Columna El Periódico de Aragón, 07.12.2025 Jorge Dezcallar de Mazarredo, Embajador de España
Escribo desde Nueva York donde la gente habla del coste de la vida, de la inflación, del aumento del paro, del escaso impacto de los aranceles, de la Bolsa que va como un tiro, y de la preocupación por el déficit y la deuda. También habla de seguridad, de las deportaciones masivas de inmigrantes sin o con papeles, que de todo hay, de restricciones a la llegada de viajeros de ciertos países pobres, y de los archivos de Epstein. Poca preocupación en la calle con la política exterior: algo de China, Ucrania o, ahora, Venezuela. Gaza ya se ha olvidado, aunque ha cambiado la percepción sobre Israel. Esto es el Imperio y lo que pasa en provincias es secundario y solo interesa en la medida en que afecta a sus intereses.
El plan de Trump sobre Ucrania es un intento de cerrar rápidamente un problema molesto atendiendo a las razones del más fuerte como ya hiciera en Gaza, donde asumió casi todas las exigencias de Netanyahu dando una larga cambiada a la aspiración palestina de un Estado propio. Y ahora exige a Kiev concesiones dolorosas mientras no le pide responsabilidades ni indemnizaciones a Moscú y además le premia invitándole al G-8 (!). La anexión de Crimea solo le costó a Putin un punto del PIB y aunque la actual guerra le esté saliendo bastante más cara, va a concluir que los resultados obtenidos merecen ese sacrificio. Y, como llueve sobre mojado después de los precedentes de Osetia del Sur y de Transnistria, es lícito preguntarse qué otra ficha está pensando mover el imaginativo Putin en un futuro no lejano.
Otra cosa aquí evidente es que los norteamericanos ven la guerra de Ucrania como responsabilidad primordial de una Europa por la que no ocultan su desprecio. Se equivocó Ursula Von der Leyen al no plantar cara a Trump cuando aceptó los aranceles para no perder su apoyo en Defensa y ahora vamos a salir perdiendo en ambos campos. La verdad es que nos merecemos ese desprecio, porque les pedimos ayuda frente a un país tres veces menos poblado que la UE, con un gasto en Defensa tres veces inferior, y para colmo nuestro PIB es diez veces mayor que el ruso. En algo nos hemos equivocado, porque nos jugamos el futuro de nuestro continente y no lo podemos garantizar sin ayuda americana.
Los europeos tenemos algunas bazas como ser los principales donantes a Ucrania (le dedicamos 0,1 de nuestro pib conjunto, con campo para crecer), y también disponemos de fondos rusos congelados que podríamos utilizar... si vencemos las reticencias belgas y las amenazas rusas. Pero no disponemos de los misiles que Kiev necesita para seguir golpeando las refinerías rusas, que es donde le duele de verdad a Putin y, sobre todo, carecemos de la inteligencia satelital que solo Washington posee. Por eso el futuro pintará mal para Ucrania si Trump decide sacrificarla en aras de su amistad con Putin, aunque luego el acuerdo no dure, igual que tampoco creo que aguante la tregua de Gaza porque los palestinos volverán a la carga en cuanto se repongan. Sin justicia para ellos no habrá seguridad para Israel. Pero para entonces Trump ya se habrá jubilado.
Trump tiene razón al impacientarse con una guerra que ninguno de los contendientes parece poder ganar. Ve Ucrania como una baza negociadora con Rusia y quizás también como un peldaño para acercarle a ese premio Nobel que tanto ambiciona. Pero debería contar con Europa y con Ucrania y sus líneas rojas. Y no debería abandonar al agredido, premiar al agresor y dejar impune la agresión, que es precisamente lo que hace su enviado Witkoff, un hombre de negocios sin experiencia diplomática. De momento, se alarga el plazo dado a Zelenski para aceptar este plan, mientras europeos y ucranianos trabajan denodadamente para modificarlo. Los próximos días y semanas serán cruciales porque otra posibilidad es que Trump se canse si ve que su paz no cuaja, se desentienda del problema y nos deje solos a ucranianos y europeos frente a un Putin crecido, que sólo aceptará una paz que respete todas sus condiciones y que nos amenaza con desdeñosa chulería.
En 1938, en Múnich, Chamberlain y Daladier entregaron a Hitler un trozo de Checoslovaquia con la esperanza de calmarle. El resultado es conocido y Churchill lo advirtió diciendo: aceptáis la deshonra para evitar la guerra y al final tendréis guerra y deshonra. No se equivocó.

