María Corina y la conciencia occidental

Columna
El Líbero, 13.12.2025
Fernando Schmidt Ariztía, embajador ® y exsubsecretario de RREE

Esta semana fue emocionante presenciar, aunque sea a la distancia, la entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado en manos de su hija mayor. También seguimos ansiosos las incertidumbres del tremendo esfuerzo logístico que representó su salida de Venezuela, el tránsito suyo desde su clandestinidad a la luz, dejando en ridículo las bravatas del usurpador de Caracas. Constatamos con esperanza que la salida de María Corina se hizo posible por las grietas de un régimen agonizante. Fue muy reconfortante valorar que Noruega colocó al presidente Electo, Edmundo González Urrutia, en el lugar que le corresponde como jefe de Estado durante la ceremonia, y una alegría observar la presencia en Oslo de varios mandatarios de la región portando la solidaridad de todos. Eso sí, eché de menos la asistencia de presidentes de otras sensibilidades políticas, porque la lucha de María Corina trasciende la trinchera de lo ideológico y lo contingente.

En alguna columna anterior atribuíamos este importante reconocimiento al sentido común noruego y su profunda responsabilidad moral. Decíamos que es la expresión del ciudadano que resistió valientemente la maquinaria bélica nazi durante la II Guerra Mundial y a sus colaboracionistas internos, lo que también encaja con los criterios establecidos por Alfred Nobel al instituir el Premio más importante del mundo. En este sentido, el presidente del Comité Nobel de la Paz de Noruega, Jorgen Watne Frydnes, recordaba con razón que lo recibieron antes Nelson Mandela, Andrej Sajarov, Lech Walesa. Todos ellos generaron el malestar de sus poderosos gobiernos, pero el Comité, entonces y ahora, hizo lo correcto. Ante esa lucha dispar por la libertad, por el respeto a los derechos del individuo y, en última instancia, por la prevalencia de la paz, ni el mundo, ni el Comité Nobel, ni los ciudadanos noruegos le podían dar la espalda.

Agregaba el señor Frydnes que Venezuela no está sola en su actual oscuridad; que cuando ese pueblo le pide al mundo que le preste atención, los demás y, de manera particular el Comité noruego del Nobel, no debían marginarse; que la democracia no es sólo una forma de gobierno, sino la base para una paz duradera y que esta, cuando se apoya en el miedo como en Venezuela, no es tal. Advertía, ante los congregados en la Municipalidad de Oslo, que sólo las democracias están equipadas con mecanismos de seguridad como medios de comunicación libres, equilibrios en las estructuras de poder, una justicia independiente, organizaciones de la sociedad civil articuladas o un sistema electoral seguro que rehuye a la violencia. Prevenía, también, que en los sistemas autoritarios como el que rige en Venezuela, el diálogo puede llevar a mejoras, pero también puede ser una trampa, porque el dictador lo usa muchas veces para ganar tiempo, generar divisiones o controlar la agenda. En tal sentido, los noruegos hablan por experiencia propia.

Todas estas luchas por valores profundos las encarna María Corina Machado en Venezuela, esa mujer que ha rehusado rendirse y que comparte con nosotros una misma geografía, sentimientos, historia, cultura y tradiciones. El combate no es suyo solamente, sino que interpreta los anhelos de todos quienes colocamos al ser humano en el centro de la acción del Estado, los que creemos que esto pasa por el respeto a la libertad de cada individuo, hecho a imagen y semejanza de Dios para los que somos creyentes; o en la capacidad intrínseca del ser humano para gobernarse a sí mismo mediante la razón, según otras escuelas. Ahí radica la esencia de la cultura occidental y esta lucha se da hoy, particularmente, en América Latina y la representa María Corina.

Por eso, es sorprendente el silencio del presidente Boric ante el Premio Nobel concedido a la luchadora venezolana. En algún momento, antes de ser criticado por sus pares ideológicos agrupados en “Democracia Siempre”, el Mandatario enorgulleció a Chile por su determinación frente a la usurpación del poder en Venezuela. Meses después, cuando fue anunciado la concesión del Premio, y ahora que fue entregado, Gabriel Boric guardó un silencio sepulcral. Se dijo que las felicitaciones expresadas por el canciller Van Klaveren, que se referían a una serie de constataciones fácticas y ninguna valoración moral, eran la voz del gobierno de Chile.

A horas del crucial balotaje de mañana domingo, temo que lo dicho esta misma semana por la candidata Jeanette Jara, moldeada desde su adolescencia por el Partido Comunista, corresponda a un sentimiento extendido entre los que aspiran a llevarla al poder. Es decir, personas que cuestionan al Comité noruego del Nobel por arbitrario; que asignan algún valor a María Corina Machado por su liderazgo femenino; que minimizan el Premio como tal, y que veladamente acusan a su ganadora de haber promovido intentonas golpistas y “tratado de promover” elecciones libres. Con ello, Jara asume la narrativa de otros compañeros suyos que tildan el Premio de político, lo que recuerda mucho la reacción de la dictadura militar argentina, en 1980, que calificó la concesión del Nobel de la Paz a Luis Adolfo Pérez Esquivel como un acto político de condena al «Proceso de Reorganización Nacional” en el contexto de una campaña anti-argentina. ¡Notable!

En un momento de la historia como el que transitamos, caracterizado por la lucha descarnada por el poder antes que por la supremacía de valores milenarios como los de occidente, lo que ocurrió en Oslo esta semana fue esperanzador. Habló allí la Europa moral, que sigue viva, aunque se encuentre desafiada existencialmente. A pesar de sus tensiones internas -tales como un europeísmo centrado en su estructura, un exceso de regulaciones paralizante, la desnaturalización de su cultura, un sistema de defensa insuficiente o un consumismo frívolo e intrascendente- el espíritu de Europa subsiste. Aunque enfrentan la oposición de poderes externos cada vez más poderosos y amenazantes como la reafirmación rusa, el surgimiento chino o el fin del atlantismo norteamericano inaugurado hace 80 años, Europa sigue allí y la ceremonia en Oslo fue su mejor cara.

En la Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos con respecto a Europa, dada a conocer la semana pasada, Washington plantea muchos reparos y críticas por el curso que lleva la UE, pero también formulan un llamado a que los europeos recuperen, en beneficio de todos, “su confianza civilizadora en sí mismos”, un elemento intangible pero importante para salir de la crisis que les agobia y convertirse en socios transatlánticos de nuevo.

En su columna semanal, hace siete días, en el diario español El Mundo, la excanciller española, Ana de Palacio, señalaba que “Europa, atrapada con demasiada frecuencia en metáforas heredadas, debería ser la primera en abandonar el reflejo condicionado de la Guerra Fría”, caracterizada, según su lectura, por la lucha entre dos fuerzas mutuamente excluyentes y, en cambio, asumir hoy día que “el reto no es derrotar un sistema rival, sino impedir que otro reordene el mundo sin nosotros”. A mi juicio, la fuerza para no quedarse atrás consiste, precisamente, en asumir con determinación las bases fundamentales de la rica civilización occidental que les dio una voz en el mundo y que se está quedando atrás tanto desde la óptica del poder como de la falta de orientación y convicción. A ese sistema de pensamiento pertenecemos también nosotros, con nuestras características.

Esa es la voz de alerta que Jorgen Watne Frydnes hizo retumbar en Oslo cuando, frente a los reyes noruegos, al primer ministro laborista, a todos los concurrentes y a las cámaras de todo el mundo que transmitían la ceremonia en directo, señalaba, sin medias tintas: “Señor Maduro, acepte los resultados de las elecciones y de un paso al costado”.

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