fue un mensaje político potente y la imagen del indio reunido con el ruso, por una hora, en la limosina de este último, desconcertante.

Para América Latina los principios resaltados en Tianjin de no intervención, multipolaridad, democratización global o el mejoramiento de las condiciones para el desarrollo son consistentes con nuestros anhelos; pero somos occidentales desde una profunda perspectiva ideológica. Le damos importancia a la persona y su libertad. Creemos y basamos nuestra actuación mundial en el derecho y en normas. Por lo tanto, a partir de los resultados del ciclo electoral que se avecina, y en coordinación con las democracias, tenemos que reformular nuestra posición tomando los elementos positivos que surgen de la Declaración de Tianjin, y no seguir en la irrelevancia.

Salvo el despliegue de tropas en Ucrania que está en el ámbito de la supervivencia europea, no veo iniciativa alguna de parte de Occidente. Es pronto. Sin embargo, aún reverberan las imágenes del despliegue sincrónico del poder militar chino en la plaza Tiananmen bajo la complaciente mirada de los dictadores de Rusia y Norcorea. El potente mensaje nos invita a actuar.

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